Internacional

Presente y futuro de la globalización

Jorge Gómez Barata

La globalización funciona como una nueva etapa de los procesos civilizatorios a nivel planetario. No constituye una formación económica y social ni un modo de producción diferentes, sino que discurre en los marcos del capitalismo que predomina en el planeta.

Aunque no es “jauja”, esta etapa se caracteriza por mayores interdependencias económicas entre países y regiones, mejores niveles de coordinación entre grandes empresas, mayor eficacia en la socialización de los conocimientos y las transferencias tecnológicas, y empleo masivo de las nuevas tecnologías digitales y de comunicación.

Estas tendencias son favorecidas por los avances nacionales que, aunque de modo desigual y con ritmos distintos, promueven la estabilización política y social, aceleran el crecimiento económico, permiten avances en la consolidación institucional y en la consolidación de la democracia. Probablemente en los últimos 50 años ningún país ha retrocedido y, por lo general, los hijos tienen mejores expectativas que sus padres.

A diferencia de otros momentos como la llegada de los europeos a América, la conquista del Nuevo Mundo, y la expansión del colonialismo que, a los elementos culturales progresivos de los que fueron portadores, sumaron la codicia y la crueldad con que operaron las potencias colonizadoras, la globalización no arrastra esas cargas negativas, y es generalmente un hecho positivo.

No obstante, es evidente que la globalización genera tensiones y costos sociales asociados a la urbanización acelerada, la incorporación de grandes extensiones de tierras vírgenes a la esfera agropecuaria, la construcción de infraestructuras, tales como carreteras, vías férreas, represas, redes eléctricas, puertos marítimos y fluviales, así como la adquisición de tierras por transnacionales y empresas foráneas de diversos países, en particular de China.

Al respecto hay que reconocer que ninguna etapa del desarrollo fue inocua, ni estuvo a salvo de contradicciones entre la actividad económica, especialmente la industria, la agricultura, la minería, y otras con el medio natural, hábitat de muchas especies de la flora y la fauna, que actualmente pueden ser mejor administrados.

Actualmente, los procesos asociados a la globalización son obstruidos por políticas proteccionistas y por variadas querellas económicas, generadas sobre todo desde Estados Unidos donde se ha fortalecido la práctica ensayada contra Cuba a lo largo de medio siglo de utilizar las sanciones económicas para alcanzar objetivos políticos.

La meta, por demás pertinente, de integrarse a la economía global supone adaptarse a los estándares que la rigen, despojarse de la mentalidad del aldeano que cree que “el mundo entero es su aldea”, y apartarse de los enfoques doctrinariamente dogmáticos o excesivamente locales. Para ello no se requiere cambiar regímenes sociales, o modelos políticos, ni renunciar a la identidad nacional, sino que basta un poco de pragmatismo.

Las estructuras de la sociedad global, fenómeno hacia el que, aunque desigualmente, avanzan todos los países, incluidos los africanos, hasta hace poco, prototipos del estancamiento y pobreza, que usando sus recursos naturales y con participación extranjera, especialmente de China, alcanzan ritmos de crecimiento económicos estables.

El progreso económico genera empleos, mientras que el disfrute de las nuevas tecnologías tiende a estandarizar el consumo y el confort, y a aproximar el nivel de los países, todavía profundamente asimétricos y desiguales.

Según Yuval Noah Harari, autor de “21 Lecciones para el siglo XXI”:

“…Por primera vez en la historia, las enfermedades infecciosas matan menos personas que la vejez, el hambre menos que la obesidad, y la violencia menos que los accidentes.

Es cierto que, aunque existen todavía problemas sin respuestas, entre ellos el cambio climático y el destino que nos depara la inteligencia artificial, no obstante, podemos estar seguros de que, como ocurrió siempre, las soluciones aparecerán. La tecnología y el desarrollo son capaces de subsanar los problemas que ellas crean.

Ninguna fuerza puede detener el progreso, ni siquiera con armas atómicas. Hiroshima y Nagasaki son prósperas ciudades, y Chernóbil “regresará del llanto a donde fue llevada”.