Internacional

¿Bailando con la más fea?

Por MARINA MENÉNDEZ QUINTEROFotos: Lisbet Goenaga

LA HABANA, Cuba.- Si se revisa el prontuario de situaciones complejas enfrentadas por Miguel Díaz-Canel desde que pusieron en sus manos las riendas del Estado en Cuba, se hallará un rosario de acontecimientos que han puesto a prueba su temple, su capacidad de dirección, y el aprendizaje que ha constituido su vida política. Ha salido airoso.

El más reciente de esos sucesos que merecen llamarse contingencias ha sido el azote del Covid-19, que el mandatario está enfrentando con todo su equipo “movilizado” no por las calles, porque Miguel Díaz-Canel predica con el ejemplo y no solo cuida, en las citas que tiene diariamente con el ejecutivo, de que todos estén ubicados con una separación apropiada. Además, todos, incluso él, llevan su cubreboca. Jamás deambularían innecesariamente por la vía en este momento.

El gabinete en pleno está movilizado porque el Presidente se informa y comparte cada día el acontecer nacional y sectorial, mediante una reunión cotidiana del Consejo de Ministros que él encabeza junto al nuevo Primer Ministro (Manuel Marrero), y por medio de videoconferencias que ponen “en vivo”, frente a colegas o superiores, a los gobernadores, líderes de la Defensa Civil, y otros funcionarios de cada territorio.

Por medio de los reportes televisivos, la ciudadanía ha visto que con comprensión, pero con recta exigencia, él orienta, controla y chequea.

La pandemia mundial es la adversidad del momento entre todas las que ha sido preciso enfrentar, y ante las cuales él ha tenido ese desempeño catalizador de simpatías que Díaz-Canel empezó a conquistar desde su designación el 19 de abril de 2018, hace dos años, justamente hoy. La gente, entonces, lo aplaudió; pero no lo conocía bien todavía, aunque había desempeñado relevantes responsabilidades gubernamentales.

Ha sido después que su quehacer le ha ido ganando, rápido, eso otro ingrediente que el pueblo cubano está acostumbrado a palpar en sus dirigentes, para seguirlos y hasta amarlos: liderazgo.

Para un hombre de menos de 60 años como él -porque los cumplirá mañana mismo-, pudo haber sido más difícil: es el primer jefe de Estado cubano que no fue a la Sierra Maestra ni tenía edad para combatir a los yanquis en Playa Girón. Es el primero que no pertenece a la aquí llamada Generación Histórica de la Revolución.

Ante tales circunstancias, y con tantos escollos que ha debido ayudar a sortear al pueblo, cualquiera podría decir en buen cubano que al presidente Miguel Díaz-Canel le ha tocado “bailar con la más fea”.

El estreno fue el infeliz estrellamiento casi sobre el Aeropuerto “José Martí”, de un avión fletado por Cubana de Aviación a la firma mexicana Global Air, el 18 de mayo de 2018, a pocos días de su nombramiento.

Un poco después llegó el huracán Michael, que pasó sobre el occidente y el centro de la Isla, en octubre. Y, detrás, la tormenta subtropical Alberto. El 2019 abrió con el tornado que destruyó varios barrios capitalinos.

Desde 2017, pero con más fuerza en ese propio año, se recrudecieron las injustas sanciones de Estados Unidos, que para diciembre llegaron al paroxismo de pretender cortarle todo el petróleo a Cuba. Era un castigo inédito y atroz impedido por la solidaridad de terceros, y que Díaz-Canel retrató con la criollísima e ilustrativa frase de que el gobierno de Estados Unidos quiso “cortarnos el agua y la luz”… Pero no pudo, ni ha podido matarnos.

Antes, Donald Trump empezó a ponerle púas al viejo cerco anticubano prohibiendo a los suyos viajar aquí, recrudeciendo la persecución contra cualquier transacción comercial o financiera; prohibiendo la llegada de los cruceros; cercenando más y más vuelos. Nunca el bloqueo ha sido tan inhumano, ni ha llegado a la paranoia de mantenerlo en medio de esta pandemia.

A todo ello, la Cuba que guía ahora Miguel Díaz-Canel ha respondido con una resistencia que él llama a materializar creando -es decir, sin que detengamos nuestras gestiones con vista al desarrollo…

No es una encomienda que nos haga él solo: le acompaña un gabinete joven que echa pie en tierra con él.

Tampoco está «desamparado» a la hora de las decisiones. Raúl, su antecesor y quien se mantiene al frente del Partido, comparte la carga feliz de guiar a los cubanos, para que el buen puerto nos aguarde detrás de cada contingencia.

Estoy segura que Díaz-Canel prefiere y propicia la dirección colectiva. En una de sus diarias reuniones con el Consejo de Ministros, ese compartir deberes y derechos con que él también hace gala de su modestia, quedó de manifiesto cuando recordó que la responsabilidad por hacer que se cumplan en todo el país las orientaciones para frenar el Covid-19, es «de todos los que estamos sentados aquí».

En cualquier país del mundo, cualquier observador político -y me incluyo- habría analizado estos 24 meses de mandato mirando fríamente los números de la macroeconomía y las políticas sociales emprendidas. Eso, principalmente.

Sin embargo, no vale esa cuenta para una nación como Cuba, que hace 61 años ha tenido en el punto de mira, y priorizado, la gestión social, mientras lidia con una economía lastrada por ineficiencias internas –cierto- que no han dependido tanto ni siempre de los funcionarios de arriba sino de jefes intermedios que no exigieron; o de hombres y mujeres comunes que no siempre cumplimos las misiones a cabalidad.

Pero, aunque muchos piensen que la que viene es una frase trillada, lo cierto es que esa cuenta no vale para la Isla, principalmente, porque somos un país bloqueado y sin riqueza natural alguna si se le compara con los vecinos conosureños -¡tanto gas y tanto litio en Bolivia; tanto petróleo en Venezuela, tanta biodiversidad, agua y floresta en Brasil, tanto cobre en Chile…!

Manejar los escasos recursos que se tienen y no esperar a que las ganancias “chorreen” -¡aquella frase del neoliberalismo inicial, de 1970 y 1980, ¿recuerdan?-, no se deja aquí a la casualidad que, por cierto, casi nunca ocurre en aquellas naciones en que los pobres siguen esperando los sobrantes que debían gotear por el borde de la copa. Aquí eso se llama voluntad política.

Median, desde luego, en el nivel de eficiencia de la economía cubana, los ajustes de un modelo que primero fue copia del derrumbado socialismo este-europeo, y que desde el VI y el VII congresos del Partido Comunista -ente rector de la sociedad cubana- introdujo cambios que lo actualizaron de acuerdo con el transitar del mundo: ya sabemos que el orbe es una gran aldea global, y resulta imposible soslayar a los otros. No siempre es posible desconocer las reglas que han impuesto los poderosos, y que han hecho del actual, un orden injusto.

En contrapartida, a Díaz-Canel le ha tocado velar porque las nuevas directrices cubanas -aquí les llamamos “los lineamientos”- se cumplan; y lo hace en permanentes recorridos por las locaciones de la Isla. Las mantenidas citas con los titulares del gabinete, nunca faltan.

Ha implementado una política comunicacional que exhortó a cada ministro y funcionario a brindar información, lo que ha hecho aún más transparente la labor de un estamento de dirección que antes no soltaba prenda… Eso también brinda más confianza a la ciudadanía.

Claro que, si se le preguntara ahora a mismo a Miguel Díaz-Canel Bermúdez cómo ha sido este período desde que “llegó al poder” -el término generalmente usado cuando se habla en el mundo de este o aquel presidente-, estoy segura que esquivaría esa denominación, y diría que ha bebido del aprendizaje que propició la actuación de Fidel durante los intensos y hermosos años fundacionales. Ese, y no otro, es el poder que heredó.

#SomosContinuidad es una de sus aseveraciones más usada en las redes sociales. Eso lo dice todo.

Lo importante es que él actúa consecuentemente con tal afirmación. Esa vocación fidelista de servir, esa capacidad de resistir de parte de un pueblo probado en cientos de agresiones y otras contingencias adversas, ayuda a Miguel Díaz-Canel a convertir la situación más fea, en bella.