Piotr Poroshenko, llegado al sillón presidencial ucraniano como consecuencia del golpe de estado contra el entonces presidente constitucional Víctor Yanukovich y la llamada “revolución de colores” que el Departamento de Estado y la CIA yanquis promovieron, organizaron y financiaron en la Plaza Maidán de Kiev, ha caído desplomado estrepitosamente en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de ese país, donde no llegó ni al 30 % de los votos frente a más del 70 por parte de su adversario.
Ha sido un desplome espectacular que rebasó todos los pronósticos que los vaticinaban como derrotado, pero no por tan amplio margen. Ni sus maniobras, provocaciones y desplantes de última hora pudieron salvarlo de la avalancha de repudio acumulado a causa de la crisis económica, el desbarajuste gubernamental y la corrupción rampante.
Tampoco le fueron de mucha utilidad, al parecer, los apoyos recibidos desde la Casa Blanca de Washington y, en menor medida, por parte de la Unión Europea, a quienes sirvió como punta de lanza contra Rusia, brindando los argumentos falsos requeridos para las sanciones antirrusas vigentes.
Poroshenko fue obsecuente y servil en extremo, hasta el punto que el electorado ucraniano fue capaz de percibirlo y añadirlo como un elemento más en este ajuste de cuentas al que acaba de someterlo.
Cuando los ucranianos pensaron, a mi juicio, ingenuamente, que habían logrado su soberanía al desprenderse de la ex Unión Soviética, aparecieron los politiqueros y oportunistas que alinearon al país, supuestamente independiente, con los Estados Unidos y la OTAN.
Esa pirueta, por supuesto, no fue gratuita y llenó los bolsillos de no pocos de ellos que hoy componen una insaciable y pedigüeña oligarquía y cobra puntualmente sus servicios a las transnacionales.
Ahora resultó evidente que el millonario magnate chocolatero no logró reunir los votos necesarios entre los demás candidatos que habían participado en la primera vuelta. Es una muestra de su aislamiento y rechazo generalizado.
Se pudiera abrir para Ucrania una nueva etapa y una nueva era que le permita construir su futuro con paz, justicia y dignidad. Mucho depende de cómo enfrente el gobierno recién electo las numerosas y difíciles tareas inconclusas que les ha dejado el repudiado Poroshenko.
Entre ellas, es fundamental la solución pacífica que, en un marco de respeto y comprensión mutuas y sin seguir el guión de Estados Unidos y la OTAN, se enfrente al tema de las relaciones con Rusia y al reconocimiento a las recién constituidas repúblicas de Donetsk y Lugansk, consolidando una paz civilizada en toda la región del Donbass.
Unicamente así podrá regresar Ucrania al camino de la prosperidad y el desarrollo.
(grobreno@enet.cu)