Opinión

Por Alejandro Solalinde

A medida que pasa el tiempo en este primer año de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador aparecen actores sociales, activistas, defensores de derechos humanos que en otro momento encabezaron causas nobles de cara a gobiernos corruptos del PAN y del PRI. La lucha social era el lugar de encuentro donde coincidimos muchas y muchos hermanándonos y amigándonos. A la vuelta de los años volvemos aparecer, pero en posiciones políticamente opuestas en torno al nuevo gobierno y, en especial, a la persona del presidente AMLO.

En la cara de los gobiernos corruptos, insensibles, abandonantes del pueblo, muchos activistas, defensores de derechos humanos, teníamos que atender todos los sectores que él descuidaba. Nos abocamos a visibilizar a los que no contaban, a ser su voz, éramos la voz de los sin voz. Pero ahora las cosas están cambiando, los relegados, los irrelevantes, ya tienen su propia expresión, se organizan, marchan, hablan a medios y por redes sociales. ¡Algunos activistas del pasado siguen pensando que son indispensables, que pueden seguir siendo voz de los que ya tienen voz! Las víctimas ya se están haciendo cargo de sus propios procesos reivindicatorios, cuentan con sus propios líderes y voceros. Anteriormente los defensores y activistas que acompañábamos diversas causas, hasta arriesgábamos la vida. Hoy ya no tendríamos que encabezar muchas causas, pero sí acompañarlas, sumarnos a toda lucha en favor del ser humano.

Ahora las cosas han cambiado, pues ni siquiera se necesita exigirle al presidente que apoye a las víctimas, porque él ha defendido el derecho de las víctimas para acceder a instancias como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es el caso de la licenciada Rosario Piedra Ibarra.

Ciertamente la transformación en curso por el Ejecutivo no es menor; significa una mutación radical, ¡tremenda! en la vida nacional; algo así como una revolución pacífica orientada a construir una cultura democrática ¡Nadie estábamos preparados para algo así! Nadie recibió un instructivo de cómo hacerla; más bien estábamos acostumbrados a la mala vida de regímenes que nos ignoraron y se robaron nuestro dinero. Lo que está sucediendo entonces es que existe una coordinación natural entre la sociedad civil que votó por un cambio en 2018 y AMLO, que entendió bien la orden y está llevando este mandato hasta sus últimas consecuencias. Y lo está realizando, empezando por los últimos de los que habla el Evangelio; de los pequeños e insignificantes, los pobres de todos los rostros olvidados, víctimas de violencia, mujeres, indígenas, jóvenes, obreros, migrantes, etc. En este gobierno ¡los últimos son los primeros, los pobres son los preferidos! Muchos católicos están, en teoría, de acuerdo con este acto de amor y justicia, pero cuando se trata de que lo que les están dando a los pobres es lo que antes se lo daban sólo a ellos, ya no les va a gustar. Eso es exactamente lo que está pasando: las quince familias más ricas de México y todo ese grupo de políticos y empresarios que se enriquecieron a costa de influencias y de los trabajadores, se llevaban las rebanadas del pastel económico y dejaban las sobras (el miserable sueldo mínimo que les daban, con tranquilidad de conciencia) únicamente para la sobrevivencia de los jodidos.

Y no se necesita ser de las familias oligárquicas (en su mayor parte católicas) para estar también en contra del gobierno actual, algunos pequeños empresarios, burocracia media, tampoco aceptan que les haya reducido algo, vía austeridad, para dárselo a los pobres. En su rechazo al nuevo régimen ¿no hay algo de haporofobia? ¿Una forma velada de discriminación hacia la gente de más abajo? ¿Qué está pasando?

En mi análisis de las diferentes posturas ciudadanas en esta nueva etapa nacional distingo muchas inercias, gente que sigue pensando igual, haciendo lo mismo, actuando igual, a pesar que muchas cosas están cambiando. Aquí incluyo a muchos burócratas que siguen actuando sin amor al público, sin sentirse orgullosos de su trabajo, sin sentirse parte del cambio. Inercias también en otros campos.

También hay franca resistencia de algunos empresarios, de militantes de partidos políticos de oposición que perdieron en las elecciones, personas de la clase media que perdieron ventajas laborales, sociales, influencias, no pocas de ellas de formación conservadora. Era mucha gente la que se benefició por años, de las estructuras de los partidos perdedores y que se acostumbró a las condiciones que ellos generaron.

Ni qué decir del alto clero, él podría entrar también en este grupo resistente, toda vez que ¡ningún obispo ha apoyado al nuevo gobierno, ni al presidente; antes al contrario, algunos lo han criticado, sin bajarse a acompañar a los sectores más descartados y relegados por los gobiernos corruptos anteriores. En esta nueva etapa de la vida nacional la jerarquía católica no ha podido entrar en la enorme población que apoya el cambio y está con su presidente. El vínculo que mantienen por medio del culto, con la feligresía clientelar, la que solicita servicios pagados en las parroquias. ¡Pero son la minoría! El resto de los católicos y católicas ya no participan de la vida parroquial, ni diocesana. La Iglesia institución se ha visto incapaz de adaptarse a las nuevas condiciones a las que ella no estaba acostumbrada.

El Episcopado mexicano se ha caracterizado por ser conservador, sus miembros son personas decentes, de buena voluntad; el problema es que la posición que heredaron les hizo tomar distancia social que les impide empatizar con la gente empobrecida y victimizada, porque se acostumbraron a no contrariar a los gobiernos y a guardar silencio ante las injusticias y ante la corrupción. Fuera de sacar algún comunicado y predicar en las homilías, no se les ha visto más. Y hace falta más. Dondequiera hay omisiones de la Iglesia en la vida nacional.

Otros que se oponen al presidente y al nuevo gobierno son aquellos que sienten nostalgia de su protagonismo pasado que les dejó fama, a causa de su lucha contra los gobiernos represores y corruptos. Algunos de estos líderes sociales traen también diferencias personales con AMLO, de años atrás.

No ha faltado quien esté sentido porque Andrés Manuel le rechazó alguna propuesta valiosa, sin duda, para la construcción de la democracia, pero no optó por ella.

Existe también enojo por inercia, por un hartazgo de tiempo atrás, al ver que algunas cosas no están cambiando pronto. Este tipo de personas sigue repitiendo el mismo discurso que dirigía años atrás para expresar su frustración. No, los grandes problemas heredados no cambian de la noche a la mañana. La inseguridad, la violencia, la desigualdad, la corrupción, el respeto al Estado de derecho, la crisis de derechos humanos, la pésima educación y muchas cosas más no cambian pronto, porque sus raíces son hondas. Pero unos siguen diciendo que las cosas están igual o peor. Falta informarnos, analizar los cambios y constatar que una transformación va en camino.

¿Cómo va a cambiar la mentalidad de la gente si no lee y no se informa de cuestiones públicas? A los católicos se nos ha enseñado que la política es mala; que es únicamente para gente mafiosa, cuando que es una obligación moral participar en ella, entendida como bien común, no como política de partido. La política de bien común no tiene partidos, no tiene partes porque se empeña en el bien de todas y de todos. En este sentido todos hacemos política.

Hay gente que se admira que un sacerdote, como yo, ande en política. No sólo yo, sino muchísimos sacerdotes se han dedicado a economía solidaria, proyectos productivos, derechos humanos, cultura, docencia, artes, etc. Jesús nos envió para hacer presente su Reino entre nosotros y realizarlo en todos los ambientes, espacios, ámbitos de la vida humana. Hace más de cincuenta años, el Concilio Vaticano II se abrió al diálogo con el mundo, entró en diálogo y nos envió para llegar a todos los lugares y realidades. Nos ayudó a comprender que la fe y la vida deben ir juntas; que la fe debe estar presente con la economía, la política, la cultura y todo. No se puede separar la fe de ningún espacio humano.

Otro sector importante de mexicanos se ha manifestado en resistencia a un gobierno que ha cometido el delito de optar preferencialmente por los pobres. La cuestión que los enoja es que, lo que ahora se da abajo, antes sólo llegaba a los de arriba, Todos somos pueblo, pero no es lo mismo estar arriba que estar abajo. Hasta sucedió lo que nunca hubiéramos imaginado: que unos ricos se sintieran discriminados frente a la atención preferencial que el presidente tiene hacia los ancianos indígenas.

Para mí, un punto importantísimo en la etapa de transformación que vive nuestro país, es LA ENTREGA DE LA SOBERANIA AL PUEBLO. El presidente Andrés Manuel está haciendo lo que nunca había sucedido en nuestra historia: por primera vez el mandatario (el que es mandado) está haciendo entrega del poder, el dinero y toda la riqueza del país, a su dueño: el Pueblo de México. ¡Esa es la gran novedad! Que la Ciudadanía es la que manda; de ahora en adelante, ningún político mangoneará a la gente, ni se robará lo que cree que es suyo. Ahora la gente está informándose de lo que le han quitado, de lo que le corresponde, ahora tiene el poder de destituir a los malos servidores públicos. El objetivo y la dirección es la democracia. ¡Nunca hemos vivido la democracia! Se está construyendo por primera vez. Por eso es importante que de ahora en adelante la cuida el Pueblo.

Seguir peleando por privilegios y derechos para unos cuantos se puede, están en su derecho, con tal que no se aprovechen de banderas sociales coyunturales. Está bien solidarizarnos con unas familias de apellidos conocidos, pero hay que hacerlo también por las familias anónimas, comunes.

El momento que vive el país nos invita a analizar objetivamente los cambios, apoyar los logros y a participar en tantos retos que aún tenemos. Construyamos juntos. Transformemos juntos. Nadie sobra. A México lo formamos los de arriba los de abajo, hombres y mujeres, niños, niñas, jóvenes, profesores, alumnos, indígenas, artistas, pueblos originarios, los que usan droga, los que ni fuman, los que están libres y los que viven en las cárceles, las familias tradicionales y los nuevos modelos familiares. Somos una gran y rica diversidad.

Ablandemos nuestras posiciones, acerquémonos, dialoguemos en lugar de confrontarnos. No permitamos la innecesaria polarización, si todas y todos somos hermanos. Nos sorprenderíamos al descubrir que tenemos más coincidencias que diferencias. Seamos generosos para aceptar que llegó el tiempo de la atención preferencial a los más pobres, a los del Sur. El pueblo de México es generoso y solidario. Es tiempo de practicar las enseñanzas de nuestro buen Jesús y de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, como la Conferencia de Aparecida, el Sínodo de Amazonía y los documentos del Papa Francisco.