Zheger Hay HarbLa nota colombiana
En la presente semana la fuerza pública dio de baja en la Sierra Nevada de Santa Marta al jefe de la banda criminal Los Pachenca, que no son otra cosa que la misma organización paramilitar de Hernán Giraldo, amo y señor de esa zona a la que llenó de dolor con asesinatos y violaciones de menores de edad.
Aunque Giraldo se desmovilizó en el proceso que adelantó Álvaro Uribe en 2004 y fue extraditado a Estados Unidos en 2008, su poder sigue intacto en manos de sus 21 hijos. Fue conocido como Señor de la Sierra, Patrón y Taladro porque violó a cuanta jovencita menor de edad que hubiera por esos campos de su dominio; su estela mortal llegó hasta la Guajira, limítrofe con Venezuela, en su enfrentamiento con Jorge 40, otro paramilitar, por el control de las rutas de narcotráfico y contrabando. Las comunidades indígenas y los campesinos tuvieron que desplazarse como consecuencia de esa pelea de bandidos que finalizó con un acuerdo en el que se distribuyeron las rutas.
La Sierra Nevada es un verdadero paraíso de diversidad de fauna y flora; alberga comunidades indígenas de cuatro etnias distintas; en sus cimas está Ciudad Perdida, una ruina arqueológica objeto de estudio de investigadores de diversas partes del mundo, considerada sitio sagrado de los indígenas que la habitan.
Giraldo había iniciado su andanza criminal en 1986 con la bandera de combatir a la guerrilla que había realizado secuestros en la zona y obligó a cada familia a entregar un hijo para crear su ejército. Logró el apoyo de algunos pero quienes no estuvieron de acuerdo se vieron obligados a desplazarse y hoy hacen parte de los miles de solicitantes de restitución de tierras despojadas.
A algunos de los jóvenes que seleccionaba los enviaba a prestar el servicio militar y ya terminado éste los incorporaba a su grupo aprovechando el entrenamiento que habían recibido. Muchos de ellos fueron destinados a amenazar a funcionarios públicos, especialmente del Cuerpo Técnico de Investigaciones de la Fiscalía –CTI- que como única medida de protección los cambiaba a otras regiones donde luego terminaron asesinados.
Después vendría la alianza con otros paramilitares de la zona y el crecimiento de su grupo con la incorporación de bandidos comunes. Así nació el Frente Zona Bananera. Esta es la región en donde se perpetró en 1923 la llamada masacre de las bananeras que recrea García Márquez en Cien años de soledad, en la cual soldados venidos del interior del país, de la zona andina, acabaron a sangre y fuego con una manifestación de obreros del banano empleados de la United Fruit Company congregados en la plaza de la ciudad de Ciénaga, cercana a Santa Marta.
Ese frente nació, como tantos otras organizaciones paramilitares, bajo la cobertura de una Convivir, organizaciones de autodefensa campesina creadas por Álvaro Uribe Vélez con el pretexto de que los campesinos se protegieran de los desmanes de la guerrilla. Está suficientemente probado en sede judicial que la mayoría de estas cooperativas acabaron en manos de los paramilitares.
Por esa razón la Corte Constitucional ordenó el cierre de esas organizaciones al declararlas ilegales pero ya hacían parte de los grupos paramilitares.
La Fiscalía novena de Justicia y Paz, le imputó a Hernán Giraldo el asesinato de líderes de la Unión Patriótica –UP- partido creado en el marco del proceso de paz del presidente Belisario Betancourt con la guerrilla de las FARC en 1986.
Según uno de los integrantes de esa banda ante la fiscalía, en un enfrentamiento que sostuvieron con las FARC recibieron apoyo del ejército nacional y la policía antinarcóticos.
En 2001 decretó un paro armado en Santa Marta que dejó a la ciudad completamente paralizada, con el comercio cerrado y sin transporte. “Un día de miedo” tituló el periódico El Informador de esa ciudad.
En sus enfrentamientos con Jorge 40 obligó a desplazarse, según cifras de la Defensoría del Pueblo, a 14,000 campesinos a quienes utilizó como escudos humanos para evitar que éste llegara a su refugio en la Sierra.
Hoy en día, como lo prueba la baja de su jefe, ese grupo paramilitar sigue activo con distinto nombre, secuestrando, asesinando, narcotraficando y controlando el contrabando en toda la región. El sepelio de alias 80, el jefe abatido, fue, según el periódico El Tiempo “una caravana de música y licor” en plena pandemia en la que los funerales, a excepción de ese, se realizan en total soledad, sin acompañamiento de sus deudos más cercanos, como medida profiláctica.
Giraldo regresará próximamente al país luego de cumplir su condena en Estados Unidos sólo por el delito de narcotráfico, sin haber respondido por homicidios, torturas, desplazamiento, despojo de tierras y masacres y encontrará su banda lista para que reasuma su jefatura.
Esta historia de violencia y dolor deja dos preguntas fundamentales: ¿si la razón de su existencia es acabar con la guerrilla, cómo es que tantas víctimas de produjeron en sus peleas con otros grupos paramilitares? Y si en 2005 el gobierno de Álvaro Uribe dio un parte de victoria porque había logrado la desmovilización de esos grupos y luego extraditó a sus jefes ¿cómo es que éstos siguen actuando como si nada hubiera pasado?
Esto resalta sobre todo ante las críticas constantes de Uribe y sus partidarios al proceso de paz con las FARC al que califican como un pacto de impunidad.