Por Alfredo García
La política de Israel, ha sido en los últimos años eco de la ultraderecha republicana de Estados Unidos, identificada plenamente -como en el período entre el presidente George W. Bush y el primer ministro Ariel Sharon (2002-2006)- o disintiendo durante el mandato del presidente Barack Obama y el primer ministro Benjamin Netanyahu (2009-2017).
Lo confirman las elecciones parlamentarias efectuadas ayer en Israel, consideradas por analistas una repetición de los fallidos comicios efectuados el pasado mes de abril: una polarización ultraderecha-centro-izquierda, que refleja la actual incertidumbre política en la Unión Americana, así como las pugnas internas dentro del partido Republicano y el Demócrata.
Con un 92,5% de los sufragios escrutados para un total de 120 escaños, la alianza ultraderechista que encabeza el partido Likud, liderado por Netanyahu, obtuvo 31 puestos mientras la agrupación centro-izquierda, Azul y Blanco, encabezada por el exgeneral Benny Gantz, alcanzó 32, en un virtual empate que impide por segunda vez la formación del gobierno, al no lograr ninguna de las dos fuerzas políticas la necesaria mayoría simple de 61 escaños.
Un ligero aumento en 1,5% de participación electoral (69,4%) en comparación con la del pasado abril, fue confirmado por el Comité Electoral Central (CEC). En abril de un registro electoral de 6 millones 339 mil 729, la votación alcanzó los 4 millones 340 mil 253 (68,46%). Se estima que el aumento de votantes benefició a la coalición progresista de cuatro partidos árabes, Lista Conjunta, que obtuvo 12 escaños más que en la cita de abril.
Tras las elecciones de ese mes, el ultraderechista exministro de Defensa Avigdor Lieberman, nacido en la antigua URSS, y líder de los judíos rusos, se negó a integrar su partido, Israel Beitenu, a la alianza con Netanyahu por su defensa del laicismo frente a las imposiciones de los ultrareligiosos judíos, resultando pieza clave en el fracaso de Netanyahu para formar gobierno. En las elecciones de ayer, Lieberman ganó 9 escaños, cuatro más que los obtenidos el pasado abril, y volvió a ganar notoriedad, al proponer un gobierno de “unidad nacional” de amplia base “laica y liberal” formado por los dos grandes bloques de derecha, centro-izquierda y su partido.
En su primera alocución, Netanyahu, que había asegurado “conservar los plenos poderes”, compareció ante un pequeño número de seguidores con la imagen de derrota, limitándose a declarar: “Hay que esperar a la proclamación de los resultados definitivos, antes de plantear alternativas de Gobierno”.
Por su parte, Gantz declaró: “Hemos cumplido nuestra misión, mientras que Netanyahu parece que no ha tenido éxito. Esperamos que el pueblo de Israel pueda tener el Gobierno de unidad que necesita”.
El desesperado salto de Netanyahu hacia la extrema derecha religiosa con la alianza de las agrupaciones ultraderechistas, Unión de la Torá y el Judaísmo, el sefardí Shas, Alianza Yamina y el Poder Judío, que le costó la alianza con Lieberman, no fue suficiente para hacer la diferencia esperada por el primer ministro israelí en los recientes comicios legislativos. Quizás al presidente Donald Trump le espera igual destino.
Ahora Netanyahu tendrá que enfrentar el proceso, donde es acusado por el Fiscal General de corrupción, fraude y cohecho.
Sin embargo, el mayor revés lo sufrió la tendencia progresista israelí. Como resonancia del debate interno en el Partido Demócrata en EE.UU., el Partido Laborista priorizó las viejas diferencias con la izquierda radical y desestimó integrar un bloque con el movimiento pacifista, Meretz y el nuevo partido del ex primer ministro Ehud Barack, lo que habría contribuido a una contundente derrota sobre Netanyahu. Ojalá esa experiencia sirva de lección a sus iguales en EE.UU.