Opinión

Inmigrantes: la polarización

Iván Alexander Baas Osorio

Claro que la denominada marcha “fifí” se llevó a cabo en domingo, tenía que ser domingo, puesto que es el día de descanso, ese día en el que resucitó Jesucristo y se guarda respeto. Pero lo que verdaderamente merece un análisis son mensajes en sus mantas y pancartas que los manifestantes empuñaron y que, tal parece, guardan celosamente como en cajita de oro y con llave dentro del corazón, tal como una idea o pensamiento que los define en este paradigma de lo que es ser mexicano.

Llamaron mucho la atención dos mensajes: “No sé quien mordería mi cartulina; si un chairo o uno de la #CaravanaMigrante… porque resulta que ambos tienen hambre (sic)” y “NO + inmigrantes indeseables”.

Entre el mexicano y el estadounidense existen muchas diferencias, ya Octavio Paz en el pasado realizó una reflexión entre esas divergencias, sean históricas como producto de la moralidad y la realidad: mientras uno vive entre la vida y la muerte, como ley absoluta, el otro sobrevive de parámetros sociales y de la modernidad, de la vida ideal y construida.

La manera de actuar del estadounidense tiene fundamento en la imaginación de una sociedad ideal, de orden, un mundo “perfecto” en el cual no existen mitos ni creencias, sólo teorías de la vida real; y mientras que para mantener ese orden, le es necesario negar las culturas y tradiciones ajenas, es como ver al otro como extraño, como ajeno: yo soy éste y ese es aquél.

Sí, hablamos del hombre estadounidense que imagina un mundo de blancos, de bienestar, de prosperidad y de felicidad, eso es la realidad para él.

Sin embargo, lo que ha pasado desde décadas atrás es la tendencia a reproducir lo gringo; ese imaginario de perfección se ha ido insertando, a través de la televisión y otros medios de comunicación, en la mentalidad del mexicano: nacer, crecer, tener una casa, un auto y un perro, y un universo sin migrantes centroamericanos: son feos, son pobres, son morenos, son lo que se niega a ojos cerrados, en sueños y anhelos.

Por ello, saldremos los mexicanos, de buenas conciencias, a marchar por una calle específica de la Ciudad de México a repudiar a un gobierno (que aún no entra en funciones) que eligieron millones de personas y que pretende cancelar un proyecto enorme (plagado de corrupción y fuga de miles de millones) que devastaría la economía y el medio ambiente. Nombre del proyecto: Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

¿Y quiénes usarían ese proyecto internacional? Primero, mexicanos que viajan a otros países, de ellos muchos alargan su permanencia y terminan viviendo en esos destinos. ¿Inmigrantes?; otros, no sé, estadounidenses y europeos, llegarán a través del NAICM, muchos de ellos permanecen en México para vivir porque México es acogedor, sus paisajes de miles de años. ¿Inmigrantes?

¿Desde cuándo el mexicano es racista, xenofóbico y cerradomental?, bueno, lo evidencia la cartulina, llena de odio: “NO + inmigrantes indeseables”, mensaje empuñado por una mujer de tez blanca, de alcurnia, diferente a los “porros” que vemos protestar por los 43 estudiantes de Ayotzinapa; diferente a las mujeres, esas locas de falda corta, que asesinadas murieron en el 68, diferente a todos aquellos que murieron luchando durante la Revolución de 1910, diferente totalmente a la vida que llevó Ricardo Flores Magón en una cárcel de Estados Unidos, todo por repudiar al gobierno de Porfirio Díaz y sus formas represivas.

La marcha “fifí” tiene un problema de raíz: no es el inicio de la revolución, es la contrarrevolución y sus engendros, los vividores del pueblo y su miedo mexicano a ser mexicano y no gringo: pobres mexicanos que saben inglés pero no español. ¿A qué le tenemos miedo los mexicanos? ¿A ser pobres, centroamericanos, prietos, a no saber inglés o a recordar lo que verdaderamente es ser un mexicano?

Más allá entre las pancartas contra el nuevo aeropuerto una clamaba: “Estamos hartos de los Ayotzinapos”. Y la marcha acabó sin incidentes mayores, sin detenidos ni presos en las cárceles, sin euforia corriendo por las calles ni por las venas noveles de los hombres de conciencia, ni vallas pateadas ni agresiones a tiendas trasnacionales; los mexicanos de alcurnia no canalizarían sus sentimientos (¿rabia?), no irían a la acción directa.