ROMA, Italia, 18 de abril (AFP/EFE).- El Papa Francisco celebró por quinta vez una misa del Jueves Santo en una prisión, en la que lavó los pies de 12 detenidos, en Roma, un gesto de “fraternidad” y “servicio”.
A su llegada, el pontífice fue muy aplaudido por unos 200 detenidos de la prisión de Velletri, en los suburbios del sudeste de Roma, que cuenta en total cerca de 600 prisioneros y 200 vigilantes.
Después de una breve homilía improvisada, el Papa de 82 años se arrodilló, ayudado por dos asistentes, para lavar y besar los pies de 12 detenidos (nueve italianos, un brasileño, un marfileño y un marroquí).
El Sumo Pontífice recordó que se trataba de un gesto antaño reservado a los “esclavos” para recibir al visitante que llegaba a la casa. Aconsejó a todos los detenidos a repetir entre ellos este gesto de “fraternidad”, que hoy también efectúan los obispos.
“Cada uno debe ser servidor de los otros”, “el mayor tiene que servir al más pequeño”, afirmó, insistiendo en que se abandone “el gesto de dominar, hacer daño, humillar a los otros”.
En la tradición cristiana, el Jueves Santo conmemora el día en que Cristo lava los pies a los apóstoles e establece la eucaristía en su última cena. El ritual fue perpetuado en el cristianismo, excepto en algunas ramas de protestantismo.
Desde el inicio de su pontificado, el Santo Padre decidió llevar esta celebración fuera del Vaticano. En otras ocasiones, el pontífice argentino visitó una cárcel de menores o un centro de detención para mafiosos arrepentidos.
El jueves por la mañana, el Papa Francisco presidió, en la basílica de San Pedro, la tradicional misa crismal, en la que se bendice el aceite santo que servirá para otros sacramentos durante el año.
Durante la misa, ante prelados y religiosos de Roma, precisó: “No somos distribuidores de aceite en botella”. “Hacemos la unción ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados, la angustia de la gente”.
No es el más importante
Francisco explicó que Jesucristo, a pesar de ser el hijo de Dios, llevó a cabo con sus seguidores este gesto propio de esclavos, que por aquel entonces limpiaban el polvo y la suciedad del calzado de las personas que visitaban las casas de sus amos.
“Servíos el uno al otro, sed hermanos en el servicio y no en la ambición de quien domina o maltrata al otro. Esta es la hermandad. La hermandad es siempre humilde”, aseguró el pontífice, para después subrayar que esta “regla del servicio” también afecta al alto clero.
“El obispo no es el más importante, sino que incluso debe ser el más servicial”, puntualizó.
Francisco insistió ante los presos, pero también ante el personal de la cárcel y los guardias de seguridad, en que “el más grande debe servir al más pequeño”.
“El que se siente más grande debe ser servidor. Es verdad que en la vida hay problemas, reñimos entre nosotros, pero debe ser algo pasajero. Porque en nuestro corazón siempre tiene que haber ese amor por servir al prójimo”, zanjó.
Acto seguido, Francisco procedió a lavar los pies a doce presos, nueve italianos, un brasileño, uno de Costa de Marfil y otro natural de Marruecos.
Como ya es tradición, se arrodilló delante de ellos y, con una palangana y una jofaina de plata, lavó, secó con una toalla y besó los pies de los doce presos, todos hombres.
Con su visita a esta penitenciaría el Papa argentino volvió a demostrar su especial atención hacia los presos, a cuya situación y reinserción hace referencia frecuentemente, y esta fue la quinta vez que acudió a una cárcel en Jueves Santo en sus siete años como Papa.
La directora de la cárcel, Maria Donata Iannantuono, se lo agradeció al término de la eucaristía, al narrar ante el papa las difíciles condiciones que se viven en el centro, lastrado como la mayoría en Italia por la superpoblación, con 570 reclusos para poco más de 400 plazas.