Internacional

Socialismo. Tiempos y latitudes

Jorge Gómez Barata

El socialismo se implantó en Rusia en 1917, siete meses después de la abdicación del último zar y en China en 1949. Ambos eran inmensos imperios con fuertes rasgos feudales y sin tradiciones democráticas. En Europa Oriental el debut formó parte de un contexto geopolítico ligado a la Segunda Guerra Mundial y monitoreado desde Moscú.

Cuba, última nación en sumarse a esa corriente lo hizo en mejores condiciones, por decisión libérrima y mediante una revolución autóctona. Aunque pobre, se trataba de un país moderno, con aceptables desempeños económicos, estructura política republicana, tradiciones forjadas en las luchas políticas y que, aunque mediatizada por la intervención de Estados Unidos, conquistó la independencia y, se constituyó en república. Las transformaciones que condujeron al socialismo fueron lideradas por Fidel Castro, una de las figuras políticas cimeras del siglo XX que contó con un inequívoco respaldo popular.

Sin embargo, en el proceso de definición socialista, Cuba no pudo aprovechar las ventajas comparativas de que disponía debido a la agresividad de Estados Unidos que condicionó la actitud de la burguesía nativa. Ambos fenómenos motivaron vertiginosas y masivas nacionalizaciones de empresas y la asimilación de enormes extensiones de tierra, cosas no previstas de ese modo y con aquellos ritmos en el programa revolucionario y que crearon un desmesurado sector estatal.

La respuesta a la hostilidad, el aislamiento, el bloqueo económico y la necesidad de reforzar la defensa, fenómenos que en su momento también afrontaron a la URSS y China, fueron las bases de la alianza con la Unión Soviética, que alcanzó altos rangos de cooperación económica e identificación política, llegando incluso a la copia del modelo económico y la institucionalidad vigente en la URSS.

Si bien la alianza de la Revolución Cubana con la Unión Soviética propició importantes avances económicos y sociales, respaldó la resistencia militar y frente al bloqueo, haciendo posible la ejecución de políticas sociales inclusivas y avanzadas. No obstante, aun en los mejores momentos la dirección cubana adquirió conciencia de falencias en el modelo económico que reclamaban rectificaciones, lo cual se hizo evidente por las crisis que pusieron fin al socialismo real y provocaron el colapso de la Unión Soviética.

El derrumbe de la Unión Soviética y la crisis económica que ello significó para Cuba, asediada, además de por la redoblada agresividad de Estados Unidos, por la de países que habían sido sus aliados, adoptó una actitud de resistencia en toda la línea que aplazó cualquier otra necesidad, incluido la rectificación que entonces conducía Fidel Castro.

Más de veinte años después, aunque vencidos los momentos más dramáticos de la crisis, se hizo evidente que el modelo económico de matriz soviética basado en la exclusividad de la propiedad estatal y en el predominio absoluto de la planificación centralizada y el monopolio del comercio exterior, había dejado de ser apropiado y era preciso rectificarlo para resolver problemas estructurales y funcionales que en lugar de auspiciar el desarrollo lo obstaculizan.

Esa perspectiva, asumida desde la economía política, la macroeconomía y la necesidad de insertarse en los circuitos y encadenamientos de la economía global y no la óptica de lo pequeño e intrascendente, deberían formar parte de la mentalidad de los operadores de la economía cubana. El trabajo por cuenta propia, asumido como paliativo, aporta un poco más, pero un poco más no basta. No se trata ya de ritmos, sino de escalas y de ambiciones.

En medio de una crisis estructural y funcional que padece la economía cubana, aceptar crecimientos económicos insignificantes, incluso iguales a los de años anteriores, es inviable. La resignación no es el camino. Es preciso encontrar, como lo hacen China y Vietnam paquetes de reformas que traspasen ese horizonte. Costos habrá, oportunidades también.

Veinte años atrás, en los momentos más sombríos de la crisis, Raúl Castro emprendió una peregrinación por las provincias con el objetivo de identificar, movilizar y apoyar a los que como él asumían el lema de: Sí, se puede. Los resultados son visibles. Allá nos vemos.