Pedro Díaz Arcia
El líder cubano Fidel Castro, quien falleció en 2016, sigue siendo la pesadilla de Estados Unidos. Un interesante artículo de la escritora y periodista estadounidense-venezolana, Eva Golinger, publicado el viernes en Rusia Today, plantea que años luego de su muerte, “y más de sesenta años después de su llegada al poder en Cuba, aún sigue siendo el centro del discurso político en Estados Unidos”.
Bastó una mención del senador por Vermont, Bernie Sanders, relacionada con los logros del sistema educativo cubano bajo el gobierno de Fidel, para que la derecha y el propio “fuego amigo” hayan desatado una virulenta campaña contra el “socialista democrático”; cuyo ideario contiene propuestas orientadas a beneficiar a los sectores más vulnerables de la nación.
La revista web Político, de significativa influencia en Washington, alerta que podría ser una amenaza sin precedentes para el estilo de vida del país; por eso tanto la cúspide demócrata como la republicana, desde distintas riberas y por diferentes motivos, recurrirán a cualquier medio para impedir su postulación y mucho menos un virtual triunfo, que presumo muy difícil.
Golinger destaca las penurias del país caribeño debido a la agresiones, amenazas y ataques de una docena de gobernantes estadounidenses, entre ellos, Donald Trump, uno de los más obsesionados por el “peligroso enemigo” a pocas costas de Florida, cuando ha ido a sacarle fiesta a Kim Jong-un a Corea del Norte; pero dolido por no poder cumplir el deseo de ir a jugar golf en la hermosa playa de Varadero.
También la autora enfatiza en el bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por Washington en 1960 y que “ha causado miles de millones de dólares en daños y pérdidas a la isla”; además, de los sufrimientos causados por la falta de “productos necesarios, como medicinas y fuentes alimenticias”, afirma.
En la sucesión de gobernantes norteamericanos empeñados en la destrucción de la Revolución, hay que distinguir el lapso que significó la política de Barack Obama (2009-2017) hacia Cuba, cuando a fines de su segundo mandato y luego de intensas negociaciones a lo largo de 18 meses entre autoridades de ambos países, acompañados por garantes de Canadá y del Vaticano, los presidentes Barack Obama y Raúl Castro anunciaran al unísono una nueva etapa en las relaciones bilaterales.
Un proceso de apertura que estimuló el intercambio beneficioso para ambas naciones en varias esferas. Incluso, se restablecieron las relaciones diplomáticas. Estados Unidos redujo restricciones, que redundaron en un mejoramiento en los intercambios entre ambos países y una sensible disminución de las tensiones; sin que Washington renunciara al bloqueo ni a métodos sutiles de subversión ideológica. Los aires cambiaron y los avances se desmoronaron a partir del mitómano al frente de la Casa Blanca.
El Gobierno cubano, hoy en manos de una generación nacida luego del triunfo de la Revolución en enero de 1959, cuando el Ejército Rebelde entró con pie de pueblo al Palacio del Poder, y que es fiel al legado histórico de sus predecesores, sigue siendo una piedra en la garganta del imperio, que no ha podido quebrar la resistencia de la nación, ni su ideología, ni su dignidad.
Lo cierto es que en medio de una epidemia que avanza sin freno por el planeta; y el incremento de una guerra en Medio Oriente que no tiene a la vista muros de contención; Fidel Castro y la Revolución cubana siguen ocupando espacios en el centro de la gran prensa estadounidense, de sus debates internos electorales y en las agendas de sus dos principales partidos políticos.