Internacional

Sombras en el paraíso

Zheger Hay Harb

La nota colombiana

El partido de gobierno, el Centro Democrático, se preciaba de ser la organización perfecta, dirigida por su mesías el expresidente Álvaro Uribe, a quien obedecen todos ahí sin chistar y tan poderoso, que logró poner como presidente de la República al novato Iván Duque, pero ahora empieza a mostrar fisuras.

Uribe era el político más poderoso del país, con un teflón que no lograba averiar ninguna evidencia sobre sus errores garrafales, cada vez más escorado hacia la derecha, y un ídolo para sus seguidores.

Para las elecciones de congreso en 2014 conformó una lista cerrada, es decir, no se votaba por cada candidato, sino por el partido; su nombre era el que lograba los votos y salían elegidos los que alcanzaran en el orden de la lista.

Así llegó Iván Duque al Senado, sin ninguna experiencia, como la gran esperanza de su jefe para rescatar la presidencia del castrochavismo que, según él, encarnaban Juan Manuel Santos y todos los que apoyaban el proceso de paz. No la tuvieron fácil, como lo demostró el hecho de que Petro, candidato abiertamente de izquierda, exmilitante del M19, excondenado por esa militancia, obtuviera 8 millones de votos frente a los 10 millones del candidato de la derecha.

Ya la campaña presidencial había mostrado que las cosas no estaban fáciles para la derecha, porque ningún acto público del Centro Democrático podía compararse con las ardorosas multitudes que congregaba Petro. Pero los egos de este y de Sergio Fajardo, el candidato de centro, sirvieron en bandeja de plata el triunfo de la extrema derecha.

Desde un comienzo se vio que Duque no lograba empatía con el país: sus salidas al exterior se le fueron en mostrar habilidades con el balón en el Santiago Bernabéu en Madrid, diciéndole al rey de España que Uribe le mandaba saludos y que lo quería mucho, tocando guitarra en París, con su secretario privado diciéndole tocayo al Papa y subiéndose a cuanta tarima se le pusiera por delante a tocar guitarra, cantar y bailar.

Uribe, decepcionado, pensaba, sin embargo, que bajo su dirección Duque enderezaría su rumbo: “Tiene que enderezar”, dijo en una ocasión. Pero ambos, el presidente y su partido, se dedicaron a mirar por el espejo retrovisor para achacarle todos los males del país a Santos y al proceso de paz y a echar por tierra los alcances de lo pactado: quisieron nombrar en el Centro de Memoria Histórica a una persona que considera que en Colombia no ha habido conflicto armado, sino una guerra entre los decentes y un grupo de narcoterroristas guerrilleros y quienes los apoyan, pero la campaña en redes hizo echar por tierra ese nombramiento. Frenaron los avances del punto agrario, corazón del acuerdo de paz, que incluye la restitución de tierras y, en general, su implementación: de un plumazo desaparecieron a las víctimas, negaron los crímenes de Estado y se empeñaron en acabar con la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) y la Comisión de la Verdad.

Nombraron como Alto Comisionado de Paz a una persona que todos los días predica la guerra; en el Congreso impulsaron el rechazo a la creación de 16 curules para las víctimas del conflicto y abandonaron a los exguerrilleros a su suerte.

Pero empezaron a ver que ya la gente notaba el resultado de esas políticas: con el acuerdo de paz habían disminuido los homicidios y se acabaron los secuestros, pero se dio paso a una ola de asesinatos de líderes sociales y desmovilizados porque el Estado no copó los espacios dejados por la desmovilización de las FARC.

Uribe y sus congresistas presentaban cada día propuestas populistas sin contar con financiamiento para ello o abiertamente regresivas como el proyecto de contratar a los trabajadores por horas y, por supuesto, condicionando sus pensiones a esta modalidad, así como ofertas de trabajo mendicante para los jóvenes. Todo sin contar con el gobierno, convencidos de que con darle órdenes bastaba.

La reciente campaña para alcaldías, gobernaciones, asambleas y concejos municipales fue mostrando que el teflón de Uribe ya no existe y él, acostumbrado a que sus propuestas guerreristas presentadas en tono de predicador calaban en la masa, vio con horror que era abucheado en sus presentaciones públicas donde le gritaban “paraco” (paramilitar en lenguaje popular). Que eso ocurriera en Medellín y municipios de Antioquia, donde había sido dios, ya era la debacle.

El resultado de las elecciones no pudo haberles sido más desfavorable: su candidato a la alcaldía de Bogotá quedó en último lugar y ganó la candidata de centro apoyada por partidos de izquierda, mujer y lesbiana; en Magdalena y Santa Marta los venció un exguerrillero que duplicó la votación del candidato de la extrema derecha, de la casta aliada del paramilitarismo que se ha robado la región desde su independencia; en Medellín, su tierra natal, los venció un joven alternativo y su candidato a la gobernación, hijo de un condenado por paramilitarismo, también perdió. Igual ocurrió en Cartagena para dar solo algunos ejemplos.

Y ahora, desde hace una semana, el país está volcado a las calles, pidiendo, entre reivindicaciones sobre educación, medio ambiente, trabajo y pensiones, el cumplimiento de los acuerdos de paz.

Y el desespero ha ido creando en el Centro Democrático una división entre la extrema derecha y la más recalcitrante caverna que ahora bombardea a Duque todos los días pidiéndole mano dura. Uno de los más caracterizados derechistas, el exministro del Interior de Uribe, ha propuesto que Duque renuncie en vez de dedicarse “a conversar” con los promotores del paro. Y María Fernanda Cabal, esposa del presidente de Fedegan (asociación de ganaderos) sospechoso de alianzas paramilitares, pide armar a la población: “esa sensación de impotencia sucede por no aprobar el porte legal de armas. La gente de bien podría defenderse de los maleantes”, como si eso ya no se hubiera hecho cuando Uribe creo las Convivir con el pretexto de que la población tenía que defenderse de la guerrilla y que acabaron siendo grupos paramilitares.

En sentido semejante se pronuncian los congresistas del Centro Democrático, que cada día fustigan a Duque para que responda con mano dura, profundizando su falta de gobernabilidad, porque ya no cuenta ni con el apoyo de su propio partido.

Los promotores del paro le proponen al presidente una agenda de negociación razonable, pero este trastabilla sin saber qué hacer. Mientras tanto, las protestas siguen y cada día se le suman nuevos convocantes. Ayer llegaron los indígenas que atravesaron medio país para presentar sus propias demandas. Aún es incierto el desenlace.