Jorge Canto Alcocer
En la primavera de 1979, Leones regresó a la Liga Mexicana de Béisbol. Fue una temporada difícil al ser club de expansión, en la que el equipo terminó en el húmedo sótano, con muchas derrotas por amplio carreraje. Cuando aquello pasaba, el público, que pese a la situación de Leones casi siempre llenaba de bote en bote el Parque “Carta Clara”, se divertía clamando por emergentes imposibles: “que batee Miguelito”, gritaban, en alusión al icónico “rey de los pastelitos”; “que batee Isidro Ávila”, grito ante el cual el veterano fotógrafo volteaba sonriente a la tribuna; “que batee El Coronel”, exclamación ante la que “mostraba los dientes” con su enorme sonrisa el entonces coach de tercera de nuestro equipo. Terminó aquel año, siempre en el frío sótano, pero con la gente contenta porque habíamos visto tremenda pelota, con un equipo modesto pero muy pundonoroso, donde pasaron lista de presencia grandes peloteros, como Albino García, Saúl Mendoza, el venezolano Luis Alvarado, el “Chino” Márquez, Pilar Rodríguez, el boricua Gilberto Rondón, el dominicano Juan Jiménez y, por supuesto, el cubanísimo de nacimiento y yucateco por adopción y mérito, Leonel “El Coronel” Aldama.
Y así, “El Coronel” fue parte de Leones durante los siguientes 40 años y hasta la madrugada de este lunes, cuando terminó su existencia material. “El Coronel” es, entonces, el único León con tres campeonatos. Paradójicamente, se perdió el de 1957, año en el que, aunque ya estaba ligado a Yucatán, pues desde 1946 jugó en la Liga Peninsular, para el campeonato conseguido por su coterráneo Óscar “Barriguilla” Rodríguez, Aldama defendía la intermedia de los Dorados de Chihuahua, en la Liga Central de México. En cambio, su participación en el campeonato de 1984, como coach de tercera, fue estelar, fundamental en muchas victorias por la inteligencia y agresividad con la que dirigía el “tránsito”, y por su pimienta, con aquel inolvidable y profundo grito de “uey, uey, uey”, y sus palmoteos, con los que animaba a corredores, bateador… y, sobre todo, a nosotros, la fanaticada melenuda.
Desde la década de 1990, cuando frisaba los 70 años, “El Coronel” se quedó en la banca, siempre pendiente, siempre animando, siempre metido en la pelota. Poco a poco, por motivos de edad y salud, su participación se fue restringiendo a los juegos que se realizaban en Mérida, pero aún así, ya con más de 80 años, vivió intensamente y contribuyó sin duda al campeonato de 2006, la más nuestra de todas las coronas melenudas, pues fue lograda fundamentalmente gracias a la acción de la “columna yucateca”, en la que además de Borges, Morejón, Said y Oscar, destacaba el eterno “Coronel”.
Más recientemente, “El Coronel” se desempeñó como “coach de vestidores”, una posición que le permitía continuar en el campo y departiendo cotidianamente con el resto de los miembros del equipo. Siempre se daba su “paseíto”, así como el de los toreros cuando reciben ovaciones tras una buena tanda, gozando de ser identificado y aplaudido por su público, al que también divertía con sus voladas y ocurrencias, siempre con esa voz profunda y grandiosa sonrisa que lo hacía inconfundible desde cualquier punto del Kukulcán. Desde la temporada 2017 le fue relevada esta obligación, pero continuó siendo parte de la organización, y asistía a casi todos los partidos. Así le tocó el emocionante campeonato 2018, su tercera corona como León.
Leonel Aldama llegó a Yucatán en 1946, siendo un chamaco de 22 años, aquí encontró a su compañera de vida, aquí nacieron sus hijos, nietos y bisnietos, y aquí en nuestra tierra ha respirado por vez postrera en este 2019, a la prodigiosa edad de 94 calendarios. Como todo aficionado a la pelota, lo conocí siendo un niño, allá en 1979; décadas después, mis hijas también lo conocieron siendo unas niñas. En Yucatán, el Béisbol, el Deporte Rey, se escribe con L de Leones y con L de Leonel. Pero este lunes, el día de su partida material, no es realmente de tristeza, sino de nostalgia: nostalgia por otro León eterno, como George White, como “Ray” Torres, como Russell Gutiérrez, que se ha adelantado en el viaje sin retorno –como el de “doña Blanca” cuando se va detrás de la barda, para nunca regresar-, cambiando su posición: ya no están más en el terreno o en el micrófono, sino en el Campo de los Sueños, desde donde nos acompañan cada vez que el ampáyer exclama el mágico “Play Ball”.