Alfredo García
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El próximo 7 de octubre tendrán lugar las elecciones generales en Brasil. Trece candidatos procedentes de todo el espectro ideológico de la frágil democracia brasileña competirán en la justa electoral, pero sólo dos tienen posibilidades de triunfo: el diputado ultraderechista Jair Messias Bolsonaro, candidato del conservador Partido Social Liberal, PSL; y el ex ministro de Educación de centro-izquierda, Fernando Haddad, por el Partido de los Trabajadores, PT.
Si en la consulta electoral del próximo domingo un candidato recibe más del 50% de la votación general, se declara elegido. Si no cumple con el 50%, se realizará una segunda ronda de votación el 28 de octubre. En la segunda vuelta sólo pueden participar los dos candidatos más votados de la primera ronda. Los ganadores de la segunda ronda son elegidos Presidente y Vicepresidente; y Gobernador y Vicegobernador.
Dos tercios de los 81 miembros del Senado también serán elegidos, el otro tercio fue elegido en 2014. Los 513 diputados de la Cámara serán electos mediante una representación proporcional por lista abierta. La votación es obligatoria y los abstencionistas pueden ser multados. El padrón electoral está conformado por 147 millones de ciudadanos con derecho al voto, incluyendo más de 500 mil residentes en el exterior. Sin embargo, la media de abstención en Brasil ronda el 21%. Brasil se encuentra entre los 10 primeros países, con mayor abstención.
En medio del insólito proceso electoral, similar al de las últimas elecciones en EU, tras el positivo impacto económico y social de los gobiernos progresistas de Ignacio Lula da Silva y Dilma Rousseff, el excéntrico Bolsonaro lidera las encuestas con el 28% de preferencia de voto, frente al candidato de centro-izquierda, Fernando Haddad, con el 22%. De parecer el peor candidato para la presidencia de Brasil, Bolsonero se va perfilando como la versión carioca del presidente Donald Trump, escalando en la preferencia del voto a partir del atentado sufrido durante un reciente acto de campaña en la ciudad de Juiz de Fora, que le produjo graves lesiones en el intestino por las que aún permanece hospitalizado.
Sin embargo, a diferencia de la campaña de Trump, la buena noticia es que el rechazo del electorado a Bolsonaro se ha disparado al 46%. El rebelde candidato se identifica como autoritario, antidemocrático, machista, racista, homófobo y defensor de la tortura. Entre sus frases más emblemáticas se citan: “Teníamos democracia, lo único que no teníamos eran elecciones”, (sobre la dictadura de 1964), “El error fue torturar y no haber matado más”, “Yo a usted no la violaría, porque no se lo merece” (dicho a una diputada en televisión en 2003); “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual, prefiero que muera en un accidente de coche” (2001), “Un policía que no mata, no es policía”, (2017).
Después del complot de la ultraderecha brasilera para sacar del juego político a los líderes del PT, el ex presidente obrero, Lula da Silva y la ex guerrillera, Dilma Rousseff, usando artificios judiciales y la posterior campaña de desprestigio contra el PT, Brasil dejó de ser un país estable y próspero, con la peor crisis política, económica y social de su historia. Desde 2008 su renta per cápita apenas creció un 3.7%. Los indicadores de desigualdad y pobreza retrocedieron, porque el desempleo de los más pobres crece, el déficit se congeló en un 8% y la deuda pública es de casi el 90%. En 2017, Brasil batió su propio récord de homicidios: 63,880 (31 homicidios por cada 100,000 habitantes), casi igual a las bajas promedio en Siria, desde el comienzo del conflicto (73,000 vidas).
Sin embargo, la batalla electoral en Brasil cuenta hoy con una esperanza: la toma de conciencia del electorado norteamericano sobre el desastre de dos años de mandato del presidente Trump. Aunque para decir verdad, los pueblos son lentos para hacer uso de la memoria histórica.