En una relación profundamente contradictoria, desmesuradamente asimétrica, y altamente ideologizada como la sostenida entre Cuba y Estados Unidos a lo largo de 120 años, y que desde 1959 protagonizan una confrontación extrema, incluidos episodios militares, intentos de magnicidio, y actos terroristas; es difícil auspiciar soluciones negociadas.
No obstante, los presidentes Raúl Castro y Barack Obama se concentraron en lo posible, rodearon obstáculos, aplazaron debates, encajaron críticas e hicieron la diferencia levantando un monumento al pragmatismo político.
Aunque es difícil recrear las circunstancias en las cuales, actuando con realismo político, gobernantes que se presumían adversarios irreconciliables llegaron al mismo tiempo a conclusiones semejantes. Ello demostró que no todas las puertas están cerradas, y que quien encuentre nuevos caminos y tome la iniciativa, obtendrá las ventajas. El inmovilismo y la falta de creatividad son handicap.
Si bien entonces Cuba tuvo en Barack Obama un interlocutor inteligente, realista y motivado, con el cual el presidente Díaz Canel, por ahora, no puede contar, ello no significa que haya que “colgar los guantes”, esperar y soportar. Resistir no es sufrir sino maniobrar y luchar con los medios al alcance. Hoy las armas no son la retórica, sino la imaginación y la audacia.
Aunque la coyuntura respecto a la administración de Estados Unidos es sumamente desfavorable, es preciso estar atentos, porque debido a las contradicciones, los intereses diversos, errores de cálculo, e inconsecuencias al interior de la administración norteamericana, pueden crearse coyunturas favorables, si no para soluciones globales, sí para avances parciales.
En la compleja dialéctica del entramado bilateral pudieran aparecer oportunidades para Cuba y su nueva administración, que actuando en consecuencia con el legado de Raúl y con apremios aún mayores, logre adelantar iniciativas, mediante las cuales siempre habrá más oportunidades de ganar que riesgos de perder.
Al respecto la posición del canciller Bruno Rodríguez me pareció un encaje perfecto: “Si Estados Unidos cierra, Cuba abre”, a lo cual pudiera agregarse si Estados Unidos busca la confrontación, Cuba procura la avenencia. No se trata de hacer concesiones, sino de buscar soluciones y colocar al adversario antes sus inconsecuencias.
No basta con proclamar en tribunas locales e internacionales la disposición para el diálogo, sino de actuar de modo proactivo y procurarlo, proponerlo, sugerirlo, promover agendas, aproximar posiciones y llevar a los adversarios, incluidos los más encarnizados, a un terreno donde algún entendimiento sea posible.
Obviamente no siempre se obtendrán ventajas inmediatas, y en ocasiones habrá que ceder, todo lo cual es consustancial a la diplomacia que no conoce la intransigencia, pasa por alto ofensas y desaires, siempre está lista para intentarlo otra vez, y para evadir la confrontación y los antagonismos.
Cuba es un Estado de derecho responsable por sus actos y cumplidor de sus obligaciones. No es un rival militar ni un competidor económico de los Estados Unidos, tampoco un promotor de conflictos ni se propone exportar un modelo político, y obviamente no es un factor decisivo en la geopolítica mundial. Al hostilizar a Cuba, Estados Unidos reitera una política que el propio Estado norteamericano ha reconocido como fallida y desacreditada.