México

El asesinato de Aideé trastoca la vida del CCH Oriente. Hay miedo. Algunos no quisieran regresar

Ciudad de México, 7 de mayo (SinEmbargo).– En la puerta de entrada del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCHOriente  personal de vigilancia pidió puntualmente credenciales a los alumnos para entrar este lunes. Antes podía pasar quien fuera. Hace una semana, una de las estudiantes  recibió una bala mortal en un salón, mientras tomaba clase. Por eso las autoridades académicas reforzaron las medidas de seguridad en la entrada. Los alumnos intentan regresar a la calma que creyeron existía en su escuela, aunque no todos lo logran.

Aideé Mendoza , estudiante de 18 años murió el 30 de abril cuando una bala perdida  entró por la puerta del salón en el que tomaba clase de matemáticas. El plantel había permanecido cerrado por las investigaciones periciales del caso. Pero este lunes el aula del edificio P, donde sucedió el incidente, como el resto del CCH , tiene clases habituales.

Afuera, sobre la puerta de entrada, hay una manta. “Cuando se esclarezca el asesinato de Aideé, podamos venir seguros a la escuela, Efraín (Peralta Terrazas, el director del CCH) deje su cargo, sólo así volveremos a la ‘normalidad’ que pide la UNAM”.

Junto a la manta, una señora se aferra a los barrotes de la reja. Casi es mediodía. Lleva ahí, viendo hacia adentro del plantel, desde las siete de la mañana, cuando su hija entró a la escuela. Su nombre es Ruth y va a estar parada hasta la una de la tarde, cuando su hija termine las clases.

No solía ir por su hija a la escuela hasta hace unos meses, pero empezó a hacerlo en septiembre de 2018, cuando Miranda, una chica que también estudiaba en el CCH fue secuestrada en la zona y días después apareció muerta.

Desde ese día Ruth venía en las tardes por su hija al terminar la escuela. No solía llegar hasta la puerta, la encontraba en la esquina o en las calles aledañas. Pero el 30 de abril todo cambió.

Los papás de Alexa, estudiante de segundo semestre, dudaron en dejarla ir a estudiar. “Mi mamá ya no quería que viniera”. Ella, como el resto de su familia, está muy asustada. “Mi primera reacción fue cambiarme de escuela. Hay otras compañeras que también quieren cambiarse”.

Alexa cree que para poder cursar la preparatoria en paz, sus únicas opciones son cambiarse a una escuela privada o volver a cursar el primer año de la preparatoria en otra de la UNAM.

El miedo no sólo inhibió las intenciones de tomar clases de algunos alumnos, sino también las ganas de participar en actividades extraescolares. El jueves pasado unos pocos alumnos del CCH se reunieron en las canchas de basquetbol afuera del plantel para organizarse en torno a su seguridad. No eran más de 300, incluidos estudiantes de otros planteles, y de facultades de la UNAM como la de Ciencias Políticas y Economía.

“A muchos de segundo y cuarto semestre no los dejaron ir por miedo”, dice Alexa, aunque otros de sus compañeros lo atribuyen a que la apatía de los estudiantes ha ido en aumento, y que muchos alumnos ya no se involucran.

Otro factor puede ser las presuntas amenazas de los directivos para diluir el activismo escolar.

Johan, estudiante de sexto semestre teme poder continuar sus estudios superiores en la UNAM. “Si había paro por lo de Aideé, nos decían que nos íbamos a quedar sin nuestro pase reglamentario”. Según el joven los directivos de la escuela siempre amenazan los movimientos estudiantiles que amenazan parar las actividades de la escuela.

Alrededor de Alexa alumnos van y vienen. Algunos se paran en los puestos alrededor de la entrada a comprar un cigarro, o a comer un tentempié. A simple vista, parece un día normal. Pero a unas semanas de terminar el semestre, la comunidad parece querer permanecer el menos tiempo posible en la escuela.

“Hay maestros que ya están dando calificaciones, para no exponer a los alumnos al peligro. Hay otros que están viendo maneras de hacerles llegar sus calificaciones por correo, para que no tengan que venir”, asegura Alejandro, también de sexto semestre.

Un estudiante del CCH Oriente entra al plantel en el primer día de clases después del asesinato de Aidee Mendoza. Foto: Ximena Natera, Pie de Página.

Son pasadas las once de la mañana, y a pesar de que las clases suelen terminar a la una de la tarde, él ya va de regreso a su casa junto a una compañera.

“Antes nos íbamos a comer o al cine por aquí cerca. Hoy nos vamos a regresar temprano a las casas”, dice. Más allá de reforzar la seguridad de la entrada, ella no cree que la escuela vaya a hacer algo más al respecto.

“No está bien como alumno que estés obligado a estar preocupado de que en una discusión el otro vaya a tener una pistola”, remata Alejandro antes de irse a su casa.

Detrás de ellos, camina una vendedora ambulante de los alrededores, a quienes los vigilantes dejan entrar a usar los baños de la escuela. “Pasé y anduve viendo sus caritas, unos pocos se ven como más callados. pero hay muchos que están normales, unos hasta jugando estaba ahí enfrente del P”.

“Con esto me doy cuenta que nos puede pasar hasta lo impensable. Yo creo que estoy más espantada que los muchachos. Tengo un hijo y pensaba que si iba a la escuela estaba seguro, pero pues ya no sé”.

En la esquina de la calle hay tres policías sentados bajo la sombra de un árbol en una mesa que ha estado ahí desde hace unos meses. “Normalmente solo habían dos policías ahí que luego ni se veían por ningún lado”, dice Luis, otro alumno de sexto semestre. A unos pocos metros hay una patrulla estacionada que normalmente no suele estar ahí y entre las canchas otros tres policías miran como centinelas a los alumnos que pasan a su alrededor.

Para él, hay una gran incongruencia entre las medidas que se están tomando y las que han solicitado los alumnos desde hace meses. Desde hace meses habían pedido que se mejorara la seguridad, pero no se había hecho nada. “Ahorita sí se ponen muy rudos en la entrada, cuando antes pasaban hasta  dealers ”, dice.