Pedro Díaz Arcia
En estos momentos se debate si una guerra incontrolable nos llegará de Medio Oriente, de Asia, o si estallará en el Ártico. En este contexto, se inició un simulacro de ataque nuclear contra blancos rusos por parte del Pentágono y sus aliados europeos, y fue calificado por Moscú como “un juego altamente peligroso”. La maniobra respondería a la presunta agresión rusa contra sus socios en la otra ribera del océano Atlántico.
Mientras la preocupación se intensifica por si el Covd-19 se convertirá en una pandemia, los sectores de la izquierda en el mundo siguen su peregrinar en busca de una “pegatina” especial que permita unir elementos hoy disonantes en sus concepciones ideológicas y en la ejecución de acciones táctico-estratégicas.
El 3 de abril de 2015, al aludir en un artículo* a las “enfermedades graves” de la Curia Romana planteadas por el Papa Francisco en su último mensaje de Navidad: como la rivalidad, “Alzheimer espiritual” y la “esquizofrenia existencial”, me pregunté si alguien podía certificar que la izquierda estaba al margen de los males de la alta jerarquía eclesiástica. “Lamentablemente –dije—, son pocas las excepciones; aunque algunos lancen piedras a techo ajeno”. ¨
“Una Curia que no hace autocrítica y no se actualiza y no intenta mejorar es un cuerpo enfermo”, afirmó Francisco en un llamado a superar los vicios para lograr una institución “más armoniosa y unida”. Parafraseándolo, escribí: “¿Puede una izquierda acrítica, desactualizada en su entorno, sin memoria histórica y además con ´esquizofrenia existencial´ enfrentar los retos del momento, cuando los pueblos enfrentan daños arrastrados por la riada de siglos de explotación colonial, neocolonial y capitalista?”
La escritora española Belén Copegui, en su libro “El comité de la noche”, enfatizaba, entonces, en la necesidad de una unión de la izquierda que fuera capaz de enfrentar las contingencias de las coyunturas históricas y las complejidades de lo cotidiano, más allá de una fusión temporal con fines electorales. Por supuesto, la crisis es hoy más grave -de lo que era- para forjar una identidad de objetivos alcanzables a largo plazo que implique el cambio de un sistema que se retroalimenta como un rumiante.
Acerca del capitalismo y sobre su supervivencia, hay un amplio espacio para la discusión; se trata de un modo de producción, de una formación socioeconómica, con una inusitada capacidad de mutación para resistir las crisis cíclicas que lo caracterizan y encontrar nuevas formas de sostenibilidad y desarrollo.
¿Cuáles serían las medidas a tomar por esa izquierda debilitada por golpes y autogolpes, esté en el gobierno o la oposición?
Es común que movimientos políticos progresistas y partidos de izquierda: divididos, al margen de sus bases y de las demandas populares, se pierdan en actos de contrición filosófica y graviten alrededor del poder, en su retórica discursiva. Además, debe cuidarse del peligro de profetas que en un cansino sonsonete no se sabe si llaman a misa o a sepultura.
Cuba, que enfrenta el mayor bloqueo económico, financiero y comercial en toda la historia de la humanidad, debe escuchar propuestas que podrían ser válidas para solventar o paliar problemas que hoy la asedian. Afirmando las raíces históricas, el legado cultural y las tradiciones combativas. El tronco, como decía Martí, debe ser nuestro, el ramal que sea universal.
¡Qué valor tiene una democracia que se amamante de la pobreza, la discriminación y la desigualdad! ¡Hay que trazar la línea roja!
* “La izquierda y la Curia Romana”, publicado el 3 de abril de 2015 en los diarios POR ESTO!, Mérida, Yucatán.