Alfredo García
Mientras el presidente chileno, Sebastián Piñera, muestra sus orejas de lobo detrás del disfraz de “abuelita democrática”, el movimiento popular lucha por alcanzar el poder que le fue negado en las elecciones de 1989 por la dictadura pinochetista y la complicidad de la oposición moderada.
Un decreto para aumentar la tarifa del sistema público de transporte, provocó una ola de protestas masivas en la capital chilena y otras ciudades del país, con violenta represión de las autoridades y la promulgación del estado de emergencia y toque de queda, revelando una realidad política y social muy lejos del aparente paraíso democrático.
Aunque el detonante del estallido social fue el aumento del precio del transporte, las movilizaciones populares revelaron el malestar oculto en el ficticio bienestar de la sociedad chilena por el alto costo de la vida, los elevados precios de medicinas y atención de salud, las reducidas jubilaciones y el generalizado rechazo a toda la clase política por la tolerancia a las imposiciones “constitucionales” de la dictadura.
Hasta el momento la represión arroja un saldo de 20 muertos, más de mil heridos y unos 3,500 detenidos, en medio de denuncias de atropellos y torturas por parte de la policía y el ejército.
En 1988, el dictador Augusto Pinochet, desafiante por el supuesto bienestar económico que traerían las inversiones extranjeras por las privatizaciones de la política económica neoliberal, convocó un referendo para consultar su permanencia al frente del gobierno chileno. Tras la humillante derrota, Pinochet, obligado por la presión popular, inició negociaciones con la oposición moderada para promover una “apertura democrática” en condiciones leoninas, imponiendo enmiendas “constitucionales” para perpetuar el poder económico de la oligarquía y vetar políticamente a la vanguardia revolucionaria.
En diciembre de 1989 se efectuaron las elecciones generales donde compitieron el candidato de la oposición moderada Patricio Aylwin y el aspirante al continuismo pinochetista, Hernán Buchi, siendo elegido Aylwin. A partir de entonces la oposición moderada gobernó varios años hasta dar paso al continuismo pinochetista, en medio del proceso “democrático” diseñado por la dictadura. Es en ese período donde Piñera, destacado ya como empresario enriquecido a la sombra de Pinochet, entra en la escena política primero como jefe de la campaña presidencial del ex ministro pinochetista, Buchi y después como senador por el Partido Renovación Nacional, PRN, organización que fue el resultado de la metamorfosis de la dictadura en partido político. En las elecciones de 1993 y 1999, un escándalo por conflicto de intereses económicos y baja popularidad, impidieron la candidatura de Piñera a la presidencia. Sin embargo en 2001, el millonario candidato alcanzó la presidencia del PRN donde recibió la bendición “democrática” para convertirse en candidato a la presidencia en 2005, contienda donde fue derrotado por Michelle Bachelet.
En 2009 una alianza política de pinochetistas y neoliberales, designó a Piñera candidato presidencial. En esta ocasión fue elegido presidente, frente al candidato de la oposición moderada Eduardo Frei. Tras un receso político, Piñera fue nuevamente proclamado en 2017 candidato a la presidencia por la alianza pinochetista-neoliberal, Chile Vamos, para competir con Alejandro Guillier, candidato por La Fuerza de la Mayoría, siendo elegido presidente por segunda vez.
Sin embargo en esta ocasión, su seguridad en el engaño “democrático” lo desenmascaró. Ni su hipócrita perdón al pueblo por los desmanes represivos, ni el recambio de gabinete o medidas económicas paliativas, lo salvarán del castigo popular de una mayoría electoral que despierta tomando conciencia del fraude democrático.