Retratos de perros en marcos dorados, una araña de cristal colgando del cielo raso, sábanas cosidas a mano. El hogar transitorio de Ziggy tiene algo de decadente.
Mientras su dueña disfruta de unas vacaciones esquiando en Francia, el perro salchicha se deja mimar en el que quizá sea el hotel para animales más grande del mundo: sesiones de spa, cortes de pelo y gimnasia acuática forman parte del programa.
El “AtFrits” no recibe a sus clientes de cuatro patas en Nueva York, Tokio o Londres, sino en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
En este país hay una enorme pobreza. Con el dinero que vale una noche en este hotel, una familia podría vivir varios días. Muchos amantes de los animales celebran esta oferta en la pintoresca ciudad portuaria. Otros critican tanto lujo.
“Realmente me gustó saber que en las suites y en los espacios de juego ofrecen supervisión con cámaras para el caso de que en algún momento del día querramos ver cómo están”, comenta la dueña de Ziggy, Sheri Hasson, desde los Alpes.
Una App del hotel transmite imágenes en directo desde todos los rincones directamente al teléfono inteligente de los preocupados amos. Para esta mujer de 54 años, el bienestar de sus perros está por encima de todo: “Si sé que están en un entorno amoroso, no tengo problema en gastar un poco más por ellos”.
El hotel está situado en el centro de la ciudad, entre los restaurantes y bares más conocidos de Ciudad del Cabo. Ya antes de ingresar queda claro quiénes son los protagonistas aquí: En vez de alfombra roja, los huéspedes son recibidos con césped verde.
En el lobby del hotel hay estantes con golosinas y moda para perros. Y en las puertas de las habitaciones en vez de números hay leyendas como “Catwoman” o “Jurassic Bark”.
El hotel tiene capacidad para 250 perros y 33 gatos. La habitación cuesta entre 9,50 y 34 euros (entre 10,80 y 38,7 dólares). Quien le quiera regalar a su mascota además una sesión de spa o una hora de juego privada, debe pagar extra. “AtFrits” también ofrece un servicio de transporte para los huéspedes de cuatro patas.
La dueña de este establecimiento, Yanic Klue, no considera que sea decadente. “Somos amantes de los animales y no queremos que nada caiga en el ridículo”. Eso quiere decir, por ejemplo, que en el spa una empleada corta las uñas, cepilla los dientes o peina a los animales.
Pero ningún huésped sale del lugar con el pelaje rosado. Aunque a veces hay algunos deseos especiales. “Uno de nuestros perros, Maximilian, por ejemplo, lleva corte mohicano”. A veces también piden melena de león.
Klue apenas tiene tiempo de hablar mientras pasea por el hotel que tomó el nombre de su fallecido perro Frits. La mujer de 35 años saluda a todos con efusividad, por ejemplo, a Crookshank, un gato blanco y colorado, que toma sol en la plaza destinada a los felinos.
En el sótano, la jefa muestra por qué el “AtFrits” también es considerado un centro de rehabilitación. En la piscina, la terapeuta de animales Tineka Kriel hace ejercicios con la perra de raza Terrier Clara. Eso ayuda a la recuperación después de lesiones u operaciones, explica.
Con su elevada oferta para los huéspedes de cuatro patas el “AtFrits” no solo es tendencia a nivel nacional. Y es que la demanda en la industria de las mascotas está aumentando a nivel global.
En Estados Unidos, incluso, hay una cadena de hoteles de lujo para animales llamada “The Barkley”. Klue dice que investigó y que con sus 2,400 metros cuadrados el “AtFrits” supera en superficie a todos los demás.
De hecho, presentó una solicitud al Libro Guinness de los Récords para recibir el reconocimiento de hotel para animales más grande del mundo.
Pero en Sudáfrica es visto con mayor recelo que en Berlín o en Nueva York el hecho de que los animales sean mimados de esta manera. Según estimó el Banco Mundial, en 2015 casi un quinto de los sudafricanos vivía por debajo de la línea de pobreza de 1,90 dólares.
¿Es reprochable dirigir un hotel exclusivo para animales en este entorno? “No, pero muestra una imagen auténtica de la desigualdad en Sudáfrica”, opina el investigador Rocco Zizzamia de la Universidad de Ciudad del Cabo.
Un informe del Banco Mundial de 2018 concluye que la desigualdad en Sudáfrica no solo es de las más grandes del mundo sino que incluso creció en los últimos 25 años.
“Trabajo hasta doce horas al día. Sin embargo, para mis hijos apenas quedan 700 rand al mes”, dice Lindile Zweni, empleado de una gasolinera, que vive en un barrio carenciado de Ciudad del Capo, uno de los llamados “township”.
Setecientos rand son unos 43 euros (unos 49 dólares). Sonríe burlonamente cuando se le habla del hotel para animales. “No puedo entender que otros sudafricanos gasten en un día casi la misma suma por un perro”.
Uno de estos perros es el salchicha Ziggy. La suite pintada de azul en la que descansan él y otros tres canes le cuesta en total a la ama Sheri 135 euros (153 dólares) por noche. Puede que el hotel para animales “sea algo decadente”, dice. “Pero mis perros son como mis hijos”, explica. CIUDAD DEL CABO, Sudáfrica (DPA)