Entretenimiento / Virales

Rita M. Buch Sánchez*

III

La década de 1950

La Revolución del 30 que culminó en 1935, se había caracterizado por su masivo carácter antiimperialista, el cual se puso particularmente de manifiesto en la profunda crisis revolucionaria que se produjo entre agosto de 1933 y enero de 1934.

Según el destacado filósofo cubano Fernando Martínez Heredia, poco tiempo después, el antiimperialismo retrocedió. Pero el régimen del coronel Batista continuó subordinado al imperialismo yanqui, ya que el guiterismo –su mayor enemigo– se había desintegrado, tras el asesinato de su líder.

Por su parte, el Partido Comunista se sometió a los nuevos dictados de la Internacional y asumió la orientación antifascista, que se desarrolló profusamente y poco a poco fue sustituyendo al antiimperialismo que había prevalecido en nuestro pueblo, hasta mediados de los años treinta.

La guerra de España fue el último baluarte del espíritu revolucionario del treinta. Desde 1936, más de mil cubanos fueron a España a pelear durante la Guerra Civil Española, hasta 1939, año en que culmina esa contienda y comienza la Segunda Guerra Mundial, en la que se produjo el gran enfrentamiento entre los poderes fascistas y el resto del mundo.

Cuba, al igual que el resto de los países latinoamericanos, militó en el campo de los Aliados, por lo cual, el antiimperialismo prácticamente no tuvo espacio en esos años.

El mundo ideológico cubano entre 1945-1955 solo puede comprenderse a partir de las realidades nacionales de hechos e ideas, por muy importantes que sean los condicionamientos internacionales. Así sucede en todas las sociedades que hayan desarrollado su vida propia.#1

Según Martínez Heredia, el neocolonialismo seguía plenamente vigente, y la conciencia social había ganado cuatro grandes batallas:

1. Autoconfianza del cubano en su total capacidad para gobernarse, sin tutela alguna.

2. Generalización de la identificación del dominio norteamericano sobre Cuba.

3. Muy ricas prácticas recientes de resistencia y de lucha.

4. Integración de la liberación nacional del yugo neocolonial como parte de proyectos cubanos y de estrategias políticas.

La dominación se vio obligada a tener muy en cuenta esas realidades para lograr plasmar su nueva hegemonía. Durante ese período, la Ortodoxia, fundada e impulsada por su líder Eduardo Chibás, representó el punto más alto de la conciencia política y la movilización popular.

Su consigna fue: “Vergüenza contra dinero” y apelando a las fuentes más radicales de la Revolución del 30 se presentó como el vehículo cívico idóneo para adecentar la vida pública y realizar las transformaciones que necesitaba la sociedad.

En agosto de 1951, antes de dispararse un tiro en público –que el pueblo escuchó a través de las emisoras de radio que transmitían su discurso en vivo– se le escuchó gritar desgarradoramente: “Pueblo de Cuba, por la independencia económica, la libertad política y la justicia social, este es mi último aldabonazo”.#2

Según la opinión de Cintio Vitier, el suicidio público de Chibás fue la señal de que se estaba llegando a un punto-límite de nuestra historia. Poco después, el 10 de marzo de 1952, Fulgencio Batista ocupaba de nuevo el Campamento Militar de Columbia y Prío Socarrás huía sin gloria al exilio.3

En 1953 surge la Generación del Centenario, a los cien años de la muerte del Apóstol José Martí. El asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de ese año fue el primer grito de ¡Libertad o Muerte!

Habría que batallar muy duramente, tanto en la Sierra como en el Llano, hasta llegar al triunfo de la Revolución el 1.º de enero de 1959.

El asalto fue organizado en tres secciones: una al mando de Abel Santamaría, desde el hospital Saturnino Lora; otra al mando de Raúl Castro, desde el Palacio de Justicia; y otra al mando de Fidel, que atacaría directamente la fortaleza. El mismo fracasó por causas imprevisibles, así como el que se realizó simultáneamente al cuartel de Bayamo. A pesar de haber sido apresados sus principales líderes, se desató durante varios días una matanza terrible en Santiago de Cuba y sus alrededores. En el discurso de autodefensa de Fidel Castro, conocido como “La historia me absolverá”, quedarían plasmados los objetivos por los que luchaba la Generación del Centenario y sus vínculos ideológicos indisolubles con el legado del Apóstol.

Fueron muchos los mártires que entregaron su sangre en aquella contienda y casi todos los que fueron capturados vivos, fueron salvajemente torturados por los esbirros batistianos, antes de ser asesinados.

Después vinieron los días de prisión en Isla de Pinos, hasta que en mayo de 1955, decretada bajo presión cívica y con fines electorales una amnistía, los sobrevivientes de aquella epopeya fueron liberados, salieron hacia México, con el fin de preparar desde allí, la lucha armada definitiva.

En Ciudad México, Fidel y sus compañeros hicieron un intenso trabajo conspirativo de organización y entrenamiento. Allí conocieron a Camilo Cienfuegos y a Ernesto Che Guevara, que se sumaron a la lucha.

Tres años después, el 2 de diciembre de 1956, desembarcaban los expedicionarios del Granma en Playa Las Coloradas, al suroeste de Oriente, procedentes del puerto de Tuxpan, en México. Fue un viaje lento y difícil que duró una semana, debido al exceso de carga que traía el pequeño yate y ciertas dificultades que se presentaron durante el trayecto, hasta que finalmente lograron desembarcar de noche en la playa cubana, por una zona extremadamente cenagosa, que les provocó a casi todos úlceras en los pies.

Pronto fueron sorprendidos por la aviación y las tropas batistianas en Alegría de Pío, donde las tropas fueron diezmadas.

Por otra parte, en apoyo al desembarco del Granma, se había preparado una huelga general dirigida por Frank País, que tendría lugar el 30 de noviembre, pero solo tuvo éxito parcial, y al costo de vidas preciosas.

Según Martínez Heredia, existió una gran coincidencia de principios y aspiraciones entre la Ortodoxia y el Movimiento 26 de Julio, que inició sus acciones con el asalto al cuartel Moncada. Refiere que cuatro años después de la muerte de Chibás se expresaba en el “Manifiesto número uno” de este Movimiento lo siguiente:

“¿Qué es el 26 de Julio? Es la Ortodoxia sin latifundistas, sin politiqueros, es la ortodoxia sin especuladores, es decir, es la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”. El proyecto revolucionario de los moncadistas de 1955 y 1956 parece ser completar la Revolución del 30, y su apelación a la violencia pudiera deberse a que el golpe militar y la dictadura batistiana habían cerrado la posibilidad de lograr los cambios necesarios mediante la movilización cívica y los procesos electorales. Sólo las prácticas demostraron que la revolución necesaria no cabía dentro del sistema del capitalismo neocolonial y estaría obligado a barrerlo.#4

A juicio de este destacado filósofo cubano:

Los revolucionarios que hicieron la insurrección pensaron mucho, tuvieron que pensar las cosas complejas y ser originales […].

Frente al nuevo mundo que levantaban en Cuba los hechos y las ideas de la revolución, el pensamiento también tenía que revolucionarse.

El antiimperialismo insurgió por todas partes desde 1959, enseguida se volvió masivo y ocupó un lugar central en los sentimientos, las motivaciones, la decisión de luchar y la explicación de lo político. Fue el núcleo básico de la ideología revolucionaria durante las jornadas colosales de aquellos primeros años del poder popular revolucionario, pero ahora la reivindicación y la defensa de Cuba frente a Estados Unidos estuvo ligada a muerte con la justicia social: era un antiimperialismo anticapitalista y socialista.#5

En Cuba, desde 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, los historiadores realizaban congresos anuales, organizados por Emilio Roig de Leuchsenring, historiador de la ciudad de La Habana desde 1935, destacado investigador caracterizado por su erudición y por el carácter antiimperialista de sus escritos y de su accionar.

Ya en su primer Congreso de 1943, los historiadores acordaron la siguiente Resolución: “Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos”. Diez años después –en las páginas de la Memoria del “Congreso de escritores martianos”, evento internacional celebrado en 1953, en ocasión del centenario del Apóstol, aparecen importantes trabajos, como “El americanismo de Martí”, de Emilio Roig, y los aportes críticos en el campo literario, de Federico de Onís, Max Henríquez Ureña, Manuel Pedro González, Enrique Anderson Imbert y Concha Meléndez. Previos al Congreso fueron los discursos pronunciados el 28 de enero en el Capitolio Nacional por Fernando Ortiz y Gabriela Mistral.6

En 1960 se celebró el último en Matanzas, en medio de un gran entusiasmo revolucionario. Poco tiempo después, murió Emilio Roig y su memoria y legado, especialmente importantes, fueron quedando en el olvido, hasta ser rescatados del paso del tiempo por Eusebio Leal Spengler, actual historiador de la ciudad de La Habana, quien supo continuar su tarea y logró superarlo en su empeño, al dedicar su vida a la magna obra de recuperar y reconstruir el patrimonio material e inmaterial de nuestra ciudad y de nuestro país.

La nacionalización de la educación y de los medios

de difusión masiva

Al triunfo de la Revolución el 1.º de enero de 1959, la mayor parte de la educación en Cuba se concentraba en escuelas e instituciones privadas, con excepción de algunas escuelas públicas, la Universidad de La Habana y otros centros de enseñanza superior. Pero en mayo de 1961 fue nacionalizada la educación en todos los niveles. Se secularizó la enseñanza, se uniformaron a todos los estudiantes de los niveles preuniversitarios, se cambiaron (o se adaptaron a las nuevas circunstancias) los planes de estudio, se crearon nuevas carreras universitarias, que antes no existían –en función de las necesidades sociales–, y sobre todo, se llevó a cabo la gigantesca tarea de erradicar el analfabetismo en campos y ciudades, con el apoyo de todo el pueblo. A finales de ese año, Cuba se declaraba “territorio libre de analfabetismo”. Por otra parte, surgieron planes especiales para capacitar a las mujeres (obreras, campesinas y amas de casa) y a otros sectores de la población antes relegados, en tareas como “corte y costura” y otras similares. Se trataba de una reforma educacional sin precedentes.

Respecto a los medios de comunicación, desde marzo de 1960 la administración de las grandes rotativas había pasado a la Imprenta Nacional de Cuba, y entre mayo de ese año y los inicios de 1961 desapareció o fue nacionalizada la mayoría de los medios de comunicación de propiedad privada.

La Habana presumía en esos años de gran riqueza cultural y diversidad en estos medios. Existían más de una docena de diarios nacionales, con abundantes páginas bellamente adornadas y secciones en rotograbado. Había otros más pequeños, pero muy ágiles, que incluían cómics, crónicas e informaciones importantes o de última hora.

También deben mencionarse las revistas, entre las cuales destacó Bohemia, de frecuencia semanal, la más leída e influyente, sobre todo por el papel de denuncia y testimonio de la sangrienta dictadura de Batista, con su oleada de crímenes, asesinatos y torturas, que quedaron plasmados en sus páginas con gran objetividad. Esta revista no solo circuló en el país, sino que tuvo gran difusión en América Latina y fue la más importante de su tipo en la región que está entre México, el Caribe y el norte de Sudamérica. Se conoce que semanalmente, solo a Buenos Aires, se enviaban 700 ejemplares por avión.

Por otra parte, existía un conjunto de emisoras radiales nacionales y regionales que disfrutaba de gran difusión a nivel nacional y regional. Algunas, por ejemplo, se escuchaban en el sureste de México y muchos mexicanos cada día sintonizaban sus estaciones preferidas, para escuchar novelas, programas cómicos y musicales.

Por su parte, la Televisión –el invento técnico más novedoso de la época–, se implantó aceleradamente en todo el país y contribuyó definitivamente a la divulgación de las nuevas ideas.

Sobre la nacionalización de todos estos medios en 1961, Fernando Martínez acota lo siguiente:

No hay que confundirse: la mayor parte de los medios siguió existiendo, y continuó allí una buena parte de los que trabajaban en ellos. El buen investigador no tiene manera de desentenderse de las personas, sus oficios, sus relaciones sociales y sus creencias. La nacionalización de los medios es un hecho histórico decisivo; la vida, el contenido y otras muchas cuestiones de los medios en los años sesenta es otro hecho histórico.7

La victoria de Girón y

el éxodo masivo de

profesionales en 1961

En el verano de 1961, tras la victoria del pueblo a mediados de abril y la derrota de las tropas mercenarias invasoras en Playa Girón, el éxodo hacia Estados Unidos aumentó, alcanzando en corto tiempo cifras sin precedentes. Fue entonces que se produjo un éxodo masivo de profesionales. La mitad de nuestros médicos, así como un elevado número de profesores universitarios, ingenieros, arquitectos, maestros normalistas y personal altamente calificado, abandonó el país por avión, acompañados de sus familiares. Lo mismo ocurrió con prestigiosos intelectuales.

[…] Se vivía en eterna tensión, cambiaban las relaciones y las ideas que se tenían sobre ellas y sucedían extraordinarias desgarraduras. Desde 1960 eran una realidad las bandas contrarrevolucionarias en el Escambray y otros lugares del país. En su mayoría era gente de pueblo, que peleaba contra la revolución que pudo haber sido su revolución. Algunos ponían bombas en La Habana, provocaban incendios, asesinaban milicianos de posta. Es decir, se desplegaba ante todos el correlato inevitable del poder popular: la virulencia de la lucha de clases.8

La reanimación filosófica-cultural en Cuba a partir de 1950

Desde el punto de vista filosófico, si desde 1940 se había observado una reanimación filosófico-cultural, la década de 1950 será testigo de una intensificación de los estudios filosóficos dirigidos al rescate del legado de nuestros padres fundadores y a demostrar la densidad, riqueza y complejidad del pensamiento filosófico cubano, desde el padre José Agustín Caballero hasta Enrique José Varona. Acercarse al inmenso legado del Apóstol se presentaba en aquellos días como un sueño irrealizable.

En el contexto de la década de 1940, tras la muerte de Guiteras y la Constitución de ese año, el interés por la obra de Varela –nuestro primer independentista– y los restantes padres fundadores de la nación cubana, adquiere inmensas proporciones, aunque en el caso del sacerdote católico que murió en el destierro, su obra escrita era quizás la menos conocida y su figura llegó a ser víctima de manipulaciones y hasta de tergiversaciones, o en el mejor de los casos, se hacían valoraciones mezcladas con la leyenda.9

No obstante, el Dr. Emilio Roig, historiador de la Ciudad de la Habana, hacia 1935, había logrado reunir a un grupo de varelianos, que con el tiempo pudieron brindar una visión más acertada y realista sobre la vida y obra de Varela. Cabe destacar la biografía de monseñor Eduardo Martínez Dalmau, quien fue el primero en señalar que en Varela no hubo contradicción entre su patriotismo y su religión, y el texto escrito por Antonio Hernández Travieso, intitulado: La reforma filosófica en Cuba.#10

Pero a pesar de estos esfuerzos, no se lograba una visión integral que interrelacionara los múltiples elementos que componían su magna obra, tales como su pensamiento filosófico, científico, pedagógico, ético y político, entre otras facetas en las que incursionó.

Después, fueron publicadas las importantes obras de Medardo Vitier, Las ideas en Cuba, editada por la Editorial Trópico, La Habana, en 1838, y La filosofía en Cuba, editada por el Fondo de Cultura Económica, en México, en 1848,#11 las que contribuirían, respectivamente, a la sistematización del pensamiento cubano y a la divulgación del acervo filosófico que desde el siglo xviii nos legaran los padres de nuestra nación. Ciertamente, ambas obras representaron en su conjunto los primeros intentos de sistematización de nuestra historia de la filosofía, por lo que se manifiestan en las mismas las limitaciones que imponía la época en la que fueron escritas, pero esto no opaca sus valores intrínsecos. Entre estas limitaciones, pudiéramos citar, que en la primera de ellas su autor reconocía que: “Las obras del P. Varela no son hoy muy asequibles”.12# Por otra parte, en el Prólogo, Medardo Vitier anunciaba lo siguiente:

Este libro es de interpretación, sustancialmente, no de erudición. La finalidad no ha sido relatar la sucesión de los hechos y acaecimientos de la cultura nacional en su orden riguroso, ni en la totalidad de sus detalles, sino situar esos hechos […] en plano interpretativo, a la luz de las doctrinas que los informan y animan.#13

A pesar de los intentos de este autor –que, para su época, resultaron encomiables e imprescindibles por los abundantes datos que aportaba y por la sistematicidad que brindó en su exposición–ambas obras resultaron más descriptivas que valorativas, por lo que dejaron lagunas que solo pudieron ser resueltas por estudios posteriores. No obstante, resultó una importante fuente de información para los historiadores de la filosofía cubana.

Entre las lagunas señaladas, resaltan elementos, algunos de los cuales serían superados por el propio autor en obras posteriores, como es el caso de la omisión de Martí en nuestra historia de la filosofía. Asimismo, cuando hace referencia a José Agustín Caballero lo hace en tonos pálidos, que opacan su figura y el lugar que ocupa por derecho propio como el “padre” de la filosofía cubana, tal como lo llamara Martí, y como el maestro que formó a Varela y a muchos otros talentos filosóficos del siglo xix.

Un ejemplo de esto, lo encontramos cuando afirma que:

En Cuba no se enseña verdadera filosofía hasta los cursos del P. Varela en el Seminario de San Carlos […]”,14# o cuando afirma: “Riesgo grande hay también en estimar las lecciones de José Agustín Caballero como la expresión de una reforma filosófica”,15# o cuando refiriéndose a la obra Philosophia Electiva, la denomina “tratadito”, cuando plantea que el P. Caballero representa bien el tipo de mentalidad fronteriza,#16 o cuando señala que: “En punto a método, expone el de la disputa y aconseja normas a los disputantes”,17# obviando la postura electiva que plantea en su obra el Presbítero.

También, en otras ocasiones, en que se refiere a Varela, lo vincula a Caballero, sin hacer las distinciones imprescindibles entre ambos pensadores. Así, por ejemplo, expresa:

José Agustín Caballero y Félix Varela dibujan la crisis de la colonia, en lo político y en lo docente”18# y por otra parte, señala que: “El P. Caballero y su discípulo Félix Varela sembraron simientes liberales desde la cátedra y el libro, en los años finales del siglo xviii y en los primeros decenios del siglo xix.19#

No obstante, resultan significativos, los treinta asuntos relativos a la filosofía, propuestos por este autor, que al final del segundo libro, dejaba de forma enumerada, como aspectos que, según recomendaba, debían ser desarrollados por los investigadores y jóvenes que se dedicaran a la materia.

De manera similar, había que recuperar aún gran parte de la obra de Caballero, la de Saco, la de Luz y la de Varona.

En esta labor exegética se destacan tres libros importantes: El padre Varela. Forjador de la conciencia cubana (1949), de Antonio Hernández Travieso; José Agustín Caballero y los orígenes de la conciencia cubana (1952), de Roberto Agramonte, y Lo cubano en la poesía (1958), de Cintio Vitier.

La década de 1950 fue extremadamente importante en la labor de recuperación de nuestro legado filosófico, y sobre todo, el texto citado de Agramonte, fijaba la atención en el primer filósofo cubano y en el papel que había desempeñado su magisterio y su obra, en los orígenes de nuestra conciencia. Ocho años antes, en 1944, gracias a la labor del afamado profesor de sociología y gran estudioso de las figuras de nuestro siglo xix, quien junto a Elías Entralgo dirigió la Biblioteca de Autores Cubanos editada por la Universidad de La Habana, se había publicado la Philosophia electiva de Caballero, la cual había permanecido inédita casi siglo y medio, en su forma original de manuscrito, en latín.

Pero aún quedaba mucho por hacer… Había que rescatar la obra de Martí, lo que significaba una tarea monumental y de equipo.

Como es natural, esta corriente exegética volcada sobre la tradición cubana con una avidez y tenacidad que delataban la dolorosa frustración del presente, no podía ignorar al hombre mayor de nuestro siglo xix […]. Martí no era como Heredia, Saco o Varona, o incluso la totalidad del proceso intelectual cubano, abarcable para un solo investigador. La aparición sucesiva de sus Obras Completas iniciada por Gonzalo de Quesada y Aróstegui en 1900, continuada por las Editoriales “Trópico” y “Lex” en 1936 y 1946, descubría territorios espirituales de una vastedad y variedad sin paralelo.20

Como parte de esta monumental tarea surgieron las primeras biografías de Martí, elaboradas por Manuel Isidro Méndez, Jorge Mañach, Gonzalo de Quesada y Miranda, Félix Lizaso, Luis Rodríguez Embil y Rafael Esténger, así como otras que, aunque dejaron un saldo positivo, en general, resultaban insuficientes, por exceso de “novela”, de “mística” o de “anécdota”.

Entre los estudios realizados sobre Martí en estos años, se destacan los excelentes ensayos de Juan Marinello, tales como “Caminos en la lengua de Martí” (1955), y “Martí, escritor americano” (1959).

Por otra parte, no hay que olvidar, el influjo que experimentó el pensamiento cubano de la época, de tres figuras destacadas del pensamiento filosófico latinoamericano: Rodó, Ingenieros y Mariátegui, a través de sus respectivas obras cumbres: Ariel, Las fuerzas morales y Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, muy divulgadas en nuestro ambiente filosófico-cultural. Sobre ellos, escribieron los mejores ensayistas de la época, entre los que se destacan, Jesús Castellanos, con su escrito “Rodó y su Proteo” (1910); Raúl Roa, con “La actitud política y social de José Ingenieros”, y el propio Juan Marinello, con su ensayo “El amauta José Carlos Mariátegui” (1937).

Retornando a lo que Cintio Vitier ha denominado con acierto y fundamentación, “la exégesis martiana de los años 40 y 50”21 es necesario mencionar a otros destacados intelectuales, cuya obra contribuyó de manera sensible, al rescate del legado del apóstol, por tres vías principales:22

1. La de un emocionado eticismo, humanista y liberal, representado por Isidro Méndez con sencillo maestrazgo y con más rasgo de asociaciones culturales por Medardo Vitier (Martí, estudio integral, 1954).

2. La interesada centralmente en la ideología y en la praxis revolucionaria concreta, ilustrada por los sólidos alegatos de Emilio Roig, por un libro certero de Leonardo Griñán Peralta, Martí, líder político (1943), y por la pauta marxista de Blas Roca en José Martí, revolucionario radical de su tiempo (1948), contrastante con la versión conservadora de Jorge Mañach en El pensamiento político y social de Martí (1941); y la vía de las estimaciones estilísticas, dentro de un contexto de valoración marxista, impulsada por Juan Marinello y José Antonio Portuondo.

3. La enorme obra de Fernando Ortiz y su investigación antropológica, que vino a exorcizar científicamente, el mayor y más dañino tabú de nuestra cultura, revelando el inmenso y básico aporte de la población de raíz africana dentro del conglomerado social cubano y su constelación de mitos, símbolos y expresiones populares. Don Fernando volvió a descubrir la isla de Cuba, su historia y su cultura, al iluminar por primera vez la identidad sincrética y mestiza de su pueblo. Por otra parte, su descubrimiento científico venía a completar un descubrimiento poético de primera magnitud, que apuntaba también hacia la descolonización de nuestra cultura y, por tanto, hacia la transformación revolucionaria de toda la sociedad cubana, que había plasmado Nicolás Guillén en El son entero, en 1947 y había alcanzado plena madurez en los años subsiguientes.

Continuará.

Notas

1 Fernando Martínez Heredia: A viva voz, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 37-38.

2 Citado por Fernando Martínez Heredia: Ob.cit., p. 38. (El subrayado es de la autora).

3 Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral, Ediciones Unión, La Habana, 1995, p. 125.

4 Fernando Martínez Heredia: Ob.cit., p. 39.

5 Ibídem, pp. 40 y 41.

6 Cintio Vitier: Ob. cit.

7 Fernando Martínez Heredia: Ob. cit, p. 44.

8 Ibídem, p. 45.

9 Hasta finales del siglo xx, los libros de Varela fueron publicados de manera dispersa, lo que impedía a los investigadores formarse una visión de conjunto sobre su concepción del mundo. No sería hasta 1997, que sus principales escritos aparecieron reunidos como Obras en tres tomos, gracias al feliz esfuerzo de un colectivo de investigadores, integrado por Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta y Mercedes García Rodríguez. Esto ofreció por primera vez a los estudiosos del pensamiento cubano la posibilidad de abordar el pensamiento de Varela de manera integral y orgánica.

Al ofrecer por primera vez agrupadas las obras y documentos de Félix Varela y Morales, se colocaba en manos de las presentes generaciones, en particular de las más jóvenes, un apreciable conjunto teórico en el cual pueden estudiarse en sus brillantes, y a la vez desgarradoras realidades, los orígenes, no exentos de contradicciones e incomprensiones, del pensamiento cubano y de sus fundamentos éticos.

10 Véase Eduardo Torres-Cuevas: “Introducción”, en Félix Varela: Obras, Editorial Imagen Contemporánea, La Habana, 199, pp. XIII-XIV.

11 Me refiero a la primera edición de estas obras, las que posteriormente, en 1970, serían publicadas en un solo libro por la Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, unidas bajo el título: Las ideas y la filosofía en Cuba. Para ello se partió de la primera edición de ambas obras.

12 Medardo Vitier: Las ideas y la filosofía en Cuba, Prólogo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p. 197.

13 Ibídem, p. 9.

14 Medardo Vitier: Ob. cit., p. 192.

15 Ibídem, p. 331.

16 Ibídem, p. 333.

17 Ídem.

18 Ibídem, p. 12.

19 Ibídem, p. 13.

20 Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral, ob. cit., p. 132.

21 Ibídem, p. 136.

22 Ídem.

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