Internacional

Jorge Gómez Barata

Nadie podía suponer que el estado moderno tuviera el poder y la capacidad de convocatoria exhibida ante la COVID-19. De modo relampagueante, sin discusiones ni oposición, los gobiernos de todas las latitudes y de todos los colores políticos, decretaron la paralización de la economía mundial; los empresarios asumieron pérdidas billonarias y cientos de millones de trabajadores fueron al paro. Los filósofos callaron, no hubo protestas, huelgas ni lockout.

La pandemia se trasmite en vivo y en tiempo real, sus cifras y ranking, sin dramatismo, incluso con cierta frivolidad, se narran y comentan con ligereza, los países se colocan por lugares según el número de enfermos y muertos y se percibe resignación ante cifras millonarias de pacientes y difuntos. Incluso, con demasiada frecuencia, los médicos se enferman y mueren.

Como si el mundo se operara mediante un “mando a distancia”, al apretar “pausa”, cesó el turismo, cerraron miles de hoteles, balnearios, estadios y lugares de diversión, se inmovilizó el transporte automotor, aéreo, ferroviario y marítimo; se detuvo la producción cultural y se cancelaron los eventos y espectáculos culturales. Todas las ligas y deportes profesionales de futbol, tenis y ciclismo, las Grandes Ligas de Béisbol, la NBA y la Fórmula Uno de automovilismo cesaron sus actividades, incluso los Juegos Olímpicos fueron pospuestos.

La actividad política mundial se frenó. La ONU, la OTAN, la Unión Europea, el FMI y el Banco Mundial, así como los parlamentos de todo el mundo comenzaron a trabajar “a distancia” o recesaron. Con la única excepción de los Estados Unidos, las manifestaciones y las protestas obreras, estudiantiles, raciales y de género se paralizaron, y los partidos de oposición hicieron mutis. Disminuyeron los delitos porque los narcotraficantes, contrabandistas y tratantes de personas se cogieron a la moratoria y las prostitutas tomaron vacaciones.

Los famosos desaparecieron de la escena, el glamour se remitió, no hubo oportunidad para salones de belleza, atelieres ni boutiques; los estudiantes abandonaron las aulas y los niños dejaron de jugar al aire libre, las bicicletas, los patines y los ómnibus escolares cesaron de rodar y las pelotas de saltar. Las ceremonias de matrimonios y los velorios fueron prohibidas, urbes tan orgullosas como Nueva York, enterraron sus muertos en fosas comunes y los hospitales y consultorios solo aceptaban enfermos de COVID-19.

El silencio se impuso sobre el ruido urbano y el recogimiento sobre la alegría y los animales salvajes invadieron grandes urbes. La frustración, la pobreza y sobre todo el miedo, prevalecieron.

Los regímenes autoritarios y las democracias más cultivadas, actuaron del mismo modo, usando decretos, ukases y órdenes que las gentes de todo el planeta obedecieron sin invocar la libertad de movimiento, reunión u opinión, conquistas que se creían definitivas. En algunos sitios la policía fue investida de facultades omnímodas.

Todo fue logrado por los gobiernos con solo avisar a la población, algunos líderes ni siquiera se tomaron el trabajo de ir a la televisión y hubo partidos que no convocaron a sus militantes y, el lema universal, al que se cantan alabanzas no pudo ser más conminatorio: ¡Quédese en casa! Y si sale, hágalo con la cara cubierta por una mascarilla.

Ocurrió lo que nadie supuso que ocurriría. La parálisis económica y cultural y el aislamiento social aparecieron como soluciones a un problema de escala global. ¿Por qué? ¿Tal vez fue miedo? O quizás, sin percatarse, la humanidad ha llegado a un estadio civilizatorio en el cual la autoridad y la sensatez pueden operar juntas y las partes del entramado social han comenzado a encontrar terrenos comunes.

Ahora está por ver si la eficiencia y la voluntad política mostrada para paralizar la economía y la actividad social, existe para echarla a andar. Ahora se pone a prueba la voluntad de los estados paraapoyar a todos los actores sociales, especialmente, a los trabajadores y campesinos, los emprendedores, los empresarios medianos y pequeños que solos no pueden levantarse con la rapidez a que la subsistencia obliga. Luego les cuento más.