Jorge Gómez Barata
Agradezco a un distinguido profesor el esclarecimiento acerca de que, aunque constituye una generalización con significados teóricos, el concepto de revolución expuesto por Fidel Castro en el año 2000 y que ha sido asumido como esencia de su legado, no es una abstracción, sino una especie de decálogo para un programa de rectificación destinado a reinventar un modelo socialista para Cuba.
La idea que preside ese aporte: “Revolución es sentido del momento histórico…”, entre otras cosas significa que no existen recetas generales y que los grandes procesos políticos han de ser consecuentes con su presente. Tanto aferrarse al pasado y tratar de aplicar recetas vencidas, como considerarse habilitados para diseñar los entornos en los cuales vivirán las generaciones venideras, son empeños fallidos. Pasar páginas e innovar son requisitos del progreso.
El sentido del momento histórico es la consumación del método dialéctico y el antídoto perfecto frente al dogmatismo y el inmovilismo que puede originarse al sostener herencias caducadas o manifestar falta de voluntad para desaprender conocimientos errados, incorporar nuevos datos y reaccionar ante realidades contemporáneas.
Según las evidencias históricas verificables, la Revolución Cubana comenzó en el punto en que el golpe de estado de Fulgencio Batista cerró los cursos institucionales y creó una situación en la cual Fidel proclamó: “El momento no es político, sino revolucionario”. El programa de aquel movimiento, según su líder, se concentraba en seis puntos:
“…El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política…”
La rápida evolución del proceso político cubano y su aproximación al modelo socialista vigente en la Unión Soviética, no se debió a ninguna regularidad científica, no obedeció a preceptos teóricos o doctrinarios, sino que fue resultado de una peculiar coyuntura histórica en la cual se conjugaron factores objetivos y subjetivos, internos y externos, con los cuales la Revolución fue consecuente.
Entre aquellos factores estuvieron la temprana y desmesurada agresividad de los Estados Unidos y la pronta solidaridad de la Unión Soviética que realizó una audaz y rentable apuesta política. Un factor subjetivo de extraordinaria importancia fueron las simpatías hacia el socialismo que, según se creyó entonces, alcanzaba su mejor expresión en las experiencias soviética, china y euro oriental.
Sin embargo, ha mediados de los años ochenta, antes del colapso del socialismo real y previo al inicio de la Perestroika soviética, Fidel llamó a la rectificación de los errores cometidos al copiar demasiado al pie de la letra el modelo económico y la estructura institucional vigente en la Unión Soviética, proceso abortado por el colapso de aquella poderosa superpotencia.
Ante la crisis, Fidel Castro llamó a la resistencia y logró la supervivencia del proyecto cubano, pero, una vez persuadido, no vaciló en declarar que el modelo no era funcional, con lo cual legó a su sucesor la tarea histórica de cambiar todo lo que fuera necesario cambiar, manteniendo los principios y los compromisos con la justicia social.
China, Vietnam, incluso la Corea de Kim Jong-Un son ejemplos de capacidad para adaptarse a nuevas circunstancias. Ninguno ha claudicado frente al imperialismo ni renegado del socialismo, sino que han actuado con sentido del momento histórico. También lo hizo Raúl Castro, que aprovechó cuantas oportunidades tuvo para avanzar en las reformas y en la normalización de las relaciones con Estados Unidos.
Vuelvo a citar la idea de que las personas pueden o no ser dialécticas, la realidad siempre lo es.