En las siguientes páginas se presenta el reporte escrito del análisis realizado al poema Los heraldos negros, del escritor peruano César Vallejo, enfocando como temática de estudio la angustia que presenta la voz lírica del texto como elemento inicial de la desesperanza ante la inevitabilidad de la muerte.
Para ello, el trabajo se divide en tres secciones: en la primera, se elabora un panorama acerca del contexto histórico, biográfico y literario del autor que sirva de base para analizar el texto. En la segunda, se efectúa el estudio del poema explicando cómo, a través de los elementos de construcción y lenguaje figurado, se crea la noción de incertidumbre y angustia ante la muerte, así como una introspección del hablante lírico al respecto. Finalmente, se hará una conclusión en la que se reflexiona acerca de la actualidad de la temática del poema de César Vallejo en la sociedad mexicana, que, a consecuencia de la pandemia de covid-19, la muerte es una constante que ronda a los individuos.
En América Latina, las primeras dos décadas del siglo XX, en las cuales Vallejo vivió sus primeros años, presentó una serie de cambios y permanencias que definieron el panorama para el mundo de la literatura. Quizá uno de los más importantes haya sido que, a pesar de preconizarse una mejora en la calidad de vida de la gente con el inicio de siglo, tales esperanzas no cristalizaron. Éstas y otras promesas que daban certeza vital a los individuos desde finales del siglo XIX fueron haciéndose pedazos por la realidad que se empeñaba en destruirlas.
Así, los grandes discursos religiosos, tecnológicos y políticos, que aseguraban paraísos para sus seguidores, fueron cayendo en el desprestigio más absoluto ante la tragedia humana que representaban las guerras en Europa por el control de extensas regiones, ahí mismo y en otros continentes, siendo la primera guerra mundial (la cual terminó en 1918, año de publicación de su poemario Los heraldos negros) la expresión más clara de la muerte sinsentido de millones de individuos por la ambición de poder de unos cuantos.
La religión no hizo nada para evitarlo o detenerlo. La tecnología fue utilizada para acabar con el enemigo instigada por los discursos políticos nacionalistas defendidos por cada uno de los gobiernos involucrados en el conflicto. Una atmósfera de pesimismo y desencanto surgió de los campos de batalla y aterrizó en el arte, la literatura y la filosofía, creando obras en las que la muerte y la desolación formaban parte fundamental de sus temáticas.
A pesar de que América Latina no vivió directamente este conflicto bélico, no pudo abstraerse del influjo de angustia emanado del viejo continente. Además, sus problemas históricos abonaron para producir ese mismo sentimiento humano en la población y en el sector intelectual. La marginación, el atraso y la injusticia social fueron ingredientes para que ello se diera, así como la amenaza latente de que los Estados Unidos maniobraran para, a través de la violencia, apoderarse de América Latina; tópico que se hallará en la poesía del modernismo en la segunda década del siglo XX, siendo el poema “A Roosevelt”, de Rubén Darío, un testimonio claro de ello.
En este contexto, César Vallejo inicia su vida en Perú. Por la insistencia de sus padres, y también por vocación personal, ingresa al sacerdocio, que abandonará algún tiempo después. De acuerdo con el portal Biografías y Vidas, este episodio podría explicar “[…] la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico, y no deja de tener relación con la obsesión del poeta ante el problema de la vida y de la muerte, que tiene un indudable fondo religioso.” (http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/vallejo.htm), aspecto que puede observarse al analizar Los heraldos negros.
Por otro lado, Vallejo será testigo directo de las injusticias y el poder destructivo de la dignidad humana que significaba el trabajo en las grandes haciendas del Perú, pues, como señala Coyné, el autor ingresó en 1909 “en el servicio de contabilidad de la Hacienda azucarera Roma” (1959: 5), donde palpó las condiciones laborales de semi esclavitud en que trabajaban cerca de 4,000 [personas] por una miseria de salario y soportando los abusos de los capataces. Fue posiblemente esta experiencia la que haya dejado uno de los sellos más importantes en la poesía de Vallejo: “[…] su acentuada sensibilidad ante el dolor, tanto para el dolor propio (fue un hombre vulnerable y torturado) como para el de los demás.” (http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/vallejo.htm).
De acuerdo con la biografía presentada por Coyné (1959: 7), en agosto de 1918 su madre fallece tras una enfermedad, pero Vallejo no tuvo oportunidad de cuidarla en sus últimos momentos de vida. Es quizá este episodio uno de los que más haya marcado su ejercicio poético, inclinándolo hacia el dolor y la compasión por sus semejantes, así como el cuestionamiento, ciertamente humano, de la esencia misma de la divinidad y, aún, su existencia. Es por ello que Higgins (1967) realizó un estudio en el que se puede ver el zigzag en la postura de Vallejo hacia Dios: en algunas ocasiones reniega abiertamente de él; mientras que en otras reconoce su existencia y solicita su compasión. Más que una contradicción, esto refleja nuestras propias dudas con respecto a la divinidad dependiendo de cómo nos vaya en la vida.
Desarrollo
Los heraldos negros es el texto que abre el poemario del mismo nombre. Publicado en 1919, destaca por presentar innovaciones en rima y métrica que hacen vislumbrar la renovación de las formas que hará en su poesía posterior, y que lo hará acreedor de la etiqueta de vanguardista.
El primer verso plantea desesperación e incertidumbre que orillan al hablante lírico a buscar una frase apropiada para describir sus sentimientos, pero no logra hallarla: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… yo no sé!” después de la coma del verso, el “tan fuertes…” pareciera el inicio de una comparación que el hablante lírico no logra establecer, y debido a ello, estalla su frustración, expresada en el “yo no sé!”, que únicamente presenta el signo de exclamación final, lo cual denota la despreocupación del poeta por las normas de la gramática, pues el tema es más trascendente que cualquiera de ellas.
En el segundo verso, el hablante lírico logra establecer la comparación que no pudo anteriormente: “Golpes como del odio de Dios […]”. Este símil es de llamar la atención, puesto que establece una vinculación entre las tragedias de la vida (pensemos en la muerte de un ser querido) y la divinidad, como si ella fuera la que los produjera para ver sufrir al ser humano. Esta comparación establece el cuestionamiento a una de las creencias sobre las cuales se asienta el cristianismo: Dios es amor. El poema afirma que Dios también es capaz de sentir odio, lo cual contradice todo lo planteado por el discurso del cristianismo. Esto lleva a pensar que la vida se ha encargado de destruir en el hablante lírico toda la fe en las promesas de la religión.
Los versos 2 al 4 construyen otra comparación: después de esas tragedias que nos da la vida, recordamos todos aquellos episodios de dolor por los que hemos atravesado y todo ello se deposita muy dentro de nosotros, deprimiéndonos, llegando un momento en el que toda esa carga de sentimientos estalla, quizá en ira, quizá en frustración. De pronto, el hablante lírico pierde el control y exclama de nuevo un; “yo no sé!” que interrumpe la explicación que intentaba dar sobre el dolor, plasmando de esa manera que, frente a estas situaciones, las facultades racionales del ser humano parecieran ser inútiles para comprender, analizar ni asimilar el sufrimiento propio.
El primer verso de la segunda estrofa nuevamente presenta un momento de vacilación por parte del hablante lírico en el que otra vez no puede describir cómo son esos golpes. Tras la pausa titubeante marcada por los puntos suspensivos, aparece la frase “Abren zanjas oscuras”, que se encabalga con el siguiente verso “en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte”, construyendo una metáfora que expresa que hasta los seres humanos considerados más fuertes sufren cuando la vida les quita a un ser querido.
Ya en el tercer verso, a través del lenguaje figurado, el hablante lírico logra describir esas tragedias nombrándolas como “los potros de bárbaros atilas”. Debe recordarse que a Atila, jefe de los hunos, se le atribuye una frase que Vallejo pudo haber tomado como referencia para el verso en cuestión: “Por donde pisa el caballo de Atila no vuelve a crecer la hierba”. Tomando esto como base, puede plantearse que el poema afirma que una vez que nos hemos enfrentado a una tragedia, perdemos para siempre la inocencia, incluso toda fe en la vida, pues, simbólicamente, el crecer de la hierba después de ser cortada o quemada, representa la esperanza.
Aún más claro, el verso 8 define las tragedias humanas como “los heraldos negros que nos manda la muerte”; es decir, aquéllas pueden ser consideradas mensajes hechos por la muerte para recordar a los vivos que ella es una realidad latente para todo ser humano, que no importa absolutamente ninguna característica que te haga sentir especial o superior a los demás, puesto que ella no distingue entre edad, clase social, color de piel, religión, etc., sino que le llega por igual a todos, un destino final del cual no se podrá jamás huir.
De este modo, el hablante lírico continúa profundizando en la reflexión en torno a su propio dolor, sí, pero al mismo tiempo generando la idea de que el sufrimiento humano producido por la muerte de los seres queridos es una constante en la vida de todos y cada uno de nosotros. Así, el poema va creando una atmósfera de incertidumbre existencial en el hablante lírico, pues afirma que todas las acciones que nosotros llevamos a cabo día con día son en realidad un sinsentido porque, cuando llegue la muerte, nada de eso será realmente importante.
Los versos 9 y 10 terminan por consolidar esta idea: “Son las caídas hondas de los Cristos del alma,/ de alguna fe adorable que el Destino blasfema”. A través de la metáfora, el poema plantea que las tragedias que acontecen en la vida provocan que nuestra fe, no necesariamente en Dios, sino en cualquier otra idea, se derrumbe y nos quedemos en el desamparo total, pues no hay un solo resguardo en el cual podamos sentirnos seguros ante la idea no únicamente de la muerte, sino también la del sinsentido que representa la vida misma, ya que no hay un porqué para vivirla.
Los versos 11 y 12 cierran este planteamiento: “Esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”. Estos dos versos expresan que las tragedias de la vida carcomen poco a poco nuestro ánimo y nuestras esperanzas hasta destruirlos, transformándonos en entes existiendo sin ninguna razón para hacerlo, completamente desarraigados, lejos de la piedad o el amor.
En la última estrofa, el verso 13 hace caer violentamente sobre el ser humano todas las ideas plasmadas en los versos anteriores. En ella, se retoma y complementa la idea presentada en la primera estrofa en torno a cómo el dolor experimentado se almacena dentro de nosotros y nos hace sentir terriblemente mal. En esta estrofa, ya no únicamente los episodios dolorosos y difíciles de nuestra vida son los que nos harán sentir mal, sino, en general, todo lo que hemos atravesado a lo largo de los años.
En otras palabras, el hablante lírico pareciera haberse dado cuenta que no existe alguna razón válida para existir. Esto lo orilla a sentir una creciente lástima por el ser humano, que se ve en el verso 13 “Y el hombre… Pobre… pobre!”. Ahí se palpa la conmiseración del hablante lírico hacia toda nuestra especie, pero a sabiendas de que él no se abstrae de ello, sino que comparte la misma pena junto con el resto de la humanidad, lo que puede apreciarse en el verso 14, específicamente en el empleo del pronombre personal “nos”, en el que se asume como parte del género humano. Al percibir la particularidad de su condición, el hablante lírico pareciera considerar que no es digno de ofrecer consuelo a sus semejantes, sino únicamente compartirlo con ellos.
Por lo anterior, se considera que el hablante lírico asume una postura estoica ante el sufrimiento, admitiendo que hay fuerzas incontrolables, trascendentales, como el destino, la muerte, incluso el propio Dios, que realizan alguna especie de confabulación para atormentar al indefenso ser humano; éste debe mostrarse humilde ante ellas y aceptar sus designios. Esta cualidad del poema lo vincula directamente con el subgénero teatral de la tragedia, ya que en ellas grandes seres humanos, con virtudes inigualables entre sus semejantes, por capricho de los dioses o fuerzas metafísicas indecibles, experimentan una caída desde la cúspide del éxito en sus vidas, hasta la miseria más grande e insoportable, lo que recuerda que siempre debemos permanecer en actitud humilde frente a la vida.
Conclusión
En conclusión, se puede afirmar que el poema Los heraldos negros, de César Vallejo, presenta la muerte no como algo trágico en sí misma, sino por las graves consecuencias que trae a los deudos del fallecido, puesto que su mensaje de que algún día moriremos ronda una y otra vez dentro de la conciencia del individuo, orillándolo a percibir la vida como una serie de episodios inconexos, carentes de todo sentido, sin ninguna finalidad para el ser humano. Al llegar a esta conclusión, aquél no puede evitar caer en la desesperanza al percibir lo pequeño e insignificante que es ante las grandes fuerzas metafísicas que rigen el universo.
El poema de Vallejo hace que podamos observar con nuevos ojos el devastador panorama que se ha abierto en nuestro país a consecuencia de la pandemia de covid-19, puesto que ésta nos ha familiarizado con la angustia vital de ser conscientes de que la muerte puede llegarle a cualquier persona en cualquier momento, y que deberíamos estar preparados psicológicamente para recibirla, tanto si estuviéramos en una condición crítica que amenazara nuestra vida, como si fuéramos deudos de alguien que ha fallecido. Así, la literatura se aproxima a un tema que ha consternado al ser humano durante toda la historia, y seguirá haciéndolo, pues la muerte es una realidad que habrá de llegarnos en algún momento.
TE DIGO: MI CEREBRO MUERE A VECES
Daniel Sibaja
He ido tambaleándome por ahí, lúgubre, siniestra, sombría. Ahora toca construirme a mí misma, darme una columna vertebral, por más que fracase. Si consigo superar este año, por penoso que sea, habré logrado la mayor victoria de mi vida.
SYLVIA PLATH
Creí, la muerte era imposible de sentirse; sin embargo, los párpados solamente nos pesaban.
Que por pensarte: la manera de idealizar era un cronómetro sin prioridad alguna. Que mi imagen de ti era una mentira, no era real; y no se movía. Podía decir, ese jueves, que te quería. Te quiero. Aún sin ser la alarma de tus preocupaciones.
Pasaron algunos minutos cuando las letras dejaron de rodearte, como lo hacían los autos en el periférico, o cuando se repetían las canciones y tu nombre dejó de ser conmovedor. Estaba cerca de averiguarlo. Cuando la bocina dejó de tocar aquella misma pieza. Te llamaríamos: ...Nina, my baby don't care for shows... Te acercaríamos el desayuno: ...Nina Simone, my baby don't care for clothes... Te miraríamos desde lejos: ...linda, Nina, my baby just care for me... Y así, detenidos los dos, los minutos se nos prolongaban.
Ese día de octubre salí de paseo por la calle, escapé y lo convertí todo en una fábula. Porque una prioridad que lleva muertos tiene diversas formas de expresarse.
En una palabra tierna, en un mimo sobre la mejilla.
Como todas las veces que me sostuviste, Nina. Sí. Todas esas veces que me tomaste de los hombros mientras regresábamos a casa.
Te llamaríamos: ...Nina, my baby don't care for cars and races... Te esperaríamos bajo la lluvia: ...querida, Nina, my baby don't care for high-tone places... Y nos corregiríamos, como ellos dicen: ...Liz Taylor is not his style and even Lana Turner's smile... No tendríamos que escondernos del amor, o las palabras, ni evitarnos uno al otro, como si un fantasma se escondiera debajo de las mesas. Is something he can't see.
Te llevaríamos las palabritas arrugadas con tinta de bolígrafo. Pondríamos dedicatorias de cariñosos auxilios, cursilerías y nombres en griego. Compraríamos algunas de tus chucherías preferidas. Y te escribiríamos: ...Nina Simone, my baby don't care who knows... Justo en medio de cualquier breve charla simpática, con el más suave adjetivo de nuestra vida, nos diríamos, lo siguiente: ...my baby just cares for me...
Pero aquello tan sólo continuó siendo : tal vez : otra confusión.
Quizás no fue que se acabó el amor quizás fue que se te acabó la cocaína o te desequilibró el horóscopo del diario. Quizás fallaron las hormonas o la irrigación del cerebro.
CRISTINA PERI ROSSI
Aquel fin de semana Daniel se la pasó idealizándola... / Y qué tonto fue / o era / descubrir que sus personajes nacían / de un lejano ardor—: la realidad... Era una línea que se apoyaba en un cuerpo opaco, pero Él solía apenas despertarse sin su voz, y en la oscuridad, la madrugada era el espacio más liviano... Los años del pasado brillaron por su ausencia, eso lo notó en su migraña y en su poca ropa al dormir, sí, en ese aspecto débil que decidiría nunca cambiar por nada... Era una línea deslizándose por la puerta, y apoyada en: su cuerpo torcido, y sobre cualquier habitación... Una línea recta o la luz del sol que les dejó: una hendidura... Y en la herida de sus ojos asomaría lo que por fin se pudo ver: la privacidad de su mundo...
Una vez más, idealizándola / ...como un tonto /. / O en el presente / sin ningún recuerdo... / Sosteniéndose solo / . / Con cada uno de sus personajes...
...amándose—: en la ficción...
...alguien moría de un viernes cualquiera.