Internacional

Elementos de filosofía económica

Jorge Gómez Barata

Al estar constituida por hechos de supervivencia, la economía precede a los economistas. Como ha sido dicho: “… Antes de hacer política, ciencia, arte, religión, el hombre necesita comer, beber, tener un techo y vestirse…”

La economía es una semoviente que, liberada de ataduras, no sólo se mueve por sí misma, sino que encuentra sus caminos. La espontaneidad es uno de sus atributos más llamativos. Cuando a sus cualidades intrínsecas de auto promoverse y preservarse se suma el talento empresarial, incluida la capacidad de identificar metas y de planificar cómo alcanzarlas, se forma una tríada perfecta.

La economía nunca fracasa; lo hacen los economistas o más exactamente los gerentes y directivos. Un ingrediente determinante para los fracasos económicos son los factores extraeconómicos, entre otros, el voluntarismo y el intervencionismo de empresarios, economistas, estados y gobiernos. La economía social no puede regirse con la punta del lápiz, aunque tampoco con el corazón. El socialismo, incluido la versión del estado de bienestar, intenta combinar los valores.

Los mejores resultados económicos se alcanzan cuando promotores, inversionistas, empresarios y gobernantes se asocian al curso natural de las cosas y, mediante la gestión, añaden elementos aceleradores y motivaciones al desenvolvimiento natural. Así ocurre con procesos como los asociados a la propiedad, el comercio, la competencia, y otros. Lo contrario es el excesivo intervencionismo mediante el cual la autoridad o el poder alteran designios económicos, lo cual puede provocar desastres.

La economía es, en considerable medida y en ciertas escalas, un fenómeno de sentido común. Debido a que es un organismo que se mueve a partir de sus propias dinámicas, que nunca termina de crecer y no tiene una estación de llegada, en su estado natural constantemente genera tensiones y desajustes tales como oferta y demanda, déficit y desigualdades que, a la larga, ella misma resuelve.

Aunque poseen méritos, la vulgarización interpretativa y la exageración hasta la absolutización de premisas económicas como la “mano invisible del mercado”, el laissez-faire o el plan, conducen a extravíos trascendentales. Por el contrario, cuando un sistema logra imbricarlos y complementar los unos con los otros, habrá producido un resultado trascendental.

Los políticos y los equipos económicos que se apoderan o intentan apoderarse de la economía, suelen haber elegido mal sus batallas al creer que la voluntad política y el poder son capaces de sustituir todos los demás factores de la arquitectura económica. Se puede o no, creer en Dios, pero nadie debería pretender ser Dios.

Tanto los éxitos como los fracasos económicos no son nunca sólo económicos, sino que trascienden a los ámbitos sociales, políticos e incluso morales. La peor política es aquella que no logra promover la economía y la mejor es la que se sirve de ella en la búsqueda del bien común.

Tal como ocurrió en el pasado, el Estado desempeña un papel trascendental en las economías nacionales para convertirlas en herramientas para ejecutar las políticas de desarrollo, mediar entre los actores económicos y coordinar su desempeño en cometidos como el progreso general y el bien común. Más dudoso es su papel como propietarios y/o administradores.

Es falso que la propiedad privada o estatal sean dioses ante el cual haya que postrarse ni demonios que sea preciso condenar: “Vade retro”, sino una entidad surgida como parte de la cultura universal que, por cierto, tiende a ser irrelevante. Trate usted de identificar a los dueños de Coca-Cola; pregunte a un pedáneo quién es el dueño de las calles por donde camina y pida a algún iniciado que defina exactamente qué es un “dueño colectivo”. Suerte. Allá nos vemos.