Jorge Gómez Barata
En la historia política latinoamericana, los caudillos han sido soluciones temporales, desdichas duraderas o remedios peores que los males. Aunque circunstancialmente haya sectores que se benefician con su gestión, a la larga, dejan más pérdidas que beneficios. Los caudillos son figuras prescindibles. Sin ellos, todo hubiera sido mejor.
En realidad, se trata de individuos que son resultados de procesos sociales y no a la inversa. Por relevantes que sean, cada humano es parte de conjuntos mayores: culturas, civilizaciones, naciones y familias, estructuras que nadie ha creado y que ningún esfuerzo individual ni colectivo pudieran cambiar. Aunque raras veces lo reconozcan, los líderes son herederos de bienes y saberes que no han creado y que legarán a quienes los suceden. Ello no desmiente el valor de sus contribuciones, históricamente han sido eslabones en la infinita cadena del sinuoso devenir humano.
Muchas de las desdichas humanas emanan de la ignorancia de estas realidades, lo cual es particularmente notable en la esfera de la política, ámbito estructural desde donde, individuos ungidos por la casualidad y dotados por las leyes o por la fuerza de inmensos poderes, ejercen, a veces, atinadamente y otras de modo errado, con frecuencia arbitrario y despótico. Así han regido o rigen, el destino de muchos pueblos.
En América Latina es particularmente trágica, la experiencia de los caudillos de derecha o izquierda que han ejercido el poder de modo legítimo o no y gobernado durante demasiado tiempo. Ninguno es completamente malo ni totalmente bueno. Aunque existen particularidades, su impacto es predominantemente negativo, entre otras cosas, porque su presencia suele ocupar todo el espacio político, limita y, en ocasiones, anula el desarrollo de las instituciones, sobre todo de la democracia.
Aunque todos parecen prescindibles, algunos caudillos han sido extraordinariamente populares, otros profundamente odiados, los hay que se han autodefinido como “benefactores” y otros realizaron obras que constituyen legados positivos. Algunos son repulsivos y no faltan los duales que son aquellos que han tenido etapas positivas, momentos aceptables y periodos desastrosos. No obstante, estar superpoblada de tales personajes, el prototipo de los caudillos no es latinoamericano, sino español, se nombró Francisco Franco y se proclamó “Por la gracia de Dios”.
Aunque se trata de especímenes en desaparición y de comportamientos políticos anticuados y que debieron ser trascendidos, en América Latina, dado el peso de la tradición, la debilidad de las instituciones y las lagunas en la cultura política de las élites y los pueblos, el caudillismo tiende a reproducirse, ejerciendo efectos negativos sobre los procesos políticos locales y regionales.
Para la izquierda, que acumula experiencias de todo tipo, es importante pasar definitivamente esa página, dejar de sacralizar a sus líderes, apostar por la institucionalidad y el Estado de derecho y convertirse definitiva e irreversiblemente a la democracia, ambientes en los cuales, en el siglo XXI, comienzan y terminan los procesos políticos, incluido el socialismo. La idea de que el socialismo y la democracia no son compatibles, no solo es errónea sino reaccionaria. Si el progreso económico y social no se realiza en democracia: ¿cómo sería? Allá nos vemos.