Opinión

Medio Oriente: síndrome del erizo

Jorge Lara RiveraA la legendaria Carolina Luna, in memoriam

La tensión en el vecindario no ha hecho sino aumentar. La semana pasada Israel volvió a aplicar su política de represalias en la zona de Gaza tras los disparos desde ese territorio palestino bajo control del movimiento radical Hamas. Pese a los esfuerzos de la ONU, la tregua entre Israel y las Brigadas Azedin Al Qasam –brazo armado de Hamas– la cual, no obstante las múltiples violaciones por ambas partes, permanece vigente desde 2014 cuando finalizó la operación ‘Margen Protector’, peligra.

Sin embargo, la mayor alarma proviene de la febril actividad de fragatas rusas en la costa siria ensayando la caza de submarinos, presuntamente norteamericanos, que constituye el más reciente ingrediente agregado a la explosiva mezcla que mantiene en vilo la seguridad en esa región donde la paz no acaba de enraizar. Siria e Israel han librado 3 abiertas conflagraciones y el estado de guerra entre los 2 países, con respaldo de Estados Unidos y la Unión Soviética, hoy Rusia, se mantiene tras la ocupación de los Altos del Golán por el ejército hebreo. Ha habido enfrentamientos de baja intensidad que de cuando en cuando Damasco y Tel-Aviv han agudizado, trasladando el teatro de operaciones a Líbano, donde ambas naciones propiciaron la devastación del país de los cedros –otrora considerado la Suiza de Oriente Medio– apoyando a facciones rivales (cristianos y musulmanes, guerrillas apoyadas por Damasco) en una guerra intestina y varias intervenciones y ocupaciones.

Ni siquiera los 7 años y medio de guerra civil en Siria, causante de la crisis migratoria que divide a Europa y afecta al gobierno turco de Recep Tayyip Erdo?an, han sido obstáculo para proseguir ese enfrentamiento. Precisamente por la participación en aquélla de potencias regionales (Irán, Turquía y Arabia Saudita) e intereses ajenos (estadounidenses y rusos, a los que se suma Europa Occidental y Canadá) el sangriento conflicto se ha alargado con alto costo de bajas civiles, mientras la situación adquiere niveles letales para la paz mundial.

La actividad naval rusa tiene lugar luego de la inopinada conferencia internacional que a fines de octubre reunió en Estambul a líderes de Rusia, Alemania, Francia y Turquía (aunque sin la estratégica presencia de Estados Unidos, Irán ni Arabia Saudita) que buscaba detener el flujo migratorio a Europa e impulsar una ‘salida política’ al conflicto, alterna a la mediada por la ONU (a cargo del noruego Geir Pedersen quien sustituye al sueco Staffan de Mistura), y conseguir un alto al fuego respetado en Iblid que permita una retirada decorosa de la zona a los turcos que acosan a los kurdos, sobre todo cuando las fuerzas rebeldes al dictador Al Assad parecen perder la partida.

Ocurre al mismo tiempo que la rispidez entre la teocracia de Teherán y la impredecible administración Trump de la Casa Blanca eriza los mercados de crudo por la reimposición de sanciones económicas norteamericanas a Irán y la fiera amenaza de éste de bloquear el Estrecho de Ormuz. El incremento de la presencia naval militar rusa en Siria es una señal clara dirigida a Washington con respecto al firme respaldo de Moscú a la dictadura de Bashar Al-Assad que toma peligroso relieve cuando la introducción del sistema misilístico defensivo de tecnología de punta a la región por parte del régimen de Vladimir Putin para apoyar a Damasco, hasta ahora vulnerable a los ‘raids’ y bombardeos de la fuerza aérea israelí, altera el precario equilibrio de poder.

Contraria al efecto tranquilizador que la advertencia presuponía ha sido la primera reacción norteamericana: la madrugada del sábado un bombardeo de la coalición occidental –el más mortífero desde septiembre– contra ISIS en Abu al Hasan, Hayin y Buqaan, al Este de la provincia Deir al Zur, Norte de Siria, causando 43 muertes (hasta ahora) y más de 100 heridos.