Introducción
La historiografía referente a los africanos y sus diversas calidades (castas)1 en la región de la península de Yucatán, al sureste de México, se ha acrecentado en las últimas décadas. A pesar de ese esfuerzo académico, en lo concerniente a Mérida, el general de la sociedad aún no conoce y, en consecuencia, no asimila su presencia y actuación en el pasado. Esta tarea es un pendiente histórico, y aún más debido a la reciente integración y reconocimiento de ese grupo social en el artículo 2.º de la Constitución mexicana.
Como aportación a la difusión de la historia de los africanos y afrodescendientes en la ciudad, en estas líneas se puntualizan los tres sitios destinados para su religiosidad y administración en Mérida durante los siglos de coloniaje español.
Un primer espacio. Su
parroquia en Catedral
El 6 de enero de 1582, fray Gregorio de Montalvo le informaba al soberano español de la existencia de cinco cofradías de fieles en el espacio de la aún inconclusa Catedral, entre ellas una denominada del Santo Nombre de Jesús. Aunque no hacía mención de quiénes eran los cófrades, es posible que haya sido la de los africanos (Scholes y Menéndez, 1936, II, p. 90).2
Así, años después, Francisco de Cárdenas Valencia indicaba en 1639 que en la Catedral existían tres curatos, uno de españoles, con dos curas beneficiados y tres cofradías. Los otros curatos eran uno para la administración de los negros y mulatos, esclavos y libres, y otro para los indígenas criados y domésticos existentes en la ciudad. Al caso de los africanos, Cárdenas Valencia señaló:
Tiene este beneficio para su administración asignada una capilla [de las diez que menciona] que es la última de las que están al lado del Evangelio, con advocación del Santísimo Nombre de Jesús,3 cuya cofradía está allí fundada con autoridad de los señores obispos. Sustentase esta cofradía con las limosnas que se piden los días asignados, así entre los negros como también entre los españoles porque hay muchos asentados cófrades en ellas (p. 50). (Ilustración 1)
La mención de Cárdenas Valencia acerca de los cófrades propios de la hermandad de africanos y sus descendientes, quizá la misma de 1582, no es muy clara en cuanto a si ambos grupos estaban en la hermandad del Santo Nombre de Jesús; sin embargo, los datos posteriores aclaran que tanto africanos y afrodescendientes, así como españoles y criollos eran “esclavos” de la misma asociación. Incluso, cuando desapareció esa cofradía o se le cambió la devoción a la Virgen de las Montañas a fines del siglo xvii, la participación de esa gente fue más notoria.
Las cofradías fueron importantes en el proceso de cristianización de los africanos y su descendencia en la América colonial. Eran promovidas por las órdenes religiosas, los propios futuros cófrades libres y esclavos, o en algún caso, un laico español hacía la solicitud de la creación para mejor instrucción religiosa de los africanos. Estos encontraron en esa agrupación una forma de mantener su conciencia de solidaridad, su sentido de colectividad y pertenencia, a través de prácticas religiosas, así como para constituir sistemas de alianzas por medio de parentesco ritual. (Roselló, 1998; Gutiérrez, 2008; Restall, 2009; Castañeda y Velázquez, 2012).
La participación de etnias diversas o grupos sociales disímiles en las cofradías no era lo más común, puesto que la mayoría de esas hermandades, quizá por defender sus intereses o por orgullo, no aceptaban a los aspirantes que pertenecían a otras castas, sobre todo las que se fundaron en el primer siglo de la colonia (Gutiérrez, 2008).4 Incluso, el significado de la palabra cofradía que proviene del latín cum con, y de frater hermano, es indicativo de que los miembros del grupo, en principio, se trataban como hermanos buscando una identidad colectiva (Martínez, 1977, pp. 57-58).
En el apuntamiento de Cárdenas Valencia de 1639 se indica que, al parecer, esa hermandad tuvo un carácter abierto,5 y pluriétnico puesto que admitía gente no propia de un solo grupo social, tal como aconteció en diversas partes de América y Nueva España. Asimismo, el caso no sería único en Yucatán, ya que en la población de Valladolid se señala la existencia de una hermandad que incluía hispanos, africanos y mayas (Restall, 2009, p. 237). En la del Santo Nombre de Jesús, de la capital yucateca, al parecer, dos sectores de la gente que vivía en la capital provincial para ese entonces participaban.
El segundo espacio. La iglesia
del Santo Nombre de Jesús
La sede ex profeso para los africanos y sus calidades se abrió a principios de 1686, en tiempo del obispo Juan Cano Sandoval (1682-1695). Ha sido infructuosa hasta ahora la búsqueda de documentación acerca de la construcción de ese asiento religioso para africanos y afrodescendientes en Mérida.6 En otro tipo de documentación, el obispo e historiador Crescencio Carrillo y Ancona (1979, II, p. 606) publicó en 1895, que durante el obispado de Cano Sandoval y de Juan Bruno Tello de Guzmán como gobernador (1683-1688), se levantó “la parroquia de la Sacra Familia Jesús, María y José”, concluida en 1684 (sic). El señalado religioso escribió el nombre que él intentó poner a aquella iglesia para la segunda mitad del siglo xix, y no se refirió al nombre que tuvo cuando albergaba a los africanos.
La apertura del nuevo espacio para aquellos subalternos se dio el 15 de enero de 1686, según consta en un registro localizado en el libro 2 de Jesús María (1671-1716), donde se notifica la apertura de la parroquia con el título del Santo Nombre de Jesús.7
Acerca del cambio de ese espacio religioso, presuntamente se debió a un alza demográfica de esas calidades y por la separación administrativa dictada por la Corona. Ello motivó su retiro de la Catedral, lo que obligó a que se erigiese un recinto exclusivo para aquella gente en otra área de la ciudad, cercana a la plaza principal, asunto que refuerza la idea de que, aún para ese tiempo, la morada de los africanos era mayoritariamente en ese mismo espacio urbano, y no “extramuros” de la misma (Victoria, 2014).8
Carrillo y Ancona (1979, II, p. 606) escribió que al terminarse la construcción de la iglesia se colocó en la fachada una placa que decía “Gobernando el Sr. Gral. D. Juan Bruno Tello de Guzmán, año de 1684”. Asunto que Rubio Mañé (1945, I, p. 406) completó al decir que ese gobernante “ayudó con su peculio para la construcción del templo”.
Existe una discrepancia de dos años entre la fecha que se anota en el acta sacramental (1686), y la que supuestamente tuvo la placa de finalización (1684). No parece lógica la espera de dos años para que se pasasen los africanos y su gente a la nueva sede, por lo que en estas líneas se opta por aceptar como certera la datación existente en el referido libro 2 de matrimonios. Para el 10 de octubre de 1684, Cano Sandoval realizó una visita al Sagrario para verificar el libro de sacramentos matrimoniales correspondiente a los negros y mulatos,9 lo que indica que el grupo aún permanecía en ese espacio.
En cuanto a la población africana y afrodescendiente, la cifra ofrecida por Fernández y Negroe (2005, pp. 28-33), para el lapso de 1657 a 1750, es de 834 personas, casi un 150 % mayor que en el período de 1567 a 1651, cuando eran 335 afros, según esos investigadores.
La edificación del templo por parte del clero secular, junto con otras obras del siglo xvii –la iglesia de los jesuitas, el convento de Mejorada, y el edificio del Ayuntamiento meridano en el costado poniente de la Plaza Principal–, puede ser vista como parte de la consolidación urbana de Mérida y del equipamiento público de los dos primeros siglos de vida de la ciudad (Peraza, 2005, pp. 100-101). Pareciera que la sociedad delimitaba o conformaba mejor sus espacios civiles y religiosos, a lo que pudiese responder, como se ha dicho, la salida de los africanos de la Catedral por el índice numérico que iba en aumento y por lo estipulado sobre la separación administrativa.
Por otra parte, se sabe que el frente o ancho del templo, y, por ende, de la iglesia del Santo Nombre de Jesús, fue de 12 metros, por 24 metros de longitud hasta lo que sería el presbiterio, y 10 metros más de fondo de este, en total la nave fue de 34 metros de longitud10 (Fernández, 1945, I, pp. 406-407). (Ilustración 2)
La apertura del templo para ese grupo dio pie para que también se contase con un espacio destinado para dar sepultura a los parroquianos fallecidos, aparte de poder ser enterrados en el interior del templo. Un dato del camposanto de esa parroquia proviene de 1722, cuando el obispo dictó los aranceles para la feligresía del Santo Nombre de Jesús, y se indicaba que por cada sepultura que se abriese en el cementerio se tendría que pagar dos reales, y para los que quisieran descansar eternamente en el interior de la iglesia el costo sería de cuatro reales (Solís, 2009, p. 239). La ubicación del camposanto era al costado noroeste de la iglesia, en el espacio del interior de manzana.11
Luego de su apertura, la iglesia del Santo Nombre de Jesús no fue el único sitio donde se casaban los africanos y sus calidades en Mérida, ya que continuaron los matrimonios en otros espacios ajenos. El Arancel de 1722 estipuló que los matrimonios de los parroquianos del Santo Nombre de Jesús que estuviesen avecinados en pueblos de indios podrían optar a ese sacramento mediante un pago más elevado. Incluso, dinero de por medio, se podía realizar la ceremonia en la vivienda particular, sea en Mérida o en un poblado (Solís, 2009, p. 238).
El tercer espacio religioso.
Nueva sede de la parroquia
del Santo Nombre de Jesús
Con posterioridad a la expulsión de la Compañía del Jesús de tierras americanas en abril de 1767, por parte del rey hispano Carlos III, en Mérida se clausuraron la iglesia de San Ignacio de Loyola12 y el colegio de San Francisco Javier, permaneciendo los espacios cerrados por varios años. En 1772 la Junta Subalterna de Temporalidades de Mérida propuso que el colegio fuese ocupado por un hospital general, administrado por los religiosos de San Juan de Dios, que la nave del convento se utilizase como seminario de corrección de clérigos díscolos y que la iglesia sirviese como Sagrario, no obstante, el asunto no se resolvió.13
La Junta determinó dos años después, el 20 de junio de 1774, que la parroquia de morenos y pardos que existía en la ciudad, después de 88 años de permanencia en su iglesia, se trasladase al ex templo de la Orden expulsada.14# (Ilustración 3)
El nuevo espacio que ocuparon los africanos y sus descendientes era más amplio que el anterior, puesto que tiene una longitud de 39.55 metros y un ancho en el crucero de 27.27 metros, con lo cual el área de asistencia de fieles era de mayor capacidad que el que dejaron (Fernández, 1945, I, p. 383).
En su traspaso al nuevo asiento, el nombre de la iglesia también se mudó y pasó a ser la nueva sede de la parroquia del Santo Nombre de Jesús,15 señalada en muchos casos como “del Jesús”, al igual que lo había sido el lugar de proveniencia inmediata. Después de la salida de los originales fieles, la antigua iglesia, sede de los africanos y afrodescendientes desde 1686, siguió siendo llamada “del Jesús” o bien “del Jesús viejo”, en relación y comparación con la designación que recibía la que entonces ocupaban: el Jesús nuevo.16
El espacio religioso estuvo en funciones para los africanos y sus calidades por 47 años, desde 1774 hasta 1822, al concluir la administración española en la región, cuando se extinguió la parroquia en esa iglesia y pasó a ser ocupada por la Tercera Orden de Penitencia.17 Con ese hecho concluyó el tercer espacio de religiosidad y de administración que ocuparon los africanos y afrodescendientes en la ciudad de Mérida. (Ilustración 4)
Los tres espacios donde se administró a los africanos y sus descendientes se localizaron en la parte central de la ciudad, asunto que puede pensarse fue debido a que en esos lugares también acudían los españoles, sin dejar de considerar cuestiones de seguridad.18
Por otra parte, el sector de la población africana y afrodescendiente tuvo una tendencia al incremento demográfico pero, como se ha indicado, no existen informes que señalen la cuantía exacta. Para el lapso de 1751 a 1797, Fernández y Negroe (2005, pp. 228-233) señalan la existencia de 1,052 negros, mulatos, morenos y pardos en la ciudad. Cabe recordar que en 1774 –intermedio en ese lapso–, la parroquia del Santo Nombre de Jesús se trasladó al templo ex jesuita, quizá por necesidades de espacio por el aumento en el número de fieles, lo que indica que en Mérida el incremento demográfico de aquella gente fue notorio, más del 25 % en relación con las 834 personas del período de 1657 a 1750.
A inicios del siglo xix un padrón parroquial realizado en 1802 centra sus datos en la población afro de la ciudad y señala que los integrantes de su parroquia vivían en los barrios de Santa Ana, Santiago, Mejorada, San Cristóbal, Ermita, “Ciudad intramuros” (el centro de la ciudad). La suma ofrecida en total es de 2,373 individuos, incluyendo a los asentados como párvulos,19# más no se hace una división o señalamiento por grupos. Cuatro años más tarde, en el registro titulado “Estado que manifiesta el número de almas de que se compone esta Parroquia del Dulce Nombre de Jesús”,20 así como también el propio curato, se dice que era de 6,051 individuos de color, la mayoría pardos (Arrigunaga, 1982, pp. 152-153). En comparación con el censo de cuatro años antes, la cifra de feligreses subió más del 150 % por lo que debió de cuantificar una zona más allá de los límites de la ciudad. Lo que se desea destacar con su mención en estas líneas es la tendencia al alza demográfica de esa población durante el período colonial.21
Consideraciones
La existencia de tres espacios de religiosidad y administración para los africanos y afrodescendientes, esclavos y libres, por 280 años, tomando como fecha más prudente la de 1582, hasta 1822, es significativa puesto que denota su presencia –sin duda activa– en toda la vida de la Mérida novohispana. La laguna informativa de las primeras cuatro décadas de existencia de la ciudad (1542-1581) impiden hablar con más autoridad acerca de la existencia de alguna cofradía que reuniera a los africanos y sus calidades en esos años iniciales de la colonia. A pesar de no contar con esa información, se sabe que en 1567 comienza el primer libro de matrimonios hoy en día existente en el Sagrario, donde se incluye enlaces de africanos con mayas.22
A la par del crecimiento demográfico de ese grupo subalterno y en la tesitura de los ordenamientos religiosos de separación administrativa, los fieles africanos y afrodescendientes fueron retirados del máximo templo meridano y trasladados a una nueva iglesia edificada para ellos, aunque, como se ha adelantado, los españoles y criollos también compartían el espacio como participantes de la cofradía del Santo Nombre de Jesús y luego en la de la Virgen de las Montañas que suplió a la anterior. Décadas más tarde, de nuevo la tendencia al alza poblacional de aquel grupo fue quizá la principal causa del nuevo cambio de sede puesto que el espacio era un tanto mayor, aunque tampoco hay que dejar de considerar el probable interés de los españoles y criollos que acudía a la iglesia de los africanos como participantes de la cofradía por contar con un mejor lugar para su devoción.
Esa larga presencia de los africanos y sus calidades en Mérida, así como la participación de los sectores dominantes en parte de su religiosidad durante ese tiempo, sin duda habla de relaciones interétnicas que deben considerarse y replantearse en cuanto a la añeja idea de una sociedad fuertemente jerarquizada social y étnicamente. La convivencia, aunada a la ausencia (al menos por ahora), de noticias acerca de alguna resistencia por parte de los africanos y afrodescendientes en Mérida, es indicio de que el poder ejercido desde arriba hacia los subalternos en estas tierras, al parecer, no era practicado en forma violenta. Al desaparecer la parroquia del Santo Nombre de Jesús tras el logro de la Independencia, sus fieles ya no debían ser señalados en los registros sacramentales con las categorías de negros, mulatos o pardos por lo que se fueron perdiendo esas designaciones. Pero la gente siguió viviendo en la ciudad, ocupada en diversos oficios, y relacionándose con el resto de la población de manera cotidiana. Sin embargo, la nueva vida independiente tampoco estuvo exenta de escollos para los afrodescendientes, ya que la prensa se encargó de invisibilizarlos.
Archivos históricos
- Archivo General de la Arquidiócesis de Yucatán (AGAY), Mérida.
- Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY), Mérida.
- AGI Archivo General de Indias. Sevilla.
- AGN Archivo General de la Nación, Ciudad de México.
- BNE Biblioteca Nacional de España, Madrid.
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Notas
1 Gonzalbo (2013, pp. 23-5,39-40) señala que no es aplicable el concepto de casta a la sociedad novohispana –a la manera de estereotipo–, de acuerdo a como se utiliza en otras sociedades del mundo. Prefiere el uso del término sistema de “calidades”, ya que “lo más importante era la situación social y el prestigio familiar”.
2 Sobre las cofradías en Yucatán, ver Restall (2009, pp. 236-238). Las autoridades procuraron atraer a los africanos a la iglesia para acercarlos a la fe católica, ello es notable en el Concilio III Provincial Mexicano, donde se prevenía a los “amos, la hagan oír a sus criados y esclavos”, quienes acudían con los hispanos a los templos (Galván, 1859, p.140).
3 Esta capilla no debe confundirse con su homóloga existente en el convento franciscano de Mérida, intitulada como San Martín en referencia a sus bienhechores de ese apellido (Cárdenas Valencia, 1937, pp. 52-53).
4 Mansferrer (2011, pp. 91-92) indica que la cofradía de San Benito de Palermo, de la Ciudad de México, conformada por negros y sus calidades, aceptó españoles en 1700.
5 Se denomina cofradía de carácter abierto “a las que en las constituciones y en las prácticas de registro confraderil no establecían condiciones de adscripción étnica, económica o cultural” (Cruz, 2013, pp. 449-458).
6 Se recalca que fue la primera iglesia exclusiva para ese grupo, puesto que Rubio Mañé apuntó que el barrio de Santa Lucía y su ermita fue lugar de asiento de los africanos de Mérida, del siglo xvi hasta 1620, cuando menos (1943, p. 118). Sin embargo, esa iglesia no fue para la religiosidad de los africanos, y el barrio fue un pueblo de indios (Victoria, 2014).
7 Jesús María, Matrimonios, Libro 2, fol. 43. (en Adelante JM, M, L) AGAY. Esta edificación estuvo situada en la calle 59 entre 62 y 64, de Mérida. En el primer matrimonio de los dos realizados ese día, la pareja estuvo conformada por un afromestizo y, presuntamente, una mujer maya. JM, M, L. 2, fols. 43-43v. AGAY.
8 En la documentación de los siglos xvi y xvii es común encontrar la mención de “intramuros” para denotar el recinto ocupado por los españoles. Por ejemplo, Santa Lucía ya estaba “extramuros” de Mérida.
9 JM. M. L. 2. fol. 40. AGAY.
10 Las medidas fueron obtenida del templo masón que en 1918 ocupó la añeja estructura de la iglesia católica. Al caso ver Fernández (1945, I, p. 406).
11 Actualización del Testamento de Ildefonsa de Marcos Bermejo. Noviembre 8 de 1810. Fondo Notarial, CD.72, fs. 0423-0436. AGEY.
12 El cronista López de Cogolludo (1955, I, p. 380) escribió que el titular de la iglesia de los jesuitas era “su ínclito fundador el Santo padre Ignacio de Loyola”.
13 Papeles varios sobre México y Yucatán, referente a la ocupación de temporalidades de jesuitas expulsos. México, abril 23 de 1773. Mss. 17618, fs. 2, 340. BNE.
14 Expediente sobre el establecimiento de la Universidad. México, leg. 3101, AGI; Sierra (1846, p. 259).
15 JM, M, L.14, fol.1. AGAY.
16 Expediente sobre el establecimiento de la Universidad. México, leg. 3101. AGI. Muchos investigadores creen que el nombre de la iglesia se debe a los jesuitas, por ejemplo Ancona (1991, p. 20). El primer enlace fue el 24 de noviembre de 1774, entre José María Salas, negro libre, “de Inglaterra”, bautizado en la parroquia “del Jesús”, y María Josepha Pérez, negra libre, bautizada, natural de Jamaica, JM. M, L.9, fol.108, AGAY.
17 Expediente instruido sobre la división de parroquias de la capital de Mérida de Yucatán. Justicia Eclesiástica. Tomo 6, fs. 124v-125. AGN; Sierra (1846, p. 259).
18 Aunque no se tiene información para Mérida, en la ciudad de México y otras de Nueva España, hubo ciertos temores, infundados o no, en el siglo xvii por posibles alzamientos, atribuyendo a las cofradías de negros una participación importante (Naveda, 2001; Mansferrer, 2011, pp. 96-99).
19 Justicia Eclesiástica, exp. 6, fol.124. AGN.
20 El Dulce Nombre de Jesús fue una denominación coloquial que se le dio a la parroquia a partir de 1693 y permaneció hasta su cierre en 1822. Se usó indistintamente con el del Santo Nombre de Jesús.
21 Fernández y Negroe (2005) y Restall (2009, p. 260) también hacen referencia al alza demográfica de los africanos y sus descendientes.
22 Ver, JM, M. L.1, fs. 103-103v. AGAY. En ese año comienza el primer libro existente, aunque se desconocen los datos anteriores. En el libro están asentados españoles, indígenas y negros, en diversas secciones del mismo.