Opinión

Alberto Híjar Serrano

Todo Estado agónico incluye grupos y tendencias de poder paramilitar a los que deja delinquir, asaltar, cobrar cuotas y asesinar cuando algún funcionario decide dar lecciones a quienes se resisten. Estos grupos suelen aparentar inclinaciones izquierdistas pero en realidad se ajustan a la caracterización del lumpen sin el menor asomo proletario más que cuando necesitan atacar, por ejemplo, a los trabajadores en defensa de la compañía de Luz y Fuerza del Centro y a su sindicato. En sentido literal, lumpen es desgarrado, condición que alcanza identidad en el comportamiento al servicio del mejor postor.

Se trata ahora de terminar con la “transición de terciopelo” para forzar la intervención de las fuerzas policiacas y militares. Las fuerzas federales de reserva lumpen tienen en la Vocacional del Instituto Politécnico Nacional en La Ciudadela y en los Colegios de Ciencias y Humanidades, especialmente en Vallejo, Naucalpan y Azcapotzalco, grupos coludidos con el narcomenudeo y el asalto de locales de agrupaciones estudiantiles con instituciones como la radiodifusora instalada en el CCH Vallejo. En especial, la Delegación Gustavo A. Madero, la Cuauhtémoc y Venustiano Carranza, se han valido de estos grupos para acarrear público a campañas perredistas y priístas. Recientemente, en una asamblea de artistas e intelectuales reunida en el auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas, firmó un pronunciamiento Antonio Islas, “El Chiquilín”, delincuente juvenil que encontró en la Preparatoria Popular el negocio de cobrar a los estudiantes, hasta que fundó su propia escuela en Nonoalco donde hacía reventones de fin de semana protegidos por la policía como prueba de su impunidad al servicio, por ejemplo, de la destrucción del Foro Abierto de la Casa del Lago que había sido proclamado primer territorio autónomo urbano en apoyo al EZLN.

El ataque sorpresivo y muy violento trata de activar la rabia de los estudiantes aparentemente tranquilos en las universidades, a sabiendas de la represión contra los maestros y en la víspera del cuarto aniversario de la terrible noche de Iguala del 26 al 27 de septiembre. Cuando transcurrían tranquilas las reflexiones públicas institucionales sobre el cincuentenario del Movimiento del 68, aparece un grupo organizado con identidades propias de un pasado aparentemente extinto: los “jerseys” de fútbol americano y los rostros descubiertos, el estallido de al menos una bomba molotov en medio de los estudiantes contestatarios exigentes de mejores condiciones para la educación media y para la protección de los murales históricos del CCH Azcapotzalco, uno del histórico José Hernández Delgadillo y otro que cubre una escalinata y un vestíbulo. Sumadas a la movilización, estuvieron las madres de los estudiantes Carlos Sinuhé y de Minerva asesinados sin consecuencias de castigo a los culpables. La madre de Sinuhé, días antes, denunció en el plantón de Santo Domingo Pedregales, la protección de Seguridad UNAM a delincuentes en Ciudad Universitaria, tal como se descubrió en la ocupación de sus instalaciones durante el movimiento de entre siglos. La madre de Sinuhé gritaba en medio del ataque señalando a Teófilo Licona, de Auxilio UNAM, entre los confundidos con los atacantes.

Todo esto actualiza las demandas del pliego petitorio de seis puntos del Consejo Nacional de Huelga del 68 en especial, disolución del cuerpo de granaderos, libertad de los presos políticos, castigo a los culpables de la represión, reparación del daño a las víctimas y la condición de diálogo público jamás cumplida por el Estado, salvo en situaciones excepcionales como la recepción de los estudiantes politécnicos por el ex Secretario de Gobernación Osorio Chong en una plataforma frente a la Secretaría de Gobernación. Sigue pendiente el Congreso para democratizar al Instituto Politécnico Nacional.

Todo esto pone a prueba la tersura del tránsito al gobierno ganado por 32 millones de votantes. La promesa de Espartaco pintada en los muros del 68 y el 71, “volveré y seré millones” parecía cumplirse. El grupo de porros movido por los mismos que impidieron a sillazos un mitin en Coyoacán y que frecuentemente asaltan estudiantes fuera de los planteles, es un comando precisamente instruido para probar la fragilidad de una democracia exigida de construirse el calificativo de nacional, popular y anticapitalista en tránsito al socialismo. No lo logró el Movimiento de los 132 pese a su composición diversa y a sus movilizaciones cuantiosas. Ahora es cuando es urgente probar la vigencia de la afirmación “Fue el Estado”, que le ha ganado solidaridad internacionalista a los familiares de Ayotzinapa. Habrá que ver si somos capaces de oponernos con una tendencia clara y radical contra la violencia de Estado militar y paramilitar incapacitado para resolver las múltiples necesidades incumplidas. El único tránsito histórico evidentemente necesario, es al socialismo. La burguesía tardó no menos de cinco siglos en afirmar su poder y todavía tiene que lidiar con monarquías corruptas. Nosotros llevamos menos, desde la Comuna de París en 1871, la Revolución Rusa de 1917, la mexicana de 1910, la cubana de 1959, el triunfo de la Unidad Popular en Chile tan derrotado como los de Venezuela, Argentina y Brasil y los movimientos del desaparecido movimiento obrero y campesino y el estudiantil y popular de 1968. La CIA y la DEA conspiran y trabajan, orientan acuerdos militares y golpistas con mando yanqui y todavía no muere Litempo IV que era la clave del agente especial Luis Echeverría Alvarez. Murió el número II que se apellidó Díaz Ordaz. Otros los han sustituido.

Es la hora de vincular, articular y fusionar, como proclamó el Taller de Arte e Ideología el siglo pasado.