Internacional

Jorge Gómez Barata

En Bolivia no sólo ocurrió un golpe de Estado sino que, probablemente, se puso en marcha una de las más elaboradas conspiraciones que se hayan realizado para derrocar un gobierno popular y frustrar uno de los más exitosos y audaces procesos políticos de la región. Así fue depuesto un gobernante extraordinariamente exitoso como Evo Morales, cuya gestión dignificó al indio, apoyó a los pobres, permitió el desempeño de las clases medias, mientras los empresarios nacionales y extranjeros se adaptaron a los requerimientos del proyecto. Durante 14 años, el pa?s progresó y se realizaron cambios estructurales al amparo de las instituciones y la democracia, sin apenas violencia, sin presos políticos torturados ni desaparecidos.

Aunque se conocen los ejecutores políticos del golpe y de los militares que clavaron los últimos clavos al ataúd, encabezados por los jefes de la policía y el ejército, probablemente pase mucho tiempo antes de que se conozcan los nombres y apellidos de quienes, dentro y fuera de Bolivia, diseñaron y financiaron la operación que culminó con la forzada renuncia de Morales y establecer los niveles de complicidad de elementos afines al ahora ex presidente.

No obstante, algún día se conocerá quién aconsejó a Evo Morales para que buscara un cuarto mandato presidencial, cosa que a todas luces generaría enormes tensiones y daría municiones a la oposición; quién lo asesoró para convocar a un referéndum extemporáneo e inviable, quién o quiénes pueden haberlo instado a la actitud políticamente suicida de desconocer el resultado adverso de la consulta, y quién, cómo y para qué pueden haber generado la confusión en el conteo de los votos. Si algo no falta en este desafortunado conjunto de eventos son preguntas que ni el propio Evo puede responder.

Aunque es preciso reconocer el mérito, la coherencia política y la valentía de los senadores y diputados del Movimiento al Socialismo, que pasada la confusión inicial y la cascada de renuncias que con efecto dominó siguieron a las dimisiones del presidente, se reagruparon, entraron a la sede parlamentaria, sesionaron y recompusieron las jerarqu?as institucionales para facilitar la convocatoria de elecciones.

Existen razones para celebrar el pragmatismo y la rapidez con que senadores y diputados, en medio de la confusión y sin la orientación del liderazgo depuesto, se recompusieron y venciendo la repugnancia, trabajaron con los golpistas para lograr una extraña unanimidad que, raras veces se consigue, incluso en asuntos nimios. Todo es más extraño porque la decisión, de hecho acredita el golpe, reconoce a Jeanine Áñez como presidenta provisional y excluye de la consulta electoral al ex presidente Morales que hasta entonces había sido su líder y alma del proceso y al vicepresidente Linera.

El golpe de Estado en Bolivia crea oportunidades que la oligarquía no ten?a para retomar el poder por vía electoral en cuestión de meses y para convertir a los militares en los garantes del proceso político, cosa que en ninguna parte deberían ser.

En el mejor escenario imaginado, incluso si el partido Movimiento al Socialismo, forjado por Evo Morales lograra retener la mayoría parlamentaria, incluso si ocurriera el milagro de que lograra elegir un nuevo presidente, habría que plantearse ¿qué hacer?, no tanto para reconstruir el consenso social que había forjado Evo y que era de matriz básicamente indigenista, sino para elaborar uno nuevo que sea más inclusivo y centrista y evadiera las comprometedoras apelaciones a la revolución anticapitalista y las inviables ideas socialistas de matriz marxista.

Pese a lo que algunos ideólogos sostienen, el centro del espectro político ofrece no sólo las mejores, sino las únicas posibilidades de éxito para los procesos políticos progresistas. En los hechos los extremos han resultado fallidos. Tanto retroceder hasta el neoliberalismo, como adentrarse en un socialismo de estado, estilo siglo XX, son posiciones erróneas. También están equivocados quienes pretenden sacralizar los liderazgos electos y convertir a los gobernantes en caudillos.

Tales enfoques no sólo son anticuados, sino que han conducido a un fracaso tras otro. No hay nada nuevo ni prometedor en ofertas de ese cariz. No es una opinión, sino un veredicto de la historia. Las utopías son buenas como literatura pero, pésimas como programas políticos.