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Entretenimiento / Virales

Rita M. Buch Sánchez*IDesde sus orígenes hasta 1930

Han transcurrido casi dos décadas, desde que comenzara el siglo xxi, marcado desde sus inicios por una vorágine de acontecimientos que se multiplican aceleradamente, incidiendo en nuestro entorno. El desarrollo vertiginoso de la cibernética, el consumismo, la creciente pérdida de valores, el pragmatismo y su influencia en la sociedad hacen que cada día la espiritualidad pierda terreno, mientras el individualismo y el mercantilismo se imponen a escala global.

Así, ante las circunstancias históricas que caracterizan los inicios del siglo xxi, época de peligro inminente, incluso, para la supervivencia de la especie humana, una de las interrogantes que debemos hacernos es la siguiente: ¿Qué papel debe desempeñar la filosofía en nuestro tiempo? ¿Cuáles son sus vínculos con la educación y la cultura y cómo puede contribuir el conocimiento de nuestro legado filosófico a rescatar los valores afianzados durante más de dos siglos, que han sustentado nuestra cubanía?

Solo la educación y la cultura, en su vínculo indisoluble con la filosofía, nos permitirán prepararnos ideológicamente para luchar contra esos inmensos peligros que enfrenta la humanidad toda. Sobre este tema, si bien se ha escrito profusamente, aún queda mucho por decir.

A continuación intentaré mostrar, de manera panorámica y sintética, el largo camino recorrido por el pensamiento filosófico cubano, desde sus orígenes hasta nuestros días. Para lograr esta ardua tarea, que resultaría difícil acometer debido al breve espacio, comenzaré recordando la etapa de la mal llamada “conquista” y colonización de América por los españoles.

Desde los orígenes hasta el fin del colonialismo español (1492-1898)

En el siglo xv, se enseñaba en la universidades españolas únicamente la filosofía escolástica, verbalista, silogística, que resultaba obsoleta en gran parte de Europa, y se mantuvo imperante en España durante los siglos xv, xvi y xvii, mientras que en los territorios europeos más desarrollados (Inglaterra, Francia, Holanda, etc.) nacían las ciencias particulares en el Renacimiento (durante los siglos xv y xvi), y en el siglo xvii en estos territorios penetraba la modernidad filosófica, con el racionalismo de Renato Descartes y el empirismo de Francis Bacon, sustentado sobre un método inductivo y experimental, todo lo cual en su desarrollo subsiguiente cuajaría, más tarde, en el movimiento de la Ilustración, de carácter iluminista, que signó el siglo xviii.

A finales del siglo xv, cuando irrumpen las embarcaciones provenientes de España, bajo el mando de Cristóbal Colón, en la isla de Cuba existían varias comunidades indígenas que tenían una cultura propia, aunque relativamente poco desarrollada, en comparación con las grandes culturas precolombinas que llegaron a gestarse en otros territorios hispanoamericanos, tales como México, Guatemala y Perú, en los que se desarrollaron tres grandes civilizaciones: la azteca, la maya y la inca, las cuales se habían desarrollado durante siglos y habían llegado a su fase imperial. Ellas generaron, en algunos casos, concepciones filosóficas, astronómicas y científicas, dignas de tener en cuenta y que aún causan asombro en nuestros días.

No fue tarea fácil para los españoles destruir esos imperios, sus concepciones religiosas y tradiciones e imponer sus ideas. Pero en Cuba, a diferencia de esos territorios, las pocas culturas indígenas que existían –los taínos, siboneyes y guanajatabeyes– cuando irrumpen los colonizadores españoles en nuestra tierra, no representaban un obstáculo para que España impusiera paulatinamente la filosofía escolástica que imperaba en sus territorios, la cual fue introducida de inmediato, a partir de las propias concepciones de los conquistadores, que comenzaron a difundirse desde su llegada y a enseñarse, durante los siglos xvi y xvii en los primeros colegios y conventos, dedicados principalmente a la formación sacerdotal y de monjas, en los que se enseñaba teología, filosofía (escolástica), latín y música. Así nació la denominada “escolástica”, como fruto de la enseñanza del artistotelismo-tomista, por parte de los maestros españoles a los “criollos”, es decir, a los descendientes de españoles nacidos en la isla de Cuba.

En 1728 se funda la Universidad de San Gerónimo de La Habana (actualmente Universidad de La Habana, casi tricentenaria), bajo el auspicio de los dominicos. Sus primeros estatutos rigieron hasta 1842 e imponían la enseñanza del tomismo aristotélico, como única filosofía digna de ser enseñada a los discípulos.

Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, bajo la influencia del despotismo ilustrado del gobierno español de Carlos III, tras la expulsión de los jesuitas de Cuba, fue fundado en 1773 el Real y Conciliar Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cuyos estatutos fueron redactados por el ilustrado obispo Santiago José de Hechavarría y Elguezúa, que fueron aprobados por el rey, rigiendo la enseñanza en esa institución, que llegó a convertirse en poco tiempo en un verdadero taller de las nación cubana. Allí nació la filosofía propiamente cubana en gran medida, porque en la sección octava de sus estatutos, referida a la filosofía, se dictaminaba que los profesores de filosofía debían elaborar su propio texto, sin adscribirse obligatoriamente al aristotelismo tomista, que sirviera como base bibliográfica para el estudio de los alumnos del seminario.

Otro aspecto importante de la institución en esa época, es que en ella no solo se formaban sacerdotes, sino también hombres dedicados a otras profesiones, lo que generó una enseñanza de vanguardia, abierta al mundo nuevo que significaba la modernidad, la Ilustración y la introducción de los conocimientos que aportaban las ciencias modernas.

En el Seminario de San Carlos se formaron nuestros primeros y más destacados filósofos. Con el paso del tiempo, ellos fueron también nuestros grandes educadores y todos, sin excepción, bebieron de las fuentes del pensamiento filosófico universal, aunque supieron, con inteligencia y creatividad, generar un pensamiento propio, sustentado sobre las bases del “electivismo”. Su intención era buscar una filosofía propia para resolver nuestros problemas, consistente en escoger lo mejor de todos los sistemas filosóficos, sin adscribirse con pertinacia a ninguno de ellos, guiándose por las luces de la razón natural. Esta nueva “filosofía electiva” cubana debía ser capaz de enfrentarse a la escolástica.

El primer filósofo cubano fue José Agustín Caballero (1762-1835), a quien José Martí llamaría “el padre” de nuestra filosofía, el fundador del electivismo filosófico, autor de la primera obra filosófica cubana (Filosofía electiva, escrita originalmente en latín, en 1797), el introductor de la modernidad en Cuba, el precursor de nuestro iluminismo y el iniciador de la reforma filosófica en Cuba.

Él supo formar las mentes más preclaras que brillaron con luz propia a lo largo del siglo xix, el más importante de nuestra cultura.

Entre sus discípulos directos se destacan: Félix Varela (1788-1853), el continuador por excelencia de la reforma filosófica que iniciara su maestro; José Antonio Saco (1797-1879), el polemista, notable historiador y sociólogo; José de la Luz y Caballero (1800-1862), el educador por excelencia, protagonista de la polémica filosófica cubana de finales de la década de 1830; y de manera indirecta, fue también su discípulo José Martí (1853-1895), a través de su maestro y mentor Rafael María de Mendive, quien también estudió en el Seminario de San Carlos, en el que fue discípulo de Luz.

Ellos fueron continuadores de las enseñanzas del presbítero José Agustín en la cátedra de filosofía del Seminario y, entre todos, conformaron la corriente del electivismo filosófico cubano durante los cien años que van, desde 1795 –fecha en que Caballero abogó por vez primera ante la Sociedad Patriótica por una reforma general de la enseñanza– hasta 1895 –fecha de la muerte en combate del Apóstol, quien fue, según mi modesto criterio, el último de los electivistas del siglo xix y el integrador de las mayores adquisiciones intelectuales de sus predecesores–. Entre estas fechas se observa una trayectoria ascendente y vertiginosa del electivismo, el cual alcanza su más alta expresión en la cosmovisión de José Martí, el mayor filósofo cubano de todos los tiempos. Sobre su filosofía, el intelectual cubano Cintio Vitier ha expresado:

Martí parte, sin duda, de la tradición “electiva” cubana y americana […] Dentro del carácter propio de su pensamiento, que pudiéramos calificar de abierto, integrador y dialéctico, Martí asimilará ingredientes sustantivos del cristianismo, el estoicismo, el hinduismo, el platonismo, el krausismo, el positivismo, el romanticismo y el trascendentalismo emersoniano; incluso propondrá en varias ocasiones una síntesis superadora de la contradicción entre materialismo y espiritualismo; pero todos esos ingredientes o polarizaciones no serán los datos de una tesis conciliadora sino que encarnarán en la univocidad de su espíritu, arrastrados por el impulso ascensional de su acción revolucionaria, en el más completo sentido de esta palabra.1

Si bien, otras corrientes filosóficas estuvieron presentes en Cuba, durante la segunda mitad del siglo xix, pueden considerarse no representativas, ya que encontraron pocos exponentes, en filósofos aislados. Tal es el caso de Rafael Montoro, exponente del evolucionismo hegeliano, y Enrique José Varona, exponente del positivismo spenceriano. Sus cursos libres, dictados en la Academia de Ciencias de La Habana de 1880 a 1882 –conocidos como Conferencias Filosóficas– a juicio de Cintio Vitier, constituyeron el suceso cultural más importante de este período en la Isla.2 Como filósofo, Varona asumirá la postura de un riguroso fenomenalismo positivista, que se pone de manifiesto particularmente en la tercera serie de sus Conferencias Filosóficas, que dedicó a la Moral.3

En interesante reflexión, Vitier advierte que:

Varona reanuda la tradición filosófica interrumpida con la muerte de Luz […], tradición iniciada […] por Caballero y Varela […]. Pero la delicada integración de ciencia y fe, de empirismo y religiosidad, característica de aquéllos fundadores, ha desaparecido. El iluminismo cristiano se ha bifurcado en dos corrientes de imposible conciliación: el idealismo alemán, adoptado con más elegancia que profundidad, por Montoro, y el positivismo a secas de Varona.4

El año 1898 marca el fin de la guerra contra el dominio español sobre la isla de Cuba, pero la intervención de los Estados Unidos al final de la guerra librada por nuestros heroicos mambises contra el ejército español no se hizo esperar, empañando la victoria de los cubanos.

El 15 de febrero de 1898, la voladura del “Maine” fue el hecho “fabricado” por los EE. UU. para intervenir directamente en la guerra hispano-cubana. Esto les dio el pretexto para invadir de inmediato a Cuba, Filipinas y Puerto Rico, firmar el Tratado de París el 10 de diciembre de 1898, lograr la disolución del Ejército Libertador, mediante una hábil maniobra divisionista entre Gómez y la Asamblea del Cerro, último reducto de la dirigencia cubana, y sentar en la silla destinada a José Martí, a los sucesivos procónsules norteamericanos.

Sobre el país desangrado, arruinado, inerme, con la forzada o gustosa colaboración de cubanos eminentes, se prepararon las condiciones para iniciar la etapa de la neocolonia, avizorada desde 10 años antes por José Martí, rechazada siempre con idéntica energía por Antonio Maceo. Esas condiciones, en las que el bálsamo y el veneno se mezclaban, fueron el saneamiento de la Isla, la organización de la escuela pública por Frye y Hanna, la reforma de la enseñanza secundaria y superior (obra de Varona, en la línea cientificista iniciada por Varela y Luz), la Constitución de 1901, formalmente democrática y republicana, aunque con excesivas facultades para el poder ejecutivo, y el ominoso apéndice llamado Enmienda Platt, que establecía el “derecho” de intervención del gobierno norteamericano en Cuba y la cesión de parte de su territorio a Estados Unidos para estaciones navales o carboneras.5

Especialmente, la Enmienda Platt provocó fuertes manifestaciones populares, ante el agudo problema que significaba para los patriotas cubanos, que formaron dos grupos: 1) una minoría intransigente, que rechazaba de plano el humillante apéndice constitucional, liderada por Juan Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt, y 2) una mayoría que fue convenciéndose de que la aceptación de la enmienda podría ser superable en el futuro, ya que en el presente, aceptarla era el único modo de evitar la definitiva ocupación militar yanqui.

Sobre este hecho, Raúl Roa precisa: “En ese momento decisivo, en que la disyuntiva es república sin apéndice o lucha abierta para extirparlo, es cuando, precisamente, comienza a percibirse hasta qué punto ha avanzado el proceso de dispersión de la conciencia nacional”.6

Las primeras décadas del siglo xx

El 20 de mayo de 1902, Tomás Estrada Palma, de orientación pro-yanqui, ocupa la presidencia de la Seudo-República, ahora dependiente de otra potencia: los Estados Unidos de Norteamérica. De inmediato, el nuevo presidente firma el Tratado de Reciprocidad, dejando la hacienda y el comercio cubanos en manos norteamericanas, así como harán los sucesivos gobiernos de turno que le sucedieron, tales como el de José Miguel Gómez (Tiburón), Mario García Menocal (el Mayoral) y Alfredo Zayas (el Pesetero), los cuales respondieron a los intereses norteamericanos y solo sirvieron para aumentar la dependencia de Cuba a los Estados Unidos.

Desde la primera década del nuevo siglo se manifestaban serios signos de depauperación en la isla, mientras el panorama a nivel mundial resultaba nada alentador. En 1914 se desata la Primera Guerra Mundial y pronto sus consecuencias a nivel internacional se perciben en Cuba, tanto desde el punto de vista económico como social.

El escepticismo y el pesimismo cobran fuerza entre los cubanos, en el terreno filosófico. El panorama sociopolítico de Cuba era infausto y su destino se tornaba incierto. Pero en medio de ese ambiente desolador, se presentaba una generación –la primera–, cuyos integrantes, sin romper el puente con lo mejor del siglo xix, debían asumir como tarea inmediata, los dos problemas necesariamente aplazados por Martí, que habían sido expuestos en su carta final a Manuel Mercado: 1) la justicia social y 2) el antimperialismo republicano. Esta generación estuvo representada por algunos intelectuales patriotas, como Carlos Baliño, Eusebio Hernández, Manuel Sanguily y Enrique José Varona, quienes de diverso modo, eran ya martianos y marxistas7 y, trataban de mantener la continuidad con las mejores tradiciones de la Isla, aunque a veces, desde posiciones filosóficas que, lejos de encontrar soluciones, solo aumentaban el pesimismo sobre el destino del país y el de los cubanos, en medio de un ambiente sociopolítico en el que el racismo y la corrupción crecían en Cuba, la cual, si bien había logrado librarse del colonialismo español, ahora era presa del imperialismo norteamericano, pero esta vez como neocolonia.

Durante la segunda intervención norteamericana, por disposición del secretario de Guerra Willian Taft, la Constitución, las leyes, las autoridades, el servicio diplomático, la bandera, el himno y el escudo, continuaron vigentes, aunque todo resultaba un simulacro y una farsa. Pero en medio de la descomposición del país, comenzaría a surgir una horneada de jóvenes, que aunque constituían una minoría, se apertrechaban de nuevas armas ideológicas para reanudar la tradición mambisa y martiana.8

Por otra parte, la Revolución de Octubre triunfaba en 1917 y representaba el triunfo sobre el zarismo y la conquista del poder por el proletariado. Las ideas de Marx penetraban con gran fuerza en esos jóvenes y las conquistas de Lenin –líder indiscutible de la Revolución rusa– se presentaban como un modelo alternativo a seguir, en la lucha contra el imperialismo norteamericano.

Por otra parte, resulta importante destacar que el pensamiento filosófico va asumiendo desde los inicios del siglo xx, un marcado carácter ensayístico y en algunos casos hasta poético. En su problemática central, encontramos fundamentalmente temas de carácter político-social, como el de la relación entre identidad y nación, la importancia de la cultura y, el papel de los intelectuales y las instituciones en la práctica sociopolítica y cultural. Una gran producción de ensayos y artículos marca esta etapa, en los cuales se establece un diálogo de carácter crítico con las corrientes de pensamiento estadounidenses y europeas en boga, tales como el pragmatismo, el positivismo, el existencialismo, y tantas otras. Asimismo, el tema de la cultura pasa a un primer plano de discusión. A nivel continental, se percibe en esta época la influencia de importantes figuras del pensamiento latinoamericano, en cuyos escritos se abordaban temas filosóficos, antropológicos, culturales y político-sociales, como es el caso de Andrés Bello, José Ingenieros, José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña y José Carlos Mariátegui.

El año de 1920 marca el inicio de la depresión económica tras el fin de la Primera Guerra Mundial. En Cuba, al gobierno de Zayas sucede el de Gerardo Machado, uno de los gobiernos más crueles y represivos que sufrió el país.

En 1923 aparecen los primeros signos de la presencia de esa nueva generación de jóvenes, quienes darán muestras públicas de su inconformidad con los gobiernos corruptos de turno y reclaman poner en práctica nuevos métodos de lucha. Es la generación de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau y Antonio Guiteras.

Fue una generación esencialmente martiana, con gran influencia marxista, que muy pronto se dejó sentir en la sociedad cubana. Como apunta Cintio Vitier:

En enero de ese año, Mella funda la Federación Estudiantil Universitaria, que será uno de los focos revolucionarios más activos e influyentes del país; en marzo se constituye la Agrupación Comunista de La Habana, se realiza la Protesta de los Trece, contra la corrupción administrativa, capitaneada por Rubén Martínez Villena, y se esboza el Grupo Minorista de intelectuales de izquierda; en abril surge la Falange de Acción Cubana; en agosto cobra fuerza el movimiento de Veteranos y Patriotas, cuyos elementos jóvenes, con Rubén al frente, impulsan la acción insurreccional, al cabo fallida; en octubre se celebra el Primer Congreso Nacional de Estudiantes presidido por Mella, quien presenta ya un programa de inspiración marxista y funda en noviembre la Universidad Popular José Martí. En el curso de este año, Rubén, Pablo y Julio Antonio se conocen y se reconocen.9

Rubén Martínez Villena, el gran poeta de esta generación, escribe sonetos fulminantes, a través de los cuales denuncia la corrupción de los políticos de turno y salen de su pluma los versos inmortales de su famoso Mensaje lírico civil, dirigidos al poeta peruano José Torres Vidaurre. Entre los versos pareados que lo conforman se destacan los siguientes, por su tono vibrante, exaltado y revolucionario:

[…] Hace falta una carga para matar bribones,

Para acabar la obra de las revoluciones;

Para vengar a los muertos, que padecen ultraje,

Para limpiar la costra tenaz del coloniaje;

Para poder un día, con prestigio y razón,

Extirpar el Apéndice a la Constitución;

Para no hacer inútil, en humillante suerte,

El esfuerzo y el hambre y la herida y la muerte;

Para que la República se mantenga de sí,

Para cumplir el sueño de mármol de Martí; […].10

Con Rubén comienza a gestarse la Generación del 30, que tomaría nombre por su actuación de vanguardia en los años que precedieron a 1930, año en que se recrudeció la tiranía sangrienta de Gerardo Machado, a quien Villena llamó “el asno con garras”, en ocasión de la huelga de hambre memorable de Mella, que tuvo lugar, del 5 al 23 de diciembre de 1925, en protesta contra un injusto encarcelamiento.

En agosto de ese año se había fundado el Partido Comunista de Cuba, con Carlos Baliño al frente –quien había sido colaborador de Martí en el Partido Revolucionario Cubano, junto a José Miguel Pérez, José Peña Vilaboa, Alejandro Barreiro, Fabio Grobart y otros–, el cual muy pronto fue ilegalizado y reprimido.

Por su parte, Pablo de la Torriente Brau, nacido en Puerto Rico, había aprendido a leer con La Edad de Oro. Para un temperamento de su integridad vital, leer y escribir era también vivir y combatir. No fue martiano literario, de Academia ni de calcomanía, como entonces se usaban, sino por la raíz de los ideales justicieros que lo llevaron a morir peleando con los milicianos de la República española.11

Julio Antonio Mella en 1926 escribe su memorable folleto Glosando los pensamientos de Martí. Desde muy joven, se acerca a Martí desde el marxismo, con una lucidez crítica que tiende a extraer la lección dialéctica de la obra del Apóstol, como arma en la lucha, cuyo contexto nacional y mundial ha cambiado. Pero sobre todo se enfrenta a los adulones y a los hipócritas que hablan de Martí y puntualiza que “es necesario dar un alto, y, si no quieren obedecer, un bofetón, a tanto canalla, tanto mercachifle […], que escribe o habla sobre Martí”.12

Para Mella, como marxista-leninista que ha visto ya los frutos podridos de la “democracia representativa”, la interpretación literal y tantas veces retórica, del “con todos y para todos” no pasa de ser un buen deseo impracticable. Martí lo nutre más seguramente con otros contenidos de su prédica revolucionaria: el rechazo de los “tiranos nacionales”, el antimperialismo, el antirracismo, su identificación con los trabajadores. En estos aspectos se pone de relieve la dimensión de la eticidad que es el verdadero vínculo unitivo.13

Después de haber iniciado su liderazgo en la Universidad de La Habana, Mella fue expulsado en septiembre de 1925; se vinculó entonces a las masas obreras, y especialmente a la Unión de Torcedores, adonde trasladó la Universidad Popular José Martí. Funda la sección cubana de la Liga Antiimperialista de las Américas, de carácter martiano-marxista. Poco después, en acto simbólico, dotado con condiciones de formidable atleta, se lanza a la bahía de Cárdenas, llevando a nado la bandera de Cuba hasta donde se encontraba fondeado el buque soviético Vatslav Vorovski, acto que constituye la expresión palpable de su posición ideológica, a favor del marxismo-leninismo.

En 1928, viaja a México, país donde desplegó una intensa actividad revolucionaria. Allí, después de participar en el Congreso Mundial contra la Opresión Colonial y el Imperialismo en Bruselas, y en el Congreso de la Internacional Sindical Roja, en Moscú, cae vilmente asesinado el 10 de enero de 1929, por esbirros machadistas.

Su muerte desató protestas a nivel internacional y exacerbó en Cuba las luchas obreras.

El 20 de marzo de 1930, Rubén, su compañero de luchas, ya enfermo de tuberculosis, como guía de la Confederación Nacional Obrera de Cuba, organizó una huelga de trabajadores, desafiando la represión del tirano. Para esa fecha, Villena pertenecía al Comité Central del Partido Comunista. Condenado a muerte por el gobierno de Machado, parte hacia Nueva York. Allí, sus amigos deciden enviarlo a un sanatorio en el Cáucaso, para ver si era posible que se recuperara de la tuberculosis que padecía.

Poco después, en La Habana, tuvo lugar la manifestación estudiantil contra la tiranía de Machado, en la que muere Rafael Trejo y resulta herido Pablo de la Torriente Brau.

Raúl Roa, con el espíritu volcánico que le caracteriza, irrumpe en las luchas estudiantiles y escribe el Manifiesto del Directorio Estudiantil Universitario, que se proyectó entregar a Enrique José Varona. Poco tiempo después, Roa se convertiría en el mejor cronista de los hechos que acaecieron en la Universidad de La Habana durante la lucha contra el machadato.

De esa masa estudiantil revolucionaria, de profundo espíritu mambí y martiano, muy pronto se escindió un grupo de jóvenes –los más radicales–, bajo el nombre del Ala Estudiantil Universitaria.

Continuará.

Notas

1 Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral, Ediciones Unión, La Habana, 1995, pp. 78-79.

2 Ibídem, p. 70.

3 Según Cintio Vitier, a mediados de la década de 1880, Varona continuó dirigiendo la Revista de Cuba (1877-1884), con un nuevo nombre: Revista Cubana (1885-1895). Ambas fueron continuadoras de la conocida Revista Bimestre Cubana, que tanto prestigio alcanzó en su época, por su corte iluminista. Entre 1885 y 1895, junto a Varona, aparece una generación de críticos literarios y sociológicos, entre los que se destacan: Enrique Piñeyro, Rafael María Merchán y Manuel Sanguily. (Ídem).

4 El subrayado es de la autora. Como puede apreciarse, Vitier denomina “iluminismo cristiano” a la corriente del electivismo cubano del siglo xix (ídem). Más adelante, cuando aborda en el referido libro la filosofía del Apóstol en la p. 78, reconoce que Martí parte, sin duda, de la tradición electiva cubana y americana.

5 Ibídem, pp. 97-98.

6 Ibídem, p. 98.

7 Ibídem, p. 110.

8 Ibídem, p. 105.

9 Ibídem, p. 106.

10 Ibídem, p. 108.

11 Ibídem, p. 110.

12 Ídem.

13 Ibídem, p. 111.

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