Jorge Gómez Barata
En sus primeros cinco años la Revolución Cubana realizó cambios más voluminosos y trascendentales que en los 55 posteriores. Para comenzar, descartó la institucionalidad establecida, instaló un gobierno revolucionario, armó al pueblo, recuperó las riquezas nacionales, confrontó a Estados Unidos, nacionalizó la economía incluida la tierra, tomó el control de la actividad social, inició la construcción del socialismo, practicó una nueva política exterior, estableció una alianza político militar con la Unión Soviética, e instaló misiles atómicos.
Todo eso fue más complicado y peligroso que las más avanzadas reformas que hoy proponen los más audaces pensadores. En aquella época no existía el capital humano de hoy, ni un partido con la solvencia de ahora; los líderes y funcionarios eran todos debutantes. Los críticos de entonces no escribían en la red, sino que ponían bombas, creaban bandas de alzados, y asesinaban. La ventaja de aquellos días era la total ausencia de compromisos doctrinarios.
Entre los problemas de mayor rango existentes en Cuba figuran la variedad, el alcance, y la naturaleza de los desafíos que enfrentan el partido en su calidad de vanguardia política, el estado, el gobierno, y la sociedad en su conjunto, así como las dificultades de los entes calificados de la jerarquía para generar ideas que se requieren a fin de rediseñar las estructuras económicas, sociales, y políticas de la sociedad cubana.
Entre las dificultades figura la falta de comprensión de que más que atrincherarse en la defensa del socialismo realmente existente, es preciso reinventarlo, reconstruir el consenso social, crear incentivos generales para la juventud, identificar metas que sean compartidas y viables, ajustar la política exterior a lo necesario, e integrarse a los procesos globales.
La complejidad no radica en la calificación y disposición de las personas, sino en la vigencia con carácter exclusivo de las ideas y las prácticas que inspiraron al socialismo del siglo XX.
Por razones que no cambiarán, entre las bases de la sociedad cubana figura la identificación de la intelectualidad creadora, científica y académica, con el pensamiento oficial, cuya rigidez limita la producción y puesta en práctica de nuevos conocimientos en las esferas políticas, sociales, e ideológicas. A ello se suma el carácter de los medios de difusión masiva, y los criterios con que se ejercen en el periodismo, la crítica, y la innovación social.
Ningún gobierno es un gobierno de librepensadores, filósofos, economistas, sociólogos, académicos, incluso diletantes, ni se instalan con la tarea de generar conocimientos, producir tesis, o formar doctrinas. El gobierno es una entidad administrativa, no pedagógica. Al respecto el nuevo gobierno cubano encabezado por el presidente de la república, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, no será una excepción.
La tarea de conducir las búsquedas conceptuales y promover el pensamiento avanzado, a partir del cual se forman teorías y doctrinas, aparecen soluciones, y se crean programas políticos de vanguardia, corresponde a la intelectualidad, a la academia, al periodismo, y a las personalidades sociales, todos bajo la conducción del Partido Comunista, que deberá resolver su compleja relación con el ejercicio del poder y la administración que inhiben sus actitudes y disposición para la crítica que, inevitablemente precede a la acción creadora.
En la nueva etapa de reinstitucionalización de la república y la revolución que implicará una mayor democratización y una apertura hacia adentro y hacia afuera, al Partido y al gobierno recién instaurado, encargados de conducir la resistencia heroica y la renovación audaz, no les faltarán apoyos. Para ellos toda la confianza.