Opinión

Jorge Lara Rivera

Latinoamérica está en alerta. Y no le falta motivo por estos agitados días del mundo, en que las calles de ciudades de países diversos por causas disímbolas y grados de ira variantes han sido tomadas para que multitudes expresen con mayor o menor vehemencia su descontento con el injusto orden de las cosas impuesto.

Las muestras del malestar ciudadano, en Chile, por ejemplo, han confirmado lo que se sabía pero los ‘mass media’ callaban malintencionadamente en torno al ensanchamiento escandaloso de la brecha de desigualdad social imperante para favorecer a la burguesía y al gran capital, poniendo de una vez por todas en claro que las cifras macroeconómicas son perversamente engañosas y dejando en cueros la imagen cosmética de prosperidad y eficiencia administrativa, mediáticamente construida, con que la propaganda neoliberal encubre la exacción a esa nación suramericana, dando al traste con la mentira de su supuesto desarrollo y progreso; al tiempo que evidencia los usos fascistas de su régimen en el trato a la disidencia. A causa de aquéllas una vergonzante “epidemia” (a decir de médicos especialistas y observadores de derechos humanos) oftalmológica en Chile ha baldado a cientos de jóvenes en la flor de la edad (alrededor de 300), dejándolos tuertos o ciegos irreversiblemente por culpa de la propensión de los carabineros al uso fácil, prolijo y malintencionado de las llamadas balas de goma que les han estallado el glóbulo ocular, con pretexto de “contener” la resistencia de los muchachos a resignarse con la injusticia y los abusos del neoliberalismo –institucionalizados desde el golpe de Estado (1973) que Washington orquestó y el vendepatrias Augusto Pinochet Ugarte encabezó– patentizada en marchas de protesta, cuya intensidad ha aumentado como respuesta ante la feroz agresividad del régimen autoritario que preside el conservador Sebastián Piñera, cuyo errático manejo de la crisis ha dado bandazos con tal de no ceder el poder. Quien ha pasado de agitar el espantajo del radicalismo socialista ante un público desencantado al decir que el país se encontraba “en guerra con un enemigo poderoso” para intentar justificar la represión a, fingidamente, pedir “disculpas por su insensibilidad” inicial ante las “preocupaciones del pueblo”, pero eludiendo reconocer la brutalidad de sus agentes propinada a éste y “llamar al diálogo” a los opositores, mientras adoptaba medidas para endurecer la represión policiaca contra los participantes en las manifestaciones, y últimamente a negociar el cambio de la Constitución fascista (1980) heredada de la dictadura militar que se exigió desde calles y plazas, aunque regateando la participación de la disidencia para, finalmente, aceptarla bajo condicionamientos que distan de la paridad en un poco confiable documento firmado de madrugada.

Aun si en el frío cálculo de las estadísticas sangrientas el número de muertos generados tras los enfrentamientos no llega a las alarmantes cifras que las protestas de Irak y Líbano han alcanzado, la infame “emergencia oftalmológica” que rebasa la capacidad de atención de los hospitales por su magnitud es, sin embargo, un baldón para el gobierno retardatario que sustituyó a la domesticada por la derecha Michelle Bachelet, pues supera en cuantía y gravedad de casos a las víctimas de la represión en la historia reciente registrada, así como en el maltrato policial contra los civiles en Hong Kong y Beirut, y da a la ¿democracia? burguesa de Chile el poco honroso ‘primer lugar’ mundial en abuso de la autoridad contra el derecho humano básico a la libre expresión. Tal, el precio para agrietar la oscuridad del horror enfrentado por años por muchachos de secundaria (los pingüinos), a quienes se unieron los preu, luego los universitarios, después sus padres y madres: obreros, campesinos y amas de casa, profesionistas y gente de todo el conjunto social.