Antropólogo Jorge A. Franco Cáceres
Hemos platicado con muchos de los migrantes nacionales en comederos baratos y vecindades cercanas a la Terminal de Autobuses de Oriente. Unos son veracruzanos, otros son tabasqueños, chiapanecos, campechanos y poblanos. No abundan, pero tampoco faltan migrantes oaxaqueños y michoacanos. Entre ellos, apenas son visibles los caribeños, los centroamericanos y los sudamericanos.
Nos dicen que no dejaron que el miedo los detuviera cuando decidieron abandonar las vidas inseguras y violentas que tenían en sus estados de origen, con la esperanza de sentir la tranquilidad yucateca. Nos comparten también que el sueño de sus vidas nunca ha sido volverse yucatecos en todos los sentidos, sino poder tener la oportunidad de vivir sin angustia cada día.
Estos compatriotas abandonaron sus ciudades y sus pueblos no tanto por la falta de oportunidades laborales o por carencias materiales, sino porque hace muchos años les es imposible vivir en ellos. Hablan con detalle de pandillas desalmadas con jefes criminales que imponen condiciones a los comercios y los negocios, amenazan las vidas de los propietarios y maltratan a sus familiares.
Señalan que son delincuentes armados que exigen pagos para dejarlos cumplir sus actividades. Aquellos que cuentan con una pequeña tienda establecida con clientes regulares o un negocio callejero que reporta ventas tienen que entregar parte de sus ganancias. Recuerdan también cómo les preocupaban las fotos, las notas y los videos que les enviaban para advertirles que si no pagaban, según los montos exigidos en las fechas requeridas, lo lamentarían con secuestros de sus parejas, torturas de sus hijos e, incluso, la muerte de sus padres.
No llegaron a Yucatán por casualidad. Varios adultos con familias dependientes nos comentan que decidieron venir luego de que otros familiares victimados, en mejores condiciones económicas que las suyas, emprendieron el viaje con boleto solo de ida y nos señalan que no más algunos de sus parientes cercanos pudieron rescatar algunos bienes para comprar o rentar casas en los fraccionamientos periféricos y las colonias populares de la capital yucateca.
Otros migrantes nos informan que pagaron para ser reclutados como empleados de servicio para negocios informales, los cuales operan mediante puestos fijos de contrabando y/o vendedores callejeros de dulces, tacos, tortas, ropa, artesanías, juguetes, etc. Comentan también que tuvieron que rematar sus cosas para hacer los pagos iniciales a cambio del transporte en camionetas particulares, el hospedaje en las vecindades y la alimentación en los comederos que estos grupos tienen en el centro de Mérida.
Desde luego, entre ellos se encuentran los jóvenes entre 15 y 20 años, quienes nos comparten que vinieron a la aventura. Esto significa que, con o sin apoyos paternos, arriban con el propósito de conocer a algún adulto acomodado, mujer joven o varón mayor que sean acordes con sus necesidades afectivas y sus preferencias sexuales, con el que puedan establecer una relación personal.
Nos confían que buscan relaciones de parejas, de novios o de pupilos con ellos, que les permitan vivir en sus casas, trabajar en sus negocios y recibir dinero para estudiar o conseguir un empleo. Nada nos sorprendió más que saber que algunos jóvenes han conseguido ingresar a escuelas particulares y varios más de ellos han aprobado los exámenes para iniciar estudios profesionales. Los más abiertos para hablar al respecto son los veracruzanos y los tabasqueños.
Muchos de los entrevistados coinciden al decirnos que hacen todo lo que pueden con tal de escapar de las situaciones que están viviendo en sus estados. Algunos recuerdan que, antes de salir para acá, los llevaron a sitios donde esperaron hasta tres días sin comida. Dicen que los hicieron firmar papeles para vivir donde les asignaran y para trabajar donde les dijeran. Muchos llegaron a Yucatán sin documento alguno para identificarse y sin un peso en los bolsillos.
Cuando les preguntamos sobre su percepción de Yucatán antes de venir, nos expresan que pensaban que Mérida era un paraíso debido a la publicidad mediática. Creyeron de verdad que acá podrían tener casas, conseguir empleos, hacer negocios, cursar estudios, ganar dinero y, sobre todo, que podrían traer a sus familiares, pagar sus celulares, contratar plataformas de televisión, dormir en sus camas sin preocupaciones y pasear con sus familias sin amenazas de pandillas desalmadas. Un joven nos confiesa que nada fue ni ha sido como imaginaba, pero al menos no fue peor que de donde huyeron.
Indagamos entre los migrantes nacionales su opinión sobre si es correcto que estén trabajando para negocios informales de giros contrabandistas o que accedan a trabajos formales presentando recomendaciones mafiosas y documentos falsos. Nos responden que no se trata de que sea o no correcto, sino de que es lo único que pueden hacer para sobrevivir en Yucatán. Varios nos dicen que están perdiendo sus vidas en call centers, tiendas franquiciadas y en ventas de multinivel, es decir, que están haciendo cosas que detestan porque quieren ser profesionistas, tener familias o, al menos, realizar labores que los hagan sentirse bien con ellos mismos.
Indagados sobre si se sienten bien con ellos mismos en la clase social que se ubican actualmente, nos responden negativamente, porque en esta clase apenas consiguen sobrevivir entre hacinamiento, promiscuidad e incertidumbre. No tienen cuentas de ahorros, no pueden pagar los celulares, no ganan suficiente dinero y no conocen a nadie que les ayude a salir del marasmo que resienten, aunque, como quiera que sea, no es peor que el infierno que dejaron atrás.
Cuando les pedimos que nos digan por qué continúan en Mérida, si no les está yendo como imaginaban antes de venir a Yucatán, nos responden que, a pesar de sus condiciones domésticas lamentables y sus oportunidades laborales precarias, es mejor subsistir así que vivir como estaban en sus ciudades y pueblos, debido a la delincuencia y la violencia.
Sobre dónde viven, qué comen y en qué trabajan, nos resumen: 1) que duermen en los cuartuchos sucios de las céntricas vecindades o en las casas de sus amigos más cercanos, de sus parejas del momento o de sus benefactores si los tienen, donde les agarre la noche; 2) comen tacos, tortas o sopes en los puestos callejeros o botanas y galletas embolsadas, perros calientes de las tiendas franquiciadas; y 3) que no todos tienen trabajo, pero los que sí casi siempre son empleados de servicio no calificado en tiendas, cantinas, casas y oficinas. Comentan también que ahí cubren jornadas semanales de 6 horas, con salarios entre 700 y 800 pesos o de 10 horas por 1,500 pesos.
No perdimos la oportunidad para cuestionar a los entrevistados sobre si consideraban que estaban disputando empleos con miles de yucatecos de las comunidades agrarias y los ejidos campesinos, que van y vienen diariamente a la capital para buscar trabajo. Nos respondieron que no creen hacer eso para nada, porque los empleos que ellos consiguen en Mérida tienen requisitos de educación y presentación que los yucatecos migrantes pocas veces cumplen. Dejan claro que si algún yucateco de origen maya aspirara a alguno de los empleos de servicios que consiguen los veracruzanos o los tabasqueños, no los obtendrían por los problemas que tienen para comunicarse en español, hacer operaciones matemáticas y para atender al público.
Cuando les preguntamos si tienen problemas cuando acuden solicitando empleos en tiendas, cantinas, casas u oficinas, nos responden que no, porque los prefieren a ellos y los extranjeros por encima de los yucatecos de origen maya. Nos comparten también que, cuando se enteran en esos negocios que no son yucatecos, solo los miran bien de la cabeza a los pies, les piden documentos de identificación y certificados de nacimiento y luego los emplean para que hagan lo que les pidan sin importarles nada más.
Finalmente, una de nuestras más inquietantes preguntas a los migrantes nacionales es si no tienen miedo de seguir trabajando en algo no relevante y permanecer siendo invisibles en una ciudad que imaginaron mágica. Nos responden que, aunque Mérida no es una “Ciudad Mágica”, ellos solo desean que, si tiene algún poder mágico, esta les permita ser aceptados y tener oportunidades de hacer sus vidas familiares en paz.
Señalan que no pueden exigir a todos los yucatecos que les den la bienvenida como migrantes internos, pero sí pedirles de modo respetuoso a los más conscientes y generosos que los ayuden a mejorar sus condiciones domésticas y sus oportunidades laborales.
¿Ha cambiado tu percepción de los migrantes internos en Yucatán debido a la inseguridad y la violencia en México? ¿Alguna vez pensaste que muchos de ellos vendrían acá y que tendríamos que darles las mismas oportunidades que a los yucatecos? ¿Crees que el sueño de estos migrantes se hará realidad en Mérida?