México

Las drogas baratas ganan terreno

CIUDAD DE MÉXICO, 5 de octubre (Pie de Página).- La primera vez que Dan Epting, de 51 años, se inyectó heroína sintió como si dios mismo lo estuviera empujando a un abrazo maravilloso. “Me tomaría 18 años deshacerme de él”, dice ahora, luego de diez años limpio. “Mantener mi adicción se convirtió en un trabajo de tiempo completo: día y noche, siete días a la semana, 365 días al año, sin descansos, siempre más, más, más. Estaba seguro de que moriría por eso”. Su historia está profundamente entrelazada con la epidemia de adicción que, en 2018, cobró más de 49 mil muertes en los Estados Unidos.

Todo comenzó así, los estadounidenses como Dan Epting, lo saben. Portland, Oregon, su ciudad natal, ha sido uno de los principales escenarios de esta crisis. A inicios de los 90, el agresivo marketing por parte de las compañías farmacéuticas causaría un aumento exponencial en el uso de fuertes analgésicos como OxyContin y Percocet. Al mismo tiempo, los tribunales han dictaminado que desde entonces los fabricantes han ocultado los riesgos de adicción.

Innumerables estadounidenses desprevenidos se volvieron adictos después de recibir del médico un suministro de pastillas para el dolor, a veces por un esguince de tobillo o por inflamación de la garganta. Pronto floreció un mercado ilegal para las píldoras.

Para los adictos en Portland, un regalo envenenado cayó del cielo: jóvenes mexicanos, traficantes amigables y educados que entregaban heroína barata y fuerte en sus hogares. “Como si fuera pizza”, Dan recuerda la red de traficantes provenientes de Nayarit, a menudo una red familiar, que ampliarían su sofisticado modelo de negocio (los usuarios obtenían descuentos por traer nuevos clientes), a por lo menos la mitad del territorio de Estados Unidos. Las pastillas para el dolor rápidamente se volvieron demasiado caras para la mayoría de los usuarios. Las intercambiaron por la abundante heroína.

Antes de que pudiera renunciar a la aguja, Dan estuvo en prisión innumerables veces, se quedó sin hogar y conoció instituciones y clínicas de rehabilitación, por dentro y por fuera. Apenas puede entender que esta experiencia ahora le sirve como consejo para los usuarios en recuperación en el Central City Concern (CCC), el mayor centro de rehabilitación en Portland. Él es testigo de la “tercera ola” de la crisis de los opioides: la llegada del opiáceo sintético fentanilo, que es mucho más fuerte y mucho más barato que la heroína y, por lo tanto, es preferido por los traficantes.

El fentanilo se está mezclando con casi todas las drogas, a menudo sin el conocimiento de los usuarios o incluso de los vendedores a pequeña escala: es por eso que se ha convertido en la principal causa de sobredosis mortales en Estados Unidos, índice recientemente triplicado en Portland. En algunos lugares, la heroína se vuelve gradualmente imposible de rastrear, oculta por el fentanilo.

“Muchos de mis pacientes han muerto por una sobredosis”, suspira Dan. “Trabajo con alguien todos los días durante seis meses, dejan el centro, recaen y los encuentran muertos en la habitación de un motel. Es putamente difícil”.

Contenedores de agujas

La heroína golpeó históricamente a los barrios negros, la crisis de los opioides en Estados Unidos primero se arraigó en las comunidades rurales, predominantemente blancas, en el medio oeste, las cuales sufrieron un declive económico tras la desaparición de industrias como la minería de carbón. En el fresco y liberal Portland, la heroína siempre ha estado disponible, sin embargo, una avalancha de analgésicos ha reducido el umbral para que más usuarios jóvenes que nunca, accedan a ella. La epidemia también se suma a un visible problema de personas en situación de calle, lo que también es muy visible en los centros de ciudades como Los Ángeles o San Francisco. En buena parte de los baños públicos, un contenedor para agujas usadas cuelga de la pared.

En contrapunto, la comunidad de rehabilitación en Portland es particularmente fuerte, es difícil encontrar una esquina sin un hogar de rehabilitación para los usuarios en proceso. Allí aprenden a vivir nuevamente, o por primera vez: comprando cosas, pagando facturas, cuidándose a sí mismos. “Algunas personas sólo descubren eso cuando tienen 50 años”, dice Lydia Bartholow, directora médica de CCC y colega de Dan Epting.

Ella estima que la mitad de sus pacientes comenzaron a tomar pastillas para el dolor porque un médico se los recetó. Entre ellos, muchas personas que tenían una vida estable, por ejemplo, un profesor de literatura que recibió pastillas después de un accidente automovilístico, y se volvió adicto. Tan pronto como un médico deja de recetarles medicamentos, inmediatamente salen a la calle por heroína. Fuman por un tiempo, eventualmente lo hacen por vía intravenosa, pierden a sus familias y todo lo demás, quedan sin hogar y pueden terminar en tratamiento 10 años después”. Una cuarta parte de sus pacientes son adultos jóvenes que roban algunas pastillas del armario de la abuela: “Los adolescentes piensan: ¿son sólo pastillas, verdad?”.

El triángulo dorado

El lugar donde se consolidó el negocio mexicano de las drogas, una región que comprende el cruce de los estados norteños de Chihuahua, Durango y Sinaloa. Desde la década de 1960, la economía agrícola familiar de esta zona, aislada y montañosa, se ha alineado perfectamente con los deseos de los consumidores de drogas estadounidenses. Si los gringos quieren heroína, los campesinos siembran plantas de amapola, mezcladas con las plantas de maíz y frijoles, y de la cual se extrae una resina blanca que es la base del opio. Los traficantes luego la convierten en heroína en laboratorios.

Hace seis años, Pascual cultivaba únicamente mariguana en su rancho en Chihuahua. Desde entonces, varios estados estadounidenses han legalizado el cultivo y la venta de cannabis y la demanda de heroína ha explotado. Es por eso que él, su hermano y muchos otros aquí y en otras partes de México han cambiado a la amapola.

“Durante mucho tiempo apenas pudimos seguir el ritmo de la demanda”, dice Pascual. Sin embargo, ahora también al sur del río Grande, el fentanilo está causando una crisis considerable.

Entre 2013 y 2017, el cultivo de amapola en México, el principal proveedor de heroína en toda América, se triplicó, según cifras de los gobiernos estadounidense y mexicano. En el Triángulo Dorado, el cártel de Sinaloa tocó la puerta de los agricultores: “Necesitaban opio y mucho”, dice Froylán Enciso, investigador de drogas del Centro de Investigación y Educación Económica de la Ciudad de México (CIDE).

“A veces los cárteles obligan a los agricultores a cultivar amapola. Los que se niegan suelen pagar con la muerte. Los grupos criminales locales también viven juntos la lucha por un territorio valioso en la región. La crisis de violencia es enorme hoy”.

La tasa de asesinatos continúa batiendo récords en todo México: en los primeros 8 meses de la administración de Andrés Manuel López Obrador, se han registrado 20 mil 135 asesinatos dolosos, según cifras oficiales, un alza del 20 por ciento respecto a su antecesor Peña Nieto, en el mismo periodo, con 18 mil 432 personas asesinadas. Se estima que dos tercios de estos crímenes están relacionados con las drogas.

En el estado sureño de Guerrero, uno de los más pobres de México y destrozado por la violencia, se han sembrado muchos campos de amapola en los últimos años. “Pero hoy ya no se vende nuestro opio, nadie viene ya a comprarlo”, dice Mario Palacios. “El precio ha caído por completo, ya nadie lo quiere”. Estamos en medio de su campo de amapolas a las afueras del pueblo de Carrizal de Bravo, en las tierras altas centrales de Guerrero. Nadie en toda el área está cultivando amapola ya, dicen los pobladores: es imposible competir con la nueva droga química que los estadounidenses anhelan ahora.

Los cultivadores de adormidera como Pascual son personas marginadas, no ricos narcotraficantes. En sus comunidades olvidadas y marginadas, el opio es a menudo la única fuente confiable de ingresos. Sin embargo, desde hace aproximadamente un año, parece que se está secando.

Los expertos confirman que casi todas las regiones que producen opio en México son iguales. El fentanilo se importa de China a través de los puertos marítimos. El material no necesita tierra de cultivo ni mano de obra: es por eso que los márgenes de ganancia son mucho mayores. Una verdadera revolución se está gestando lentamente en el panorama de las drogas mexicanas.