María Teresa Jardí
Miles de hondureños exigen en las calles que se vaya Juan Orlando Hernández, quien a la mala se impuso y a la peor se reeligió en 2017, pese a que la Constitución de Honduras prohíbe un segundo período de cuatro años en el cargo.
Encabezados por Manuel Zelaya, quien fue presidente electo de Honduras, destituido de manera infame por los poderes del Estado para sustituirlo por un impresentable, Roberto Micheletti, entonces Presidente del Congreso Nacional de ese país, miles de hondureños exigen que se vaya luego que un jurado de Nueva York halló culpable a su hermano menor de cuatro delitos por narcotráfico.
Sebastián Piñera, en Chile, es obligado a revocar el aumento en las tarifas del Metro en Santiago, debido a protestas que continúan, porque una vez en la calle los jóvenes, que tantos reclamos tienen, no se suelen conformar con migajas, que saben que no significan que no vayan a regresar las imposiciones que los ejecutivos acatan de aquellos a los que se van sometiendo y de esos que ya se sabe que son los que mandan: “... reclamos contra el modelo económico heredado de la dictadura de Augusto Pinochet. La prohibición de salir aplica de las 10 de la noche a las 7 de la mañana. Al amparo del Estado de emergencia impuesto tras los violentos disturbios del viernes, los militares volvieron a las calles después de 19 años...”, rezaba el cintillo bajo una foto publicada en primera plana del domingo pasado en La Jornada.
Ecuador en pie de lucha, por similares tomas de decisiones, amenazando con ahogar a Lenin Moreno. Correa, quién dejó a Moreno, con quien parte de la CONAIE aceptó negociar antes que permitir el regreso de Correa que permitió las destructoras y saqueadoras minas a cielo abierto.
Minas criminales que no se permiten en los países de origen de los dueños globalizados que convierten en yermo los territorios, como imposición acatada por quienes se alzan como traidores a sus pueblos; minas saqueadoras de riquezas y que desperdician el agua y la envenenan sacrificando la vida de los pueblo originarios y de mestizos y criollos avecindados, pobres y no tan pobres, de suyo miserables.
Así las cosas del capitalismo salvaje.
Lo de Culiacán fue un error de impredecibles consecuencias, sumado al crimen cometido por el enemigo de los mexicanos Felipe Calderón al que debemos el inicio del genocidio a nombre de una guerra falsa. Crimen continuado por Enrique Peña Nieto, quien también debe ser juzgado por delitos de lesa humanidad. Incomprensible la continuación de los grupos paramilitares creados por García Luna, otro enemigo de los mexicanos, aunque se los disfrace de Guardia Nacional.
Pero parar la masacre desde mi punto de vista fue un acierto. Hay que atacar las causas. El narcotráfico es la causa. Los narcotraficantes de medio pelo como son los Guzmán son la consecuencia.
Las sustancias convertidas en clandestinas con las que se elaboran algunas drogas –también son drogas los medicamentos y las empresas que los producen tienen permiso para envenenar– son negocio del capitalismo y es tiempo de entenderlo y de convertirlas en mercancías sujetas a aranceles y de atender la salud y la educación para prevenir el consumo.
Claros están los enemigos encabezados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) ordenando y tomando decisiones como la que hizo pública Christine Lagarde, quien recién se despidió del Fondo Monetario Internacional (FMI) para ser nombrada directora del Banco Central Europeo (BCE). La ex dirigente del FMI se fue reconociendo que se sacrificó al pueblo griego para que no se le cayera el euro al resto de países europeos. El euro, una moneda por encima de la vida y el bienestar de las personas. La maldad está en el FMI, en el Banco Central Europeo y el Banco Mundial. También hay que entenderlo.