Internacional

De aquellos vientos, vienen estos vendavales

Pedro Díaz Arcia

Tal vez no hay que buscar paralelismos entre las turbulencias que sacuden a buena parte de países en distintos continentes y que en estos momentos se extienden y radicalizan; sino las causas que pudieran representar un denominador común.

En este sentido, valdría repasar el funcionamiento asimétrico de la economía mundial: la imposición, desde muchos años atrás, del capital financiero, especulativo por naturaleza, sobre la realidad económica; el acelerado proceso de la revolución tecnológica; el incremento de las desigualdades sociales que actúan como polos gravitacionales para distinguir entre la elite poseedora de las mayores riquezas, de los dueños de la “nada nuestra de cada día”.

Tampoco hay que dudar para señalar a uno de los principales depredadores: la globalización neoliberal; sin desdeñar a otros procesos que pueden estar transitando por senderos parecidos. Algunos expertos ubican el origen del neoliberalismo en la crisis de 2008, durante los gobiernos de la primera ministra británica, Margaret Thatcher (1979-1990) y de Ronald Reagan, presidente estadounidense en el período 1981-1989.

La política económica de la llamada “Dama de Hierro” se basó en que cada individuo o familia debía garantizar sus medios de vida, de los que se desentendía el Estado: privatizó casi la totalidad de las empresas públicas y dictó medidas financieras y laborales que desprotegían a los trabajadores. Arremetió contra los sindicatos, según se afirma para convertirlos en sus “bestias negras”; pronto la economía decreció y el paro se convirtió en una práctica usual. Pero su política “ultraliberal” caminaba por arenas movedizas.

El “vaquero” de Hollywood, sucesor del demócrata Jimmy Carter (1979-1991), se ocuparía de lograr enormes incrementos en los presupuestos militares con el objetivo de detener la “expansión soviética”; y la creación de las nuevas condiciones que hicieran posible la acumulación y reproducción del sistema capitalista. Para sus ideólogos “en la guerra no hay sustitutos de la victoria”; y la paz no debía regir las relaciones internacionales.

De inmediato, Reagan despidió el duelo a los acuerdos SALT II, resultado de tesoneros esfuerzos por lograr el predominio de la sensatez y el realismo en la arena mundial, envuelto en el ensueño de la “época de las cañoneras”; fue el fundador de las fuerzas de acción rápida, multiplicó las bases militares y desplegó fuerzas en tierras y mares, cercanos o distantes.

Un botón de muestra, la pequeña isla de Granada, que desunida por conflictos políticos internos cayó, el 25 de octubre de 1983, ante la 82 División Aerotransportada de Estados Unidos, en la mayor operación militar norteamericana desde la fallida Guerra de Vietnam. El viernes se cumplen 36 años de la gran “hazaña”. Pero su Administración se vio permeada por déficits federales sin precedentes por el gigantesco endeudamiento, entre otros males que, como las crisis cíclicas acompañan al sistema, sin impedir sus metamorfosis.

Otro tanto haría la Thatcher, en 1982, cuando envió una flota de guerra a través del Atlántico para arrebatar el archipiélago de Las Malvinas de la soberanía argentina a un costo en vidas que no tiene precio.

Thatcher y Reagan fueron como almas gemelas, una dupla de excelencia, con la diferencia intelectual en favor de la primera. Todo indica que formatearon una correlación de fuerzas globales en la segunda mitad del siglo XX, cuando contribuyeron a la desaparición de la Unión Soviética; y abrieron las puertas a ese monstruo de cien cabezas que es el neoliberalismo.

Quizá de esos y otros vientos, vienen estos vendavales.