Gustavo Robreño
La militarización de la Asamblea Legislativa de El Salvador, adonde acudió el presidente de ese país, Nayib Bukele, acompañado por fuerzas militares y policiales en zafarrancho de combate y fuertemente armados, constituyó un hecho sorprendente e insólito en la historia política de esa nación centroamericana que, por cierto, no se ha caracterizado por tener un devenir de paz y tranquilidad.
Sangrientas dictaduras militares, con el apoyo indisimulado de los gobiernos imperialistas de Estados Unidos, han ocupado por buen tiempo la gobernación del Pulgarcito de América, cuyo pueblo, por otra parte, ha escrito páginas de sacrificio y heroísmo poco comunes, enfrentándose asimismo a duras situaciones de hambre y miseria que hoy explican las largas caravanas de emigrantes huyendo del país en busca de eventuales condiciones de una mejor existencia.
Tras la cruenta guerra civil que conmovió a ese país y a toda la región centroamericana en la década de los 80 se alcanzaron los Acuerdos de Paz suscritos en México, logrados tras trabajosos años de negociación por parte de los llamados Grupo de Contadora y Grupo de Apoyo, que integraron entonces diversos gobiernos de la región.
Para El Salvador, según especialistas lo apreciaron en aquellos momentos, se abría una nueva etapa que podía conducir al alivio de tradicionales males sociales y entrar en una senda de progreso y bienestar. A la larga, todo resultó ser una falsa ilusión, pues a los problemas ancestrales se unió la violencia del crimen organizado generada por la delincuencia y las drogas.
El partido derechista ARENA gobernó en sucesivos mandatos y, como era de esperarse, nada resolvió de las más apremiantes necesidades del pueblo salvadoreño y fue sucedido durante dos períodos por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), organización revolucionaria surgida de la unión de diversas fuerzas, participante principal de los enfrentamientos armados de los 80, emergido de aquella lucha con gran autoridad y prestigio, convertido en partido político para encarar la nueva etapa.
La alternancia en el gobierno y las diferentes jornadas electorales se llevaron a cabo según lo establecido por los Acuerdos de Paz, aunque como telón de fondo quedó pendiente la solución de los acuciantes problemas sociales y aumentaron el descontento generalizado de los sectores más vulnerables, que allí son mayoritarios.
Como ocurre habitualmente en medio de estas situaciones, siempre aparece un demagogo que intenta capitalizarlas, con el apoyo de elementos que inicialmente aparecen oscuros pero más adelante se muestran de manera abierta, y esto fue lo que ocurrió en los más recientes comicios presidenciales, según indicaron sus resultados.
Con todas las imperfecciones y limitaciones que efectivamente tiene el sistema surgido de los Acuerdos de Paz, garantizó un mínimo de entendimiento y convivencia democrática que ha tenido su máxima expresión en la Asamblea Legislativa, todo lo cual se ve ahora en peligro por la actuación autoritaria de quien detenta el poder presidencial, humilla y desprecia a la institución parlamentaria.
¿Podrá El Salvador salvar su democracia?
(gustavo.robreno@nauta.cu)