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Conrado Roche Reyes

 

Me parece estar ahí. Largas filas de coches apurados para llegar a su destino. Noche mágica. La hora mágica del béisbol. Es la inauguración de la temporada 2017 en el maravilloso y moderno estadio Kukulcán Álamo que, gracias a Dios, regresó a su anterior formato. La vacilada que fue el intento de imitar a las campañas de chuta balones, es decir, jugar dos campeonatos en un año, resultó un rotundo fracaso. A la gente no le agradó para nada ese invento futbolero. Ya el juego comenzó.

Conforme los automovilistas van avanzando por Circuito Colonias, las personas de a pie apuran el paso. Tomadas de la mano a familias enteras, papá, mamá, hijos, nietos y abuelos literalmente iban corriendo arrastrando a toda la prole. Algo ha sucedido en el terreno de juego que hace estremecer la estructura del estadio. El rugido de la multitud hace que quienes aún no están adentro, miren hacia lo que alcanzan a ver en la pizarra eléctrica. A paso veloz atraviesan la cosmopolita zona de restaurantes. Es un área muy elegante. Algunos de los mejores sports bars de la ciudad tienen sucursal ahí, dentro del espacio arquitectónico del Kukulcán. Nada que pedir a un estadio de liga mayor en este punto.

Los revendedores hacen su agosto. El juego inaugural aquí, en Mérida, será nada menos que contra el archi enemigo deportivo de los Leones de Yucatán, los acérrimos rivales, los “odiados” Diablos Rojos del México. Empleando el lugar común taurino, hubo quien empeñó el colchón para mirar esta estrepitosa primera serie de tres juegos contra el México los días 9, 10 y 11 de abril (antes los Leones habían jugado la inauguración contra los Sultanes en Monterrey). Son series de tres juegos.

Ya dentro del recinto, el relajo y descontrol para encontrar asiento. Las guapas chicas de la porra local ya comienzan sus bailes y evoluciones (un poquito menos de tela no les caería mal).

Comienza entonces para varios pantagruélicos el festín. Una sabrosa Coca cola o cervecita, acompañada de unos polcanes de la “Güera”, kibis -los de ahí están muy sabrosos- rellenos de carne o de queso de bola -para mí, tradicionalista y retrógrada como soy- esto último me parece un sacrilegio.

Entre bocado y bocado compramos nuestra respectiva quiniela. No sé por qué, más bien si sé por qué, siempre me toca el cátcher o el noveno bate. Duelo de pitcheo hasta ahora. Las atrapadas provocan el alarido popular, (sin ni ninguna palabra ofensiva brutal contra el equipo contrario ni contra los ampáyers. Ningún grito homofóbico-racial sale de las tribunas como en el “juego del hombre”).

Se extraña mucho a “Miguelito”, el rey de los pastelitos. “¡Hay de camote…Siéntense bien señores para que yo pase¡”. “¡Hay de jamón y queso…ábranse señoras por favor¡”. ¿Enojo?. Qué va. Risas de los señores y de las señoras. El vetusto pepitero, un viejito también tradición beisbolera pero que ya falleció a los 97 mil años. Pasaba con sus bolsas de pepita y cacahuate. Era infalible que algún aficionado le preguntase: “¿Cómo lo tienes, viejo?”.”¡Peladito…como le gusta a usted!” (carcajadas). Deporte íntimo y multitudinario. Un gran aullido del Kukulcán, lleno impresionante. Ya después de haber descansado un rato el estómago, y las charlas beisboleras con los compañeros de butaca, barra o sport bar, un enorme sándwich de “Manolo”. Un lugar de encuentro más democrático no lo encontrará usted en ningún lugar del Estado. Desde el más encumbrado político, empresario industrial o banquero, pasando por los trabajadores de toda índole, y el lumpen, todos unidos por una yucatequísima pasión que nos quieren arrebatar y ¡es para ellos un punto más que negativo en la política de AMLO: saborear y gustar del béisbol.

Duelo de pitcheo, decidido en el último inning con un buen batazo (para eso paga y disfruta uno). Pléibol. ¡La glolia caballelo!