Internacional

Una paz sin tutorías

Pedro Díaz Arcia

La visita del presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, a México abrió la caja de especulaciones ante las perspectivas respecto a qué puede salir de sus contactos oficiales u oficiosos con su homólogo el presidente Andrés Manuel López Obrador.

En el encuentro pueden tener cabida, en una tácita identidad, visiones comunes relacionadas con los esfuerzos por una América Latina sustentada por el estricto respeto de los pueblos a decidir sobre sus destinos al margen de sus regímenes políticos; además, cómo entrelazar intereses comunes de cooperación e intercambio en múltiples esferas, incluyendo coloquios políticos.

La presencia de Fernández en tierra azteca ha puesto de nervios a sectores de ultraderecha de acá y de allá, preocupados ante la posibilidad de un entendimiento entre dos países grandes por sus respectivos territorios, riquezas, potencial de desarrollo, historia y, particularmente, por las explícitas declaraciones de ambos en contra del neoliberalismo y del ejercicio del poder en beneficio de los más necesitados.

Pienso que existen importantes puntos de coincidencia para una labor conjunta Norte-Sur de la mano de México y Argentina, con independencia de las hojas de ruta de la Cuarta Transformación y del gobierno peronista-kirchnerista presto a tomar las riendas del gobierno en la nación austral.

El gobierno mexicano está envuelto en negociaciones con Estados Unidos para suscribir un tratado de vital interés, pendiente de la aprobación por la Cámara de Representantes del país vecino, el reto de poner coto y vencer la corrupción heredada de gobiernos anteriores y una lacerante ola de violencia. Argentina, por su parte, está necesitada de oxígeno por la crisis en que la dejó la anterior Administración; en medio de encontronazos con el fascista carioca Jair Bolsonaro.

A todas éstas, la situación que vive el continente es muy compleja y no promete fáciles ni rápidas soluciones. Entre otros obstáculos por la naturaleza intolerante y autoritaria de la Casa Blanca, celosa por demás de su hegemonía en la región.

Latinoamérica está inmersa en un clima de descontento y agitación social provocada por la crisis estructural del modelo neoliberal, aupada por las tensiones geopolíticas globales y la aplicación de las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI), consistentes en recortar el gasto público para incrementar la recaudación fiscal, dejando en hipoteca la soberanía de sus naciones.

Numerosos países del área, entre ellos Argentina, vendida de pies y manos por el derechista Mauricio Macri al FMI, se convirtió en el país más endeudado del área, atenazado hoy por la trama del crédito. En Chile, otro ejemplo, el 1 % posee el 33 % de la riqueza, mientras privatiza los servicios básicos.

Para el sociólogo y politólogo argentino Atilio Borón, las protestas representan “la muerte violenta del mito del modelo neoliberal”, que supuestamente traía “progreso, felicidad, bienestar, equidad social, cuando los datos muestran que ha traído exactamente lo contrario que se anunció”. Creo que el neoliberalismo transforma todo lo que toca en una cultura de la desigualdad.

Pero el relato no termina. No siempre después de la tormenta viene la calma. La confianza se ha perdido ante los abusos de poder de las elites gobernantes por el descrédito de partidos corruptos, la función del Estado convertido en un arbitrio para hacer que se respeten las reglas impuestas por el sistema económico y la ausencia de líderes que impida al pueblo dar golpes a ciegas.

Del encuentro entre López Obrador y Alberto Fernández debe brotar un entendimiento que sobrepase las fronteras de una y otra nación para estimular un diálogo que contribuya a una paz sin tutorías ni exclusiones.