Ivi May Dzib
Ficciones de un escribidor
II
ELLA: (Tiene el “libro” sobre la mesa)…y mire que no necesito de serenatas ni mariachis.
CANTINERO: ¿Entonces por eso ya no vinieron hoy tus amigos?
ELLA: No vinieron porque les di el cortón.
CANTINERO: Sí, eso que alguien se ande con mariachis en la puerta de una cantina…
ELLA: En realidad no sé, solo sentí que me asfixiaban.
CANTINERO: ¿Y cómo es que conoce a Los Picapiedra?
ELLA: (Se ríe). ¿A quiénes?
CANTINERO: ¡A esos cabrones que se tratan como si fueran los Picapiedra, y mire que están jodidos porque son viciosos, ya sabe, “La piedra filosofal”. (Imita) Oye, Pedro. ¿Qué quieres, Pablo?
ELLA: Déjelos, pobrecitos Pedro y Pablo. En el fondo solo son un poco empalagosos, nada más.
CANTINERO: ¿Dónde los conoció?
ELLA: En un parque de la colonia Nápoles; Pedro estaba vendiendo libros, me dijo que vivía por aquí y decidí dar una vuelta.
CANTINERO: ¿Turisteando entonces?
ELLA: Algo así; digamos que este lugar me trae muchos recuerdos.
CANTINERO: ¿Y no le da miedo andar sola?
ELLA: No, ¿Por qué?
CANTINERO: No sé, de repente ciertas mujeres despiertan cierto tipo de deseos y más en hombres que no pueden controlarse, que se vuelven impulsivos y no miden las consecuencias de nada. No me lo tome a mal, señorita, pero aquí las muchachas no son como usted… son morenas, más bajitas, no sé cómo explicarle.
ELLA: Sí, lo entiendo, gracias por la preocupación.
Silencio.
CANTINERO: Me imagino que a usted le gustan los libros.
ELLA: Sí, por eso pude congeniar un poco con Pedro.
CANTINERO: Esos muchachos se roban los libros y los venden, ese que tienes en la mesa es mío.
ELLA: (Silencio). ¿Usted es el de la dedicatoria?
CANTINERO: ¿Ya lo leyó?
ELLA: (Tras una larga pausa). Sí. ¿Conoce al escritor?
CANTINERO: Se fue hace mucho tiempo. Solo vino aquí en busca de información; después de que publicó el libro ya nunca más regresó, tampoco creo que lo haga.
ELLA: …
CANTINERO: Oye, güerita, así, la verdad, ¿a qué vienes?
ELLA: A beber.
CANTINERO: Además…
ELLA: No tengo por qué decirle nada.
CANTINERO: San Benito es un buen lugar, mucha gente viene a visitarlo.
ELLA: Ajá.
Silencio.
CANTINERO: A lo que voy es que te he estado viendo mucho por aquí…
ELLA: Usted lo ha dicho: San Benito es un buen lugar.
CANTINERO: Pero tú no eres de por aquí.
ELLA: ¿Lo molesto? Me voy.
CANTINERO: No es eso.
ELLA: Pensé que le caía bien.
CANTINERO: Me caes muy bien, por eso te digo que no eres para estos lugares. Tú eres una muñeca, una muchachita, aquí vienen puros…
ELLA: ¡Es la tercera vez que estoy aquí! No vengo a fichar, si quiere la gente, que me vea, pero que no me toquen, yo no me meto con nadie, que nadie se meta conmigo… quiero estar tranquila…
CANTINERO: Si no es tanto por eso, aquí somos muy respetuosos con la gente de fuera.
ELLA: ¿Entonces?
CANTINERO: Se lo decía por… no sé… tal vez lo tome a mal.
ELLA: No soy una alcohólica.
CANTINERO: No, yo sé quién eres en realidad.
ELLA: No sé de que está hablando.
CANTINERO: Eres (al decir el nombre, el ruido de un vaso de cristal que cae al piso, impide escucharlo) la nieta de Vivas Pastrana.
En el lado izquierdo de la escena, 13 años atrás, Jeremías camina sin rumbo fijo, tiene la mirada del que nada oye, se está secando las manos después de habérselas lavado; mientras las examina minuciosamente, hace lo mismo con el anillo de matrimonio. No puede dejar de mirar sus manos, guarda un formón ensangrentado, cierra una caja de herramientas de carpintería, la recoge y sale de escena.
Oscuro.
Continuará.