Opinión

El negro acaba por cubrir los colores más brillantes

Por María Teresa Jardí

Me sumo a lo escrito por José Merino, quien, si no estoy equivocada, es titular de la Agencia digital de innovación pública de la CDMX, cuyo comentario, el primero de diciembre, día del informe de AMLO, leí en un twit de uno de mis hijos, que me gustó por su brevedad y sobre todo porque dice exactamente lo que yo pienso y siento: “Me gusta la incomodidad de las elites. Me gusta el enojo de quienes perdieron accesos y privilegios. Me gusta el optimismo de hogares que por fin se sienten vistos. Me gusta la dignidad de un pueblo que se ve reflejado y se entiende capaz. Eso celebro a un año.”. Lo que también se ve reflejado en el sentir de millones que antes eran humillados por ser pobres. El PRIANPRD logró que se afianzara aquello de que lo “decente” era ser rico sin importar el cómo se iban convirtiendo en cada vez más ricos, los ricos. Además de los crímenes, impunes todavía, que tienen que ver en el caso de Felipe Calderón y de Peña Nieto con el genocidio, que en contra de los pobres, de los jóvenes, de las mujeres y de los niños y niñas se fue convirtiendo en lo cotidiano con aquello del: “haiga sido como haiga sido”.

Pero es inaceptable el desprecio a los pueblos originarios que alrededor del mal llamado Tren Maya está sentando la evidencia de que todos los colores por más luminosos que parezcan se opacan con el negro. A estás alturas queda claro que estaba decidida la aplicación del Plan Puebla Panamá cuando Andrés Manuel López Obrador dijo: “que el Tren Maya iba, porque iba”. Habría sido mejor que así lo reconociera. Y no habría sido la mentira la que ganara la partida en el gobierno encabezado por el Presidente más votado en la historia de México. Honesto habría sido reconocer el compromiso que tiene la 4T con el imperio yanqui. Compromiso también, por parte de AMLO, con empresarios, nada pulcros, antaño empleados, y quién sabe qué serán ahora, de empresas como Montsanto.

Qué el mal llamado Tren Maya va es una decisión tomada quizá desde antes de que saliéramos a convertir a Andrés Manuel en el Presidente más votado de la historia de México. Y aunque sólo fuera por eso se debería de haber dicho la verdad. Lo que habría convertido la consulta en innecesaria, que se puso en manos de Turismo y del INPI, encabezados por más a modo para prestarse a eso, y no en manos de Víctor Toledo, que es quien tendría que haberla llevado a cabo, de no haber sido la farsa que ya salta a la vista por todos lados que es la consulta. Pero no se hagan ilusiones. La crónica les adelanta a AMLO y a los de MORENA que van a ser juzgados con severidad a no demasiado largo plazo. Y no se equivoquen los que hoy aplauden lo imperdonable. No somos los que votamos por uno y por los otros, los que queremos que así suceda. La realidad es terca, como la historia, y ambas acaban por poner a cada uno en lugar que le corresponde como dictador o como estadista.

Concretizar la aplicación del Plan Puebla Panamá –mandato de Washington– es criminal para el pueblo mexicano, al que se convierte en más dependiente del canalla imperio yanqui. Y es despojo, teñido de muerte, en contra de los pueblos originarios y grave afectación al planeta, en medio del atroz cambio climático, la construcción devastadora del tren. Mintiendo también al resto de mexicanos que por los polos de “desarrollo” vamos a ser afectados. La depredación no es desarrollo, ni el despojo adelanta bienestar para los indígenas, ni para los mestizos, ni para los criollos, ni para la casta “divina”, ni para los que antes se oponían a los intentos del PRI y del PAN de llevar adelante el Plan Puebla Panamá, que hoy avalan desde MORENA, a los que la crónica también les adelanta que no van a ser perdonados porque lo imperdonable no tiene perdón.