Internacional

Atarés, el último reducto español

Por Marina MenéndezFotos: Lisbet GoenagaEspecial para Por Esto!

LA HABANA.— Llegar al Castillo de Atarés supone ascender por una empinada y serpenteante vía en la cúspide de la llamada Loma de Soto, ahora cementada, y que no atemoriza tanto al subir como al bajarla; lo mismo si se hace a pie que en automóvil.

Una piensa cuán difícil habría sido alcanzar la cuesta para los jóvenes soldados españoles enviados a “proteger” la colonia porque, entonces, esta era una zona boscosa que se dejó agreste, exprofeso, para impedir la escalada al enemigo.

Noventa bien equipados efectivos componían la guarnición del cuartel.

Precisamente, el promontorio donde se erige, y el hecho de que esté casi donde termina la bahía de La Habana, explica el valor que España le concedió al Castillo de Santo Domingo de Atarés, como se le bautizó al concluirse, en 1767: un hexágono de sólo un piso carente de las dimensiones o la altura que le han dado fama a La Cabaña y al Morro.

Pero está tan arriba sobre el nivel del mar, que el Historiador de la Ciudad, el doctor Eusebio Leal, la ha calificado como “un mirador” natural que pronto estará al alcance de quien quiera visitarlo. Y eso también le confería importancia, desde el punto de vista militar…

Ahora se la devuelve a su estado original como parte de las muchísimas obras en marcha en la capital para celebrar su 500 cumpleaños, en noviembre.

Y cuando esté lista constituirá un museo desde cuyo entorno se podrá observar, en lontananza, la parte vieja de una ciudad que sigue redescubriendo sus encantos.

Lo primero, antes de restañar lo dañado, ha sido eliminar todo lo que primigeniamente no existía, pues la Fortaleza de Santo Domingo de Atarés fue cambiando su morfología según varió de función, al paso de los años.

Luego de fuerte español fue sede de la Guardia Presidencial durante los primeros años republicanos, prisión y unidad militar.

Aunque nunca entró en combate en los tiempos de la Colonia, guarda su pequeña historia de armas, escrita el 8 de noviembre de 1933, en tiempos del gobierno de Ramón Grau San Martín, cuando un breve movimiento opositor tomó el enclave, y fue bombardeado desde tierra y desde el mar por el ejército. Esa fue su única página bélica.

Un sistema defensivo bien pensado

Aunque es de las fortalezas españolas menos visibles y conocidas, el Castillo de Atarés constituyó un bastión estratégico bien pensando, cuya construcción se decidió tras la Toma de La Habana (1762) y posterior retirada de los ingleses, de consuno con la edificación de La Cabaña, de modo que ambas construcciones se iniciaron juntas, en 1763.

No sufrió La Habana después otro asedio de aquellas dimensiones, imposible de frenar por los militares españoles y por los criollos, ya con sentido de nacionalidad y pertenencia, que se les sumaron, a pesar de lo cual fueron derrotados por Inglaterra, que se quedó al mando de la ciudad durante 11 largos meses.

Sin embargo, el suceso dejó ostensibles enseñanzas para la Corona, que fortaleció con un diseño hecho a tenor del ataque inglés, el sistema defensivo de La Habana.

Una hilera de enclaves a ambos lados de la bahía la protegería en lo adelante. Mientras el Morro (terminado entre 1630 y 1640, según la fuente), con el refuerzo ahora de La Cabaña (1774) “cubrirían” la entrada de la bahía del mismo lado de la ensenada (barlovento), del otro lado, La Fuerza (1581), (en sotavento), La Punta (1593) —erigidas ambas en la apertura de la rada— completaban “la pinza” de fortalezas con el nuevo respaldo de Atarés (1767), levantada en esa misma orilla pero casi tierra adentro, escasos kilómetros antes de llegar a la popular localidad de Guanabacoa.

Un elemento que pudo resultar decisorio en la elección del sitio debió serlo el desempeño que hizo contra los ingleses el jefe de Escuadra español Juan Antonio de la Colina Rasines, quien garantizó por algún tiempo la entrada y la salida de la ciudad frente al asedio inglés, parapetado con dos docenas de piezas de artillería aquí, en la Loma de Soto, apócope del apellido del antiguo dueño, que donó el promontorio sin cobrar: Don Agustín de Sotolongo y Pérez de las Alas.

El Torreón de La Chorrera, situado en la vanguardia marítima que rodea el Norte de la capital, justo en la desembocadura del río Almendares y mucho antes de llegar a la bolsa que es la bahía, constituyó uno de los primeros fortines, levantado cuando aún corría la primera mitad de los años 1600.

Completaba el rosario de fuertes el conocido como Castillo del Príncipe, alejado del mar y muy cerca del que luego ha sido conocido barrio del Vedado. El lugar tiene triste y terrorífica historia como cárcel donde fueron encerrados o asesinados, hace más de medio siglo, jóvenes defensores de la soberanía de Cuba, aunque no sea ese un historial exclusivo. Según historiadores, en Atarés también se torturó y se mató durante la dictadura de Gerardo Machado (1925-1935).

Plaza decisoria

Si nuevos invasores, después de los ingleses, hubieran intentado apoderarse de la urbe y logrado pasar, vivos, el Torreón de La Chorrera, y vencer luego la protección del Morro, la Fuerza, La Cabaña y La Punta, Atarés habría significado el último reducto no sólo para España, sino para los cubanos que ya con identidad de nación —como lo hizo el célebre guanabacoense Pepe Antonio ante Inglaterra—estaban dispuestos a defender su suelo.

La pequeña plaza de armas a la que no fue posible entrar ahora pues todo se está reconstruyendo, centra, por dentro, el edificio, rodeada por seis bóvedas donde se alojaban los soldados y que, se afirma, estaban a prueba de las bombas de la época.

Un breve puente de madera sujeto por cadenas que será restituido, sustituyendo el paso de cemento que la reemplazó después, permitía el acceso hacia adentro del fuerte, transitando por encima del foso que fungía como aljibe para proveer de agua a los acantonados e impedir, al mismo tiempo, que foráneos entraran, escalando las paredes de piedra.

Un reciente hallazgo arqueológico permitió obtener parte del equipamiento de la fortaleza que, una vez abierta como museo, podrá ser visto.

Entre esas piezas seguro se encuentra “algo” de los 20 cañones bien equipados que estaban emplazados en la azotea, y que España, por fortuna, ¡nunca tuvo ocasión de usar!