Jorge Canto Alcocer
Mientras AMLO tuvo que recurrir a su colmillo político para evadir el cuestionamiento de mujeres activistas con relación al polémico tema de la despenalización del aborto, al proclamar su lapidaria frase “soy dueño de mi silencio”, el PAN, el partido político de oposición con mayor envergadura, protagonizaba una insulsa conferencia de prensa, en la que un anodino Marko Cortés se dedicaba a despotricar sin argumentos, sin críticas de peso, al presidente y su gobierno.
Marko y la nomenklatura panista se tomaron la foto en ese acto, enseñando unos dientes supuestamente rabiosos contra la “incompetencia”, pero contemporáneamente, los agentes negociadores de AMLO lograron en el Congreso dos extraordinarias victorias: la aprobación unánime de la Guardia Nacional y la elección a la Suprema Corte de Justicia de la ministra Yasmín Esquivel Mossa. El escenario no pudo ser peor para los azules: pese a continuar mintiendo sobre un supuesto conflicto de intereses dada la supuesta cercanía del cónyuge de la ministra con el presidente, la enorme mayoría de los senadores panistas le dieron su respaldo tras fructíferas negociaciones con el morenista Ricardo Monreal.
La derecha panista está, pues, en franca, innegable descomposición. Se percibe también en los Estados que aún gobierna, en los que se les observa en franca desventaja frente al poder y capacidad política del nuevo gobierno federal. Los panistas, además, continúan enarbolando las banderas de la reacción en una sociedad que ya cambió desde hace décadas, poniéndose solitos el cascabel que los identifica como retrógradas, medievales, oscurantistas, etc.
Pero ¿no acaso debería alegrarnos esta debacle de la derecha? En el PRI las cosas tampoco van muy bien que se diga, aunque este partido se debate fuertemente entre mantener su vieja posición de pasividad y complacencia ante el poder, y retomar un discurso de orgullo, clamando por unos orígenes que ya ningún líder tricolor conoce ni practica. El PRI, entonces, pareciera que pronto se diluirá en diversos grupos de presión sobre todo frente a temas e intereses locales, con una agenda nacional poco estructurada y plenamente coyuntural. Pero el PAN es otra cosa… heredero de una ideología conservadora que ancla sus raíces en los días del nacimiento de México, la derecha de ningún modo se diluirá con el tiempo, y el desplome del PAN podría acarrear consecuencias diversas y preocupantes.
Precisamente la polémica sobre la despenalización del aborto ha traído a la luz pública mucho de esa ideología rencorosa y reaccionaria: “Putas asesinas, usen condón o controlen su calentura”, es uno de los gritos emblemáticos de esta posición, que lucha por criminalizar a la mujer y negarle todos sus derechos; “nada de matrimonio de mariconcitos y tortilleras, eso no es una familia, es pura putería”, es otro de sus lemas; “defensa ante la violencia de las feminazis” es otra cantaleta, arreciada ahora que se hizo público el ataque de una mujer contra su pareja masculina, algo condenable, por supuesto, pero que es un caso aislado frente a la inmensa y cotidiana generalidad de la violencia patriarcal contra las mujeres.
El peligro de la debacle a la que están llevando al PAN su dirigencia miope y torpe es, precisamente, la liberación de los demonios de esa derecha, que en su momento llegó a apoyar al franquismo y al nazismo, que es violenta e intolerante, y que, en el complejo escenario de crisis política y social que vivimos universalmente, en otras latitudes está recobrando fuerza vigorosamente. Ahí está el partido VOX, con sus propuestas ultrarreaccionarias, que se encamina a ser el partido bisagra en las elecciones españolas; ahí están Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos. No, de ningún modo es una buena noticia que mientras el PRI se va difuminando, el PAN se degrada. Una eventual caída de este último partido puede ser un verdadero peligro para México. Al tiempo.