Pedro Díaz Arcia
Al asumir la presidencia Donald Trump dijo: “Juro solemnemente que ejerceré fielmente el cargo de Presidente de Estados Unidos, y hasta el límite de mi capacidad, preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos”, según lo establecido en el Artículo II, Sección 1 de la Constitución.
Cuántas veces no hemos escuchado la expresión “juro y perjuro”, que es una incoherencia. Porque perjurar es renegar de lo jurado.
¿Juró y “perjuró” aquel 20 de enero del año 2017 en el Capitolio de Washington? ¡Estoy seguro que sí!
Tan es así, que ya expresó estar preocupado de que en una declaración jurada ante el fiscal especial Robert Mueller, a cargo de la investigación sobre la presunta colusión con Rusia en la contienda electoral de 2016, pudieran utilizar sus afirmaciones en su contra y acusarlo de perjurio de no coincidir con la de otros entrevistados, como James Comey, ex director del FBI. “Incluso si digo la verdad, eso me convierte en un mentiroso”, expuso el lunes a Reuters. Nada nuevo. Desde el arribo al poder hasta inicios de mes, acumulaba 4,229 mentiras, un récord difícil de superar.
Por su parte, el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, asesor legal del gobernante, insistió, en una dialéctica incongruencia, que la “verdad no es la verdad”. Cuando un periodista del diario The Washington Post en el programa “Meet the Press” de la NBC, le ripostó el pasado domingo que “la verdad es la verdad”, recibió la misma respuesta de Giuliani; quien poco antes había asegurado: “Los hechos dependen de quien los observe”; una clásica muestra del idealismo primitivo.
En cuanto al confuso y dilatado contencioso sobre la colusión, la situación pasa de gris a tinte oscuro. Entre los escollos a vencer por la defensa está la cooperación de Don McGahn con Mueller; pues el jefe legal de la Casa Blanca ha sido sometido a extensos interrogatorios, y sus declaraciones podrían aportar evidencias de que hubo obstrucción de la justicia.
En este desconcierto, el exdirector de la CIA, John Brennan, aseguró que Trump le revocó su acreditación de seguridad porque hubo complicidad con los rusos para influir en las elecciones de 2016 y el mandatario está desesperado por detener la investigación fiscal. El presidente calificó de “responsabilidad constitucional” su decisión para la información secreta de la nación. Pero la acción se considera como un esfuerzo más para suprimir la libertad de expresión y sancionar a sus críticos.
En espera de que también les retiren estas prerrogativas están el ex director del FBI James Comey; James Clapper, ex director de Inteligencia nacional; el ex director de la CIA Michael Hayden; los ex consejeros de Seguridad nacional Susan Rice y Andrew McCabe, subdirector del FBI; lo que quebraría una tradición para quienes han ocupado altos cargos en las agencias de seguridad.
Finalmente, es curioso el dato de que Trump acariciara la idea de tomar juramento con su libro “El arte de hacer negocios” y no con la Biblia, de acuerdo al testimonio de la ex asesora de la Casa Blanca, Omarosa Manigault Newman; de quien el gobernante diría, despectivamente, que es de “los bajos fondos”.
Jurar sobre su libro hubiera sido lo mejor, pues fiel a su credo, hoy nadie podría acusarlo de perjurio.