Internacional

Visible y velado

Alfredo García

En torno a la noticia

Mientras la atención de políticos y académicos se centra en el auge de la ultraderecha y el retroceso de los partidos de centro e izquierda a nivel global, discretos promotores y beneficiarios del “cambio” pasan inadvertidos. El espacio político que por mérito propio deben llenar los partidos de izquierda y centro, es ocupado por la ultraderecha con demagogia, chauvinismo, proteccionismo y racismo, tomando ventaja electoral del consenso popular hacia el “cambio” generalmente para peor.

Las victorias electorales de la ultraderecha en Ucrania, Finlandia, Eslovaquia e Israel y más reciente del ultraderechista partido VOX en España, junto al tsunami derechista que desde hace una década barre América Latina en Panamá, Guatemala, Argentina, Haití, Honduras, Chile, Perú, Costa Rica, Paraguay y Colombia, en funesto proceso de reversión política consolidada por el triunfo electoral de Donald Trump en EU y Joao Bolsonaro en Brasil, son atribuidos al agotamiento de la sociedad ante a los partidos tradicionales, la corrupción de la clase política y el costo pagado por errores de los gobiernos de izquierda.

Sin embargo, instituciones fundadas con el explícito propósito de intervenir en los asuntos internos de Estados en contravención con la Carta de la ONU, para desestabilizar a gobiernos que resultaban incómodos para EU como la Fundación Nacional para la Democracia, (NED por sus siglas en inglés) y otras agencias injerencistas norteamericanas, apenas se mencionan.

En 1983, acosado por los escándalos causados por la CIA en sus operaciones políticas encubiertas en todo el planeta, el presidente Ronald Reagan propuso al Congreso de EU, como fachada política, la creación de la NED con el propósito de institucionalizar la injerencia en los asuntos internos de los Estados a través de los partidos republicano y demócrata, bajo el eufemístico lema: “Promover la democracia en el mundo”.

En la década de los 80 del pasado siglo, el presidente Reagan lideró la “revolución conservadora” republicana, contra toda manifestación de izquierda en defensa del cambio revolucionario o el socialismo, dando inicio a una inédita guerra de baja intensidad contra la URSS y el resto de los países socialistas, que combinó la contienda psicológica con la amenaza militar. La nueva estrategia sustituyó la política exterior de “contención” hacia la URSS, aplicada desde el final de la II Guerra Mundial por la de “reversión”, iniciando una política exterior “diferenciada” hacia el Estado soviético y el resto del campo socialista a través de la NED, identificando disidentes y potenciales aliados en medio de un clima de incertidumbre política, para ofrecer apoyo político y financiero con el sospechoso “dejar hacer” del entonces presidente soviético, Mijail Gorbachov.

La primera víctima fue Polonia, a través de la solapada actividad del Sindicato Solidaridad, seguida de Hungría, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Bulgaria y Rumania, para culminar en 1989 con la sensacionalista caída del muro de Berlín y las posteriores “revoluciones de colores”, que alinearon a Occidente a todos los ex países socialistas.

A finales de los 80, en medio de la tibia política de reforma económica y apertura liberal en la URSS, conocidas como Perestroika y Glasnov, las repúblicas soviéticas reclamaron mayor descentralización del gobierno de Moscú, agudizando la crisis interna. Tras fracasado intento en defensa del sistema socialista, Gorbachov fue derrocado por Boris Yeltsin, un aliado occidental quien ilegalizó al PCUS y decretó la independencia de las repúblicas bálticas, dando inicio al colapso de la URSS en diciembre de 1991.

Tiempo después, se conoció la injerencista participación de la NED y otras agencias norteamericanas en el desplome político de la URSS y el resto de los países socialistas del Este. Después llegó la versión árabe a Siria, Egipto y Libia, con el resultado conocido, extendido hoy a Venezuela, Nicaragua y Cuba.