Opinión

La guerra sin fin

León García Soler

A la Mitad del Foro

Se acabó la guerra, sentenció el Presidente López Obrador, entre las ruinas en fuego y el olor a pólvora de la mañana palaciega. Ni un aplauso. Ya no digamos las aclamaciones victoriosas de los reporteros que madrugaron para ver salir el Sol y saber si habría paso por la vías del ferrocarril bloqueadas por los veteranos combatientes de la Coordinadora. Y en Michoacán, donde rezan novenas por el finado PRD y el gobernador vuela rumbo a Europa.

Silvano Aureoles Conejo lamenta que el gobierno federal no se haga cargo del pago de las deudas que reclaman los que detuvieron la marcha ascendente del comercio en las vías que alguna vez fueron obra de la lujosa modernidad porfiriana. AMLO ordena se envíe un adelanto a Morelia y con eso convierte en fuga el viaje del gobernador de la tierra de Melchor Ocampo y de Lázaro Cárdenas. Otros tiempos, otras voces. Lo de ahora es eco del sonido y la furia de los que fueron enemigos de Elba Ester Gordillo y fuente de las guerrillas que combatían al fantasma del nacionalismo revolucionario. Lo de ahora, son cuentas y cuentos que no tienen fin y encuentran cliente entre los enemigos y socios de la pluralidad transformada en coro cortesano.

Pero esa es otra lucha. No llega ni a guerrilla. Los de la Coordinadora despidieron discretamente al gobierno de Enrique Peña Nieto y procedieron a jugar al Paco con doble baraja; y hablar de su apoyo al vencedor de la batalla del 1º de julio. Para negarse de inmediato a formalizar la alianza al grito de las asambleas: Este era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Siempre hay quien no se acuesta para que no lo sorprenda el que madruga. En la Cuarta Transformación no bastaba el bloqueo de carreteras o del aeropuerto de Morelia. El Sur ardía en la guerra que declara concluida López Obrador. Pero ahí seguían el Puerto Lázaro Cárdenas y las vías conducto de carga para exportar y para importar.

Y los maestros del movimiento continuo paralizaron las vías. Luego, oyeron la palabra del presidente de la aurora del nuevo orden y de inmediato aceptaron el anticipo de cientos de millones, anunciaron que levantarían los bloqueos, pero no volverían a las aulas en tanto no les pagaran las deudas acumuladas en décadas del negocio de la educación como instrumento para acumular capital. Y el silencio se hizo en el elegante salón de Palacio. Porque no cesa la violencia de los ladrones de combustibles que supieron explotar los ductos de Pemex; ordeñarlos hasta convertir el “huachicol” en sinónimo del saqueo, sea en las bolsas de valores o en los llanos de la pobreza por los que cruzan los ductos de Pemex.

Y esa guerra estalló en cuanto empezó a madrugar López Obrador. Y se convirtió en conflicto entre el imaginario rescate de Pemex y el inestable ánimo de las calificadoras que informan a sus clientes inversionistas de la clase de negocio en el que deben o no invertir tranquilamente. La más influyente de esas empresas especializadas redujo la calificación de Pemex. Y nos puso a un paso de ver más empequeñecido todavía, el patético crecimiento que el nuevo gobierno declara hemos de alcanzar este año. Cero para el año Cero, según las calendas abajeñas. Y la respuesta inicial del madrugador asustó al miedo, redujo a juego de canicas el de las finanzas globales,

De todos modos, se repetían en las primeras planas de la prensa escrita y en las nubes de las redes globales, las alarmas por los miles y miles de millones que costaba diariamente el combate del gobierno y los ladrones del combustible. Y en cuanto hubo respuesta de política social para atender a los pobres de las rutas del huachicol y ofrecerles alternativa a la de la ordeña de los ductos, que los jefes de las bandas picaban y los funcionarios de Pemex cancelaban, se incendió el campo. Caminos bloqueados en Hidalgo, en Guanajuato, en Querétaro; aparecieron camiones y autos reducidos a esqueletos quemados y alzaron las voces los jefes que no son capos formales como los del narcotráfico en guerra. Esta sí, declarada por el panista Felipe Calderón y continuada por el priísta Enrique Peña Nieto.

Se acabó la guerra ha declarado Andrés Manuel López Obrador. Entre el fuego de los incendios y las balaceras, los brotes de los de abajo que se enfrentaban a las fuerzas armadas de lo que alguna vez será la Guardia Nacional; y los asaltos a los traileros que transportan por tierra gasolina, diesel y gas, aparecieron imágenes filmadas en el mar: escenas de buques de la Marina de guerra o mercante, defensoras de la vaquita marina, endémica del Golfo de Cortés, de la cual quedan menos de cuarenta ejemplares. Entre gritos salvajes, esas naves son atacadas por decenas de lanchas desde las que lanzan “bombas molotov”, piedras y balas los piratas del milenio, empeñados en explotar la pesca de tatoaba, negocio del crimen organizado, cuyo buche alcanza precios elevadísimos en el mercado negro asiático.

Como en los cantos de la Adelita, “si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar”. No ha terminado la guerra en México. Acierta el Presidente López Obrador al rechazar la estrategia de la DEA adoptada por los gobiernos mexicanos: perseguir y liquidar a los capos de los grandes cárteles del narcotráfico. Y es cierto que a los mexicanos afecta y angustia mucho más la violencia criminal del asesinato, el asalto, el secuestro, el robo de vehículos y en sus casas; que la enorme mayoría de los crímenes cometidos son delitos del orden común. Pero ese fracaso ha demostrado que cada capo detenido o muerto deja un vacío de poder que de inmediato produce luchas internas o abiertos combates por el control territorial. Y los cientos de muertos y desaparecidos en los golpes a un matorral que retoña a cada corte.

En Tamaulipas, donde el capo del cártel del Golfo fue capturado y extraditado a los Estados Unidos de América, se desató una violenta lucha por el control del narcotráfico. Y con el extraditado convertido en testigo informador al otro lado, de éste lado del Río Bravo los Zetas, el cuerpo paramilitar y guardia del llamado “mata-amigos”, impuso a sangre y fuego el control del secuestro, los asaltos, el cobro de protección o sobre el uso “del piso”, así como el despojo de propiedades rurales y empresas del estado de variada y gran riqueza. Ahí, tras los años del afamado Juan N. Guerra y el contrabando, el cártel del Golfo ya no tuvo contactos ni alcances para el tráfico de drogas al mercado del Norte; menos todavía a Europa.

Y mientras Tamaulipas era territorio del crimen organizado, ausente el imperio de la ley, tanto como el poder político y del dinero sometidos por los de las armas y la violencia salvaje, surgían en Jalisco los llamados de Nueva Generación y competían con el cártel de Sinaloa, único capaz de negociar con los colombianos el paso obligado por el embudo centroamericano después del control aéreo y marítimo de los Estados Unidos sobre el Caribe, el Golfo de México y las costas del Pacífico. Y ahí seguimos. En la guerra del silencio a la que ha declarado el final Andrés Manuel López Obrador. Y en espera de solución al dilema de la Guardia Nacional, la respuesta de AMLO a la necesidad de utilizar a las fuerzas armadas del Ejército Nacional y la Marina de Guerra en el combate al crimen organizado.

En todo el territorio nacional hay tumbas colectivas. Y el país entero está al borde de un estallido de violencia que supere a los infernales decenios que hemos padecido. Hay que encontrar urgentemente las respuestas a los dilemas del desgobierno y la ausencia manifiesta de capacidad en el servicio público, al desmantelamiento de las instituciones y la obsesión con las soluciones milagrosas a cargo de los libres del virus de la corrupción.

Nada o casi nada se dijo sobre el narcotráfico hasta llegar el momento de la guerra desatada por los huachicoleros y los brotes de caos anarquizante en todo el país. No basta descalificar a las calificadoras de la economía global; ni con declarar que deberían venir a ver a Pemex, “mejor que hace treinta años” porque se combate la corrupción.

A Andrés Manuel López Obrador le sobran razones para evitar un conflicto con las falacias racistas del mercader Trump. Pero nunca será suficiente con decir: “Yo respeto”. Nadie puede negar el desorden del gobierno que calificó de basurero desordenado, sobre todo al iniciar los procesos contra funcionarios de Pemex. Hay que admitir que en Pemex, en todo el gobierno de la República, hay y había individuos capaces, conocedores de la industria nacional por excelencia.

Cómo explicar la disolución del Instituto Mexicano del Petróleo, entidad ejemplar, en la formación y ejecución de las investigaciones de la industria en todo el ámbito petrolero. Institución fundada por Jesús Reyes Heroles. El tuxpeño a quien se debe haber calificado a la Secretaría de Educación como “un elefante reumático”; frase que el Presidente López Obrador hizo suya al describir así al gobierno del que se hizo cargo hace apenas dos meses.

La guerra ha terminado. Y en Guanajuato plantan bombas en las refinerías mientras dejan en los caminos carteles en los que amenazan al Presidente de la República. Nada teme quien defiende la justicia, afirma Andrés Manuel López Obrador. Pero en paz o en guerra, la seguridad de un jefe de gobierno y jefe de estado no son asunto de fe y valor sino de seguridad nacional.

Ya lo decían los españoles de la guerra contra los moros: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos. Que Dios ayuda a los buenos...cuando son más que los malos”.