Internacional

Jorge Gómez Barata

Desde hace más de un siglo el pensamiento de Izquierda se alimentó con la idea de que estaba en marcha una “crisis general del capitalismo” que se resolvería con una especie de transición a sociedades diferentes. La propuesta fue el orden político surgido del triunfo bolchevique que entronizó un modelo económico y social alternativo al capitalismo y a la democracia liberal.

Debido a defectos congénitos del capitalismo, más que a la calidad de la oferta, aquel pensamiento se difundió entre importantes capas sociales y, como resultado de la II Guerra Mundial, asumió formas estatales y se instaló en una docena de países de Europa Oriental, China, Mongolia, Vietnam y más tarde en Cuba.

Después de algunos años de intensos tanteos, en los cuales surgió la tesis de la existencia de una “vía no capitalista de desarrollo”, los nuevos estados surgidos de la descolonización, se distanciaron del enfoque soviético y el capitalismo se consolidó en los vastos espacios de Asia y Africa. En la época China entró en ruta de colisión con la Unión Soviética cuyo colapso, junto con los países del socialismo real fue el fin de una experiencia que no resultó viable.

Detalles aparte, la inviabilidad de la propuesta soviética se debió a su calidad. El modelo económico basado en la estatización, la dirección y planificación centralizada y la colectivización de la tierra, no superó a la economía de mercado ni la organización política basada en la “dictadura del proletariado” mejoró la oferta de la democracia liberal y del Estado de derecho.

No obstante, por la intensa crítica a un estado de cosas injusto, sus esencias humanistas, por la propuesta de equidad en la distribución de la riqueza y por la instalación de la justicia social, el ideal socialista sobrevive en la conciencia social de una parte de las sociedades contemporáneas. Que ello se convierta o no en modelos políticos y en esquemas económicos dependerá de procesos políticos locales que, como atestigua la reciente involución política latinoamericana, son excepcionalmente difíciles.

En la presente coyuntura, algunos observadores, confundiendo deseos con realidades, especulan con presuntos cambios que, como resultado de la pandemia que afecta a la humanidad pudieran surgir en la conciencia social, la economía o la práctica política, cosa que personalmente descarto, entre otras cosas porque la enfermedad es un desafortunado fenómeno natural que, excepto su impacto sobre la economía carece de capacidad para influir en el devenir histórico.

Cuando en unos meses, con saga en materia de salud o sin ella, la COVID-19 sea historia, cada país, en solitario, deberá afrontar las consecuencias económicas del evento sanitario y, aunque algunos pueden esperar asistencia económica foránea, no será decisiva. La mención del “Plan Marshall” es una descontextualizada analogía que puede generar ilusiones, pero no resultados decisivos.

Con independencia del daño que todavía pueda ocasionar la enfermedad que en la isla aún no ha entrado aun en remisión, Cuba será el país que en peores condiciones emprenderá la remontada económica, principalmente por la persistencia del bloqueo de Estados Unidos que se suma, no sólo a las consecuencias del coronavirus, sino a las limitaciones y problemas estructurales de la economía cubana cuya remodelación conceptual no ha comenzado.

Aunque no se conocen las formulaciones alcanzadas en el evento, el hecho de que la máxima dirección del gobierno y del partido, encabezada por el general de ejército Raúl Castro se hayan convocado para evaluar la situación económica en su conjunto y sus perspectivas en los días posteriores a la pandemia, es una excelente señal.

Cerrar fábricas y detener máquinas fue una difícil decisión que necesariamente deberá resarcirse con la enérgica, dinámica y creadora respuesta de un pensamiento económico avanzado que necesita poner en marcha a la mayor velocidad las decisiones adoptadas. Al regreso de la adversidad, la reactivación de toda la acción social, principalmente de la economía, demanda una respuesta en el mejor estilo revolucionario. La pandemia puede aislar a los cubanos, pero no puede paralizarlos.