Opinión

Iván de la Nuez

En mayo de 1928, Brasil alumbró al mundo con el “Manifiesto antropófago”. Firmado por Oswald de Andrade en el primer número de la Revista de Antropofagia; el texto era un canto razonado al revoltijo de culturas, la necesidad de digerir al otro y, en definitiva, una apuesta por mezclar todo lo posible, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Si el “Manifiesto comunista” invocaba a los proletarios de todos los países a unirse, el Manifiesto Antropófago clamaba por que la humanidad toda fuera capaz de comerse y digerirse.

Noventa años después, Brasil acaba de encumbrar en su gobierno a Jair Balsonaro, con su plataforma racista y exclusiva. En el país del Manifiesto Antropófago acaba de triunfar la Anti-Antropofagia. Así pues, Oswald de Andrade y su gente ha perdido (al menos, de momento).

Esta marea reaccionaria no se reduce a Brasil, por supuesto. Hoy campa a sus anchas en Estados Unidos y casi toda Europa, tampoco le faltan epígonos en países de Asia y América Latina. Aquí y allá, parece triturarse aquella “transculturación” por la que abogaba Fernando Ortiz en el Caribe a finales de la década del cuarenta del siglo pasado (y asumida por Malinowski como un gran aporte a la antropología). O al mismísimo Levi-Strauss con sus teorías sobre lo crudo y lo cocido como síntomas civilizatorios.

Por reacción, se nos impone un mundo de purezas que siente asco por la diversidad, mucho más si viene acompañada por la pobreza.

Por eso, conviene recuperar algunas resistencias contra ese castillo blanco en el que se quieren alojar las nuevas élites. Obras y gentes que siguen reivindicando que la historia de la cultura no es otra cosa que la historia de la mezcla. Ahí tenemos al reciente libro de Agustín Fernández Mallo y su “Teoría general de la basura”, que completa un ciclo sobre el reciclaje, la apropiación, la selección, la digestión y hasta la excreción como estrategias culturales válidas para estos días.

Es lo que han explorado un filósofo como José Luis Pardo –“Nunca fue tan hermosa la basura”-, artistas como Daniel G. Andújar o Wodiczko -que actúan como recicladores-, o escritores como Juan Cárdenas, cuyas novelas se construyen a partir de sustratos añadidos.

Todos ellos contraponen la selección a la dentellada, la apropiación a la depredación, la gestión a la indigestión, el mestizaje a lo incontaminado. Sin importarles escarbar en los restos reales o virtuales que va dejando una cultura que hoy es acosada y comprimida. Conscientes de que, de esos detritos podría surgir la nueva cultura; de su digestión un nuevo alimento.