Mi amiga y admirada escritora Lucila May Peña me invitó a participar en el libro Feminismo en las letras, que ella coordinó y en el que participaron escritoras de Yucatán y de otras partes del país, para que a manera de epílogo, escribiera sobre la relación entre feminismo y literatura. Esto me obligó a pasarme un buen tiempo devanándome el cerebro sobre estos dos temas que me apasionan, pero confieso, nunca había reflexionado acerca de su relación.
Lo primero que me pregunté fue cómo saber si un texto puede ser catalogado como feminista o si solo está escrito por una mujer, si todas estamos inmersas en sociedades patriarcales y por lo tanto nuestros relatos, a menos que estén ambientados en situaciones totalmente ficticias, seguramente reflejan esa realidad en la que participamos, queramos o no, estemos conscientes o lo ignoremos.
Y es que algunos textos elaborados por mujeres, describen de manera fiel sus sentimientos ante situaciones concretas y estos, les advierto, por lo general no son lo suficiente feministas para el ojo crítico de algunas que se dicen expertas en el tema. El patriarcado es un sistema en el que todas fuimos educadas, por lo tanto, en mayor o menor medida lo reproducimos. Por ello, sugiero renunciar a la tentación de utilizar un modelo de escalas para determinar qué tan feministas somos en nuestros escritos, bajo el cual seguramente, muy pocas lograríamos salir bien libradas. Para aceptar simplemente lo que Virginia Woolf afirmó: feminista es cualquier mujer que cuente la verdad sobre su vida. Esa verdad que al igual que las múltiples violencias que sufrimos fue por mucho tiempo silenciada, en este sentido, escribir sobre el tema es un acto de liberación y marca un camino en la lucha para erradicar el patriarcado.
Ahora bien, los escritos de las mujeres, aquellos donde contamos sobre nuestras vidas o de las de otras, son definitivamente feministas, pero catalogarlos como literatura implica que cumplan otros requisitos, sobre todo, si consideramos que un tema “políticamente correcto”, no necesariamente está bellamente escrito o cumple con lo que marca el canon sobre el uso estético de la escritura, que define como arte a la literatura. Como ven, no es es tan fácil establecer el binomio de feminismo y literatura, sobre todo cuando a las escritoras nos invade el temor de ser rechazadas por aquellos patriarcas que marcan las normas estrictas que, según ellos, indican cuándo un texto puede elevarse lo suficiente para ser llamado “literatura”.
Mi opinión es que rompamos con ese temor, sobre todo si no es nuestra intención ganar concursos y recibir reconocimientos por quienes se encarga de evaluar los trabajos literarios. Lo que no significa que nos neguemos al esfuerzo cotidiano por mejorar nuestros textos, lo que es posible con trabajo y disciplina constante, incluso, si nuestras condiciones sociales y económicas nos lo permiten, escribirnos en los cursos y talleres sobre los diferentes géneros literarios. Pero nunca, nunca, renunciar a hablar y escribir sobre los que nos preocupa y queremos cambiar: las violencias que sufrimos como mujeres.
Pese a lo difícil que pueda parecer el escribir literatura feminista, esto es posible y un ejemplo lo encontramos en el libro Feminismo en las Letras, que coordina una excelente literata, Lucila May Peña. En este encontraremos textos que abordan situaciones difíciles y dolorosas de manera hermosa y por lo tanto literaria.
Hay otro ejemplo de feminismo en la literatura que me parece muy importante reconocer, me refiero al libro Travesía, de mi amiga la excelsa literata María Elena González, a la que admiro su pulcritud y perfección en las letras, pero sobre todo por la hermosura de sus textos que nadie puede objetar, son arte, y por lo tanto literatura. En este nos narra las historias, ficticias, pero en contextos históricos reales, de tres mujeres que vivieron en sociedades patriarcales y por lo tanto experimentaron situaciones de violencia, lo que de acuerdo con lo señalado anteriormente lo coloca en la categoría de literatura feminista.
Sin embargo, Travesía es un libro que está lejos de ser un panfleto, o un texto que trate un tema políticamente correcto, pero mal escrito. Son historias hilvanadas de tres mujeres en contextos históricos que incluyen a: Xochicintli, “la alegradora” o “Tlatlamianis”, que observa cómo su mundo, donde el erotismo y lo femenino que estaban ligados a la divinidad, es destruido y transformado en otro, donde se les vincula a lo pecaminoso y por lo tanto es objeto de violencia machista.
Isabel, escapando a la Nueva España para no ser víctima de un matrimonio forzado, desde un barco que zarpa de Sevilla cargado de productos y de esclavos en donde le toca vivir grandes penalidades, entre ellas, observar impotente la violación brutal de una esclava, hasta lograr llegar a la Villa Rica de Vera Cruz.
Y finalmente, Talika, nieta de la esclava violada en el primer texto de la trilogía, quien a pesar de las enormes penurias que vivió, en ese lugar donde llegaron los españoles: “a ultrajar a esa hermosa tierra, a su gente y creencia”. Heredó como legado conocimientos curativos que le permitieron no solamente sobrevivir, sino el reconocimiento y agradecimiento de personas pertenecientes a diferentes sectores sociales.
Además de bellamente escritos, los tres textos que componen Travesía nos sumergen, gracias a las indagaciones históricas de la autora, en los paisajes, naturales y sociales, de la Nueva España durante la colonia, la cotidianidad de las personas que vivieron esa época y lo que seguramente fueron sus sentimientos e incluso sus emociones.
No creo en la objetividad, ni en la imparcialidad ante los sucesos históricos, quien no toma partido en un hecho de dominio o de violencia en realidad está del lado del opresor. Pero cuando se trata de literatura, y sobre todo de la excelsa, no es necesaria la intervención del escritor o escritora para dictarnos cátedras morales, pues narrar de manera vívida y hermosa un hecho, ficticio o real, puede sensibilizarnos ante lo actos de violencia, del pasado y del presente, atravesarnos el corazón, tomar conciencia, y ¿porque no? querer transformar el mundo, en uno donde todas las personas podamos gozar una vida libre de violencia y discriminación.
Quedan pues como ejemplo de la importancia de la literatura feminista, dos libros excelentes: Feminismo en las Letras y Travesía. Se los recomiendo.
Clara de Frutos recupera, en su última novela gráfica Vanguardia es una mujer, la vida y experiencias de las Sinsombrero, un grupo de artistas e intelectuales que lucharon por romper estereotipos sociales y reivindicar su arte y que, una vez más, tuvieron mucha menos presencia historiográfica que sus compañeros masculinos de la Generación del 27.
“Es muy inspirador. Cuenta la vida de esas mujeres que empezaron a quitarse el sombrero en un gesto de rebeldía para demostrar que no necesitaban cumplir todas las normas sociales y estéticas que no les permitían ser y hacer lo que querían”, destaca en una entrevista la autora de la obra que ahora llega a las librerías.
El cómic cuenta la historia de una generación extraordinaria de mujeres transgresoras a través de la mirada de la poeta Concha Méndez. “Fue una de las que más estuvo metida en esos círculos sociales. Quiere viajar, conocer el mundo. Conecté muchísimo con su poesía, noté esa conexión personal. Todas son increíbles, pero ella es la que mejor me cae”, afirma entre risas la autora.
Concha Méndez (Madrid 1898- Ciudad de México,1986) destacada escritora, poeta y dramaturga, se erigió como una de las más activas de su generación gracias a la relación personal y profesional que mantuvo con personalidades como Luis Buñuel (que fue su pareja), Maruja Mallo, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre (con el que se casó) o Federico García Lorca.
Un grupo de mujeres cuya obra quedó ensombrecida u ocultada por la de sus compañeros, los hombres de su generación, de los que tampoco recibieron apoyo o alusiones, quedando prácticamente silenciadas.
“Las niñas no son nada”
A Concha siempre le marcó el día en el que un amigo de su padre les preguntó a ella y a sus hermanos qué querían ser de mayores. Ella respondió “Capitán de barco. Y recorrer el mundo” y él le contestó: “¡Tú te callas!, las niñas no son nada”. Una frase que incendió su joven corazón y le hizo prometer que lograría todo lo que se propusiera.
Este y otros detalles son parte de las memorias de la escritora -emigrada a México durante la guerra civil española (1936-1939)- en sus conversaciones con su nieta, material que ha servido a la autora para desgranar una historia “llena de luces y sombras” pero en la que ha querido centrarse “en la parte alegre y luminosa” de sus vidas.
A Concha le acompañaron en su lucha otras Sinsombrero como Remedios Varo, María Teresa León o María Zambrano, que van cobrando protagonismo en el relato gracias a un guión dinámico, fácil de leer y con un trabajo de documentación encomiable, resultado de cerca de siete años de trabajo.
“Fue un momento histórico muy importante. Muy efervescente en general, pero no quería dar esa perspectiva histórica sino escribirlo desde esa complicidad nieta-abuela de la que nace, para poder dar el punto de vista más humano posible. Hacerlo más ligero y ameno”, asegura.
La autora, con amplia experiencia en la ilustración y la animación en películas como la galardonada Wolfwalkers (2020) o My Father´s Dragon (2022), utiliza en las 144 páginas de Vanguardia es una mujer (Norma Editorial) un dibujo colorido, lleno de detalle y preciosista, fruto del uso de herramientas de su zona de confort como son las acuarelas y los lápices.
Inspiración para cambiar
De cara a la presentación del cómic, que publica tras ser galardonada con la beca de creación El Arte de Volar, la autora tiene claro que esta historia tiene que servir de inspiración para eliminar las desigualdades.
“Poco a poco todo va cambiando, pero falta mucho por hacer. Hace dos años a nadie le importaba el fútbol femenino y ahora de repente sí, por ejemplo. La narrativa que nos han vendido es 'vosotras no pueden hacer ciertas cosas', que es algo que tenemos que cambiar”, afirma.
Para Clara la vida de las Sinsombrero puede servir de catalizador: “En un contexto en el que apenas tenían referentes, ellas decidieron abrirse paso. Si ellas pudieron, nosotras también, ¿no?”, concluye.