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Gabriel Zapata Bello

En los últimos días de 1951 llegó a Mérida El Circo Alegría, una compañía propiedad de un señor Alegría, quien también hacía las veces de maestro de ceremonias, de mago y de Tarzán, el cual protagonizaba la única variedad con que contaba el circo, la teatral lucha con un león.

Lo cierto es que el circo era muy modesto y no podía cubrir los diversos impuestos y derechos municipales para hacer sus presentaciones, por lo que el Ayuntamiento le aseguró el único bien valioso del circo, el felino, un ejemplar abisinio de melena negra.

Las autoridades municipales frecuentemente aseguraban o decomisaban caballos, mulas e incluso ganado por diversas infracciones municipales de sus dueños y disponía de un predio para depositarlos, pero se dieron cuenta que una fiera no podía estar en ese predio y que muy poco podían hacer con un león.

Intervino el ingenio y la visión del promotor Fayo Solís, quien propuso al municipio llevar cabo una función con una pelea al estilo del circo romano entre la fiera embargada y un novillo local, con cuya recaudación el circo podría cubrir sus adeudos municipales. Se propuso el negocio al propietario del circo, quien aceptó de inmediato.

Hubo entonces una gran difusión del inusual combate y causó gran expectación entre las familias yucatecas.

Durante los preparativos del evento del señor Alegría pidió ver al rival de su fiera y grande fue su susto cuando conoció al astado el cual era un auténtico bravucón de Sinkeuel de más de 400 kilos, por lo que el cirquero pidió que se cancelara la función ya que el toro era demasiado fuerte y bravo y, en cambio, el felino era un animal en cautiverio que no pesaba más de 190 kilos, por lo que su circo se vería muy afectado si algo le pasara a su único atractivo. Finalmente lo convencieron asegurándole que de alguna manera verían que el toro de lidia no embistiera con tanta fuerza en la pelea ni dañase al rey de la selva.

Llegó el día de la función esperada, el sábado 5 de enero de 1952, y el coso de Santiago registró una buena entrada. Tocó turno al combate principal e hizo su aparición el rey de la selva un tanto sorprendido por no estar en su jaula, aunque estaba sujetado a unas cadenas que agarraban el señor Alegría y dos de sus ayudantes; enseguida, entró el burel local, que era citado con una muleta por un novillero al centro del coso para dar pie al combate. El león, fiel a su costumbre de obedecer al látigo de su domador, se puso de pie, dio algunos brincos y giros y lanzó sus acostumbrados zarpazos, en tanto el toro daba vueltas en torno de su rival, confundido entre el llamado de la muleta del novillero y la presencia del felino.

A pesar de no ser un fiero combate entre las bestias el espectáculo resultaba interesante para los asistentes hasta que llegó el momento cumbre. El toro empezó a bufar y a retroceder lentamente sin dejar de ver a su enemigo mientras pateaba con sus pezuñas la arena, y parecía que tomaría vuelo para una embestida salvaje. Cuando el anunciador del espectáculo arengaba al público para que estuviese atento al ataque bestial del burel, el toro se relajó y dio tremenda zurrada que llegó incluso a quienes estaban detrás de las barreras y en la primera fila del graderío, lo cual generó risas y aplausos incesantes, con lo que se dio por terminada la lidia; las bestias fueron conducidas, una a su jaula y el otro al corral.

El secreto para que la función haya sido exitosa y memorable se debió al ingenio de Fayo Solís, quien para evitar que el bravo toro lastimase o diera fin a los días del rey de la selva, la noche previa a la función había purgado al astado, el cual no llegó con toda su fuerza y supremacía al combate.