Opinión

María Teresa Jardí

La primera razón por la que no se debe construir el mal llamado Tren Maya, a estas alturas de depredación climática planetaria, se llama sensatez. Sensatez que desaconseja la construcción de un tren que dejó de tener sentido, desde que, quizá a tiempo para hacerlo en el porfiriato, no se continuó construyendo por las misma razones por las que se quiere construir ahora: porque así se los mandó –y así lo mandata hoy el mismo–, aunque peor en la era trampista, imperio gringo.

La segunda es un problema de lógica elemental como el ejercicio cerebral anticipador de aquello que afecta a la naturaleza, a los animales y a las personas. Aquí no hay colores que valgan ante lo que la crónica anuncia, nadie se salva si continúa la depredación en marcha, ni ricos ni pobres ni la casta divina ni los pueblos originarios ni mestizos ni criollos...

Aun suponiendo que fuera cierto que va a favorecer al turismo, lo primero a analizar sería qué clase de turismo es al que se busca favorecer: ¿El qué viene a arrasar con las playas? ¿Ese turismo depredador que viene al paraíso de trata de personas, integrado por pederastas en busca de niños y niñas para abusar de la pobreza? Una vergüenza que así sea para MORENA, que incluso como 4 transformación del PRI debería mostrarse abochornada ante semejante evidencia.

El turismo culto, el no depredador, el que busca culturas milenarias viene en avión y exterminada la selva y con ella los pueblos originarios buscará otros lugares donde se entienda que desarrollo no es exterminio.

Llegó la hora de recordar a Canek: “Los hombres blancos no saben de la tierra ni del mar ni del viento de estos lugares. ¿Qué saben ellos si noviembre es bueno para quebrar los maizales? ¿Qué saben si los peces ovan en octubre y las tortugas en marzo? ¿Qué saben si en febrero hay que librar a los hijos y a las cosas buenas de los vientos del Sur? Ellos gozan, sin embargo, de todo lo que producen la tierra, el mar y el viento de estos lugares. Ahora nos toca entender, ¿cómo y en qué tiempo debemos librarnos de ese mal? (Emilio Abreu Gómez. Compañía Editorial de la Península 2009).”

Propiciar una guerra nunca es buena idea y es la peor de las ideas en un país donde lo que impera es la barbarie, a la que se podría poner fin actuando de manera sabia.

Lo que se esperaba de AMLO cuando se deslindaba de los anteriores y ofrecía un cambio es que se enfrentara a los consorcios que convierten las ciudades en cemento, despojan a ejidatarios y comuneros para plantar eólicas, contaminan con granjas de cerdos y enormes plantíos de soya, acabando con los pueblos indígenas, mintiendo a los citadinos haciéndoles creer que el cemento es progreso y abusando de las carencias que se tienen en los ejidos y comunidades de algunas de las cosas que se compran con dinero. Que no de muchas de las cuestiones verdaderamente importantes sobre las que pueden dar clases en diversas materias a muchos de los ex y actuales funcionarios.

Se esperaba de AMLO que escuchara los saberes milenarios de los mayas. No que los obligara a tomar partido por el rechazo. Decir no al tren maya es un acto de supervivencia para todos los afectados por el tren y por esos consorcios depredadores. No es una cuestión ni de colores ni de condiciones sociales, a todos perjudica lo que se sigue permitiendo y lo que se quiere continuar haciendo. La depredación nunca ha propiciado el bienestar ni la calidad de vida.

Sabias son las crónicas que, adelantadas, dan la oportunidad de hacer lo correcto al que las escucha. Lo que se hubiera esperado de AMLO es que escuchara a todos los afectados. Engañarlos de nuevo con una falsa consulta es un error de impredecibles consecuencias.